Budapest (Hungría)
La primera vez que visité Budapest fue en junio de 1992. Llegué de Belgrado en tren muy temprano por la mañana, después abandonar Sarajevo en los peores días del cerco, y me fui al aeropuerto para regresar a España en un vuelo directo. No vi nada.
La segunda vez fue en marzo de 1993. Un amigo periodista me llevó en su coche hasta las afueras de la capital húngara, donde cogí un autobús hasta la frontera croata y luego otro hasta Zagreb para regresar a Sarajevo en un avión de la Cruz Roja Internacional. Vi algunas calles.
Esta tercera vez, por fin, he podido pasar unos días en esta bella ciudad que algunos comparan exageradamente con París, llena de cafés al estilo vienés o parisiense y de deliciosos y exuberantes baños turcos.
La capital húngara no ha tenido una historia fácil en los últimos dos siglos. Ejerció de segunda capital en un imperio centralista y absolutista como el de los Habsburgo y, al mismo tiempo, su ejército defendió su frontera sur contra los otomanos. Sus ciudadanos soñaron con la creación de un estado independiente, vieron cómo todos los levantamientos fueron aplastados sin piedad y utilizaron una violencia similar contra todas las minorías que reivindicaban sus propios derechos.
Hungría tampoco acertó durante la Segunda Guerra Mundial. Se unió al Eje en junio de 1941. Fue aliado de Alemania contra la voluntad de la población, salvo de un sector pronazi, y acabo siendo castigada por Adolf Hitler.
Cuando apenas quedaba 10 meses para que finalizase la guerra, un gobierno títere organizó en unas semanas la deportación de 450.000 judíos a Auschwitz y otros campos de concentración. La operación fue supervisada por Adolf Eichmann, responsable directo de la Solución Final y encargado de organizar los transportes de deportados a los campos de exterminio.
Uno de cada cuatro habitantes de Budapest era judío en aquella época. Primero fueron recluidos en el último gueto que se creó en Europa y después trasladados a Eslovaquia y a Auschwitz. El número de húngaros asesinados en este campo de Polonia fue superior al de los propios polacos.
Diariamente fueron deportadas de 12.000 a 14.000 personas. En julio de 1944 un total de 483.000 judíos húngaros habían llegado a los campos de extermino y 394.000 asesinados.
Muchos judíos fueron fusilados en la ciudad. En el cementerio del recinto que forma la Gran Sinagoga, la más grande de Europa, y el Templo de los Héroes hay 24 fosas comunes con los restos de 2.981 judíos fusilados o que murieron de enfermedades y hambre en el gueto. 1.770 víctimas fueron enterradas sin identificar.
Los extremistas húngaros pronazis también participaron en la persecución contra los judíos a los que lanzaban al río Danubio en parejas y atados de manos. Unos 15.000 judíos perdieron la vida de esta manera.
Decenas de miles de judíos pudieron salvar la vida gracias a iniciativas de diplomáticos de diferentes nacionalidades, entre lo que destacó el aragonés Ángel Sanz Briz, encargado de negocios de la embajada española en Budapest.
El diplomático español proporcionó documentos españoles a unos 5.200 judíos a pesar de que su pacto con las autoridades húngaras era salvar sólo a unos 200 sefardíes. Consiguió alojarlos en once casas protegidas bajo inmunidad diplomática.
Sanz Briz convenció a las autoridades húngaras pronazis de que los judíos sefardíes tenían derecho a la nacionalidad española por descender de judíos expulsados por los Reyes Católicos a finales del siglo XV.
El diplomático acudió regularmente a las estaciones de trenes de donde salían los trenes cargados con los deportados para su destino final. Encontró un puñado de familias sefardíes, pero incluyo en las listas a todos los judíos con parientes en España.
Los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial convirtieron a Budapest en el centro de una gran batalla entre alemanes y húngaros y el ejército soviético. El asedio de la ciudad no finalizó hasta abril de 1945 cuando el régimen nazi se rindió. Antes los alemanes volaron todos los puentes del Danubio y el imponente castillo de Buda.
Casi 50.000 soldados y civiles húngaros murieron en la batalla y los edificios históricos quedaron muy dañados o destruidos. Los 30.000 alemanes y sus aliados húngaros intentaron escapar de la ciudad, pero fueron descubiertos por los soviéticos que los masacraron con todo tipo de armas. Sólo 785 consiguieron escapar y sobrevivir.
Los soviéticos tampoco tuvieron piedad. Unas 50.000 mujeres fueron violadas por combatientes soviéticos. Miles de soldados alemanes o húngaros fueron ejecutados poco después de rendirse. Medio millón de húngaros fueron deportados a prisiones o gulags de Siberia.
El número actual de judíos húngaros, de los que el 90% vive en Budapest, no llega a los 80.000, diez veces menos de los que había antes del inicio del genocidio. Muchos de ellos prefieren pasar desapercibidos. Otros no saben que son judíos porque todos sus familiares murieron.
Hace un año, en mayo de 2013, los líderes judíos de todo el mundo escogieron Budapest en vez de Jerusalén para celebrar el Congreso Judío Mundial para denunciar que el antisemitismo avanza en Hungría y que algunos partidos ultraderechistas son una amenaza peligrosa para la democracia.
El ambiente antijudío se enrareció los días antes de la reunión de los delegados de más de cien países. Adeptos neonazis exhibieron en público su odio a los judíos y un representante de una organización judía fue agredido e insultado durante un
partido de fútbol. Una marcha motera con el lema “Dale gas” organizada para el mismo día en que se honraba la memoria del medio millón de judíos húngaros deportados a Auschwitz fue prohibida por el gobierno a última hora.
partido de fútbol. Una marcha motera con el lema “Dale gas” organizada para el mismo día en que se honraba la memoria del medio millón de judíos húngaros deportados a Auschwitz fue prohibida por el gobierno a última hora.
Meses antes, un destacado miembro del partido extremista húngaro Jobbik, dijo que “se deberían preparar listas de aquellos judíos que podrían significar un riesgo para la seguridad nacional”. Martin Schulz, presidente del Parlamento Europeo, acusó al gobierno húngaro de realizar conteos de su población judía, una afirmación negada por las autoridades.
La semana pasada, el nuevo embajador de Hungría en Italia, escribió un texto en el que llamaba “agentes de Satanás” a los judíos húngaros. Horas después, el ministerio de Asuntos Exteriores húngaro le obligó a dimitir.
El rebrote del antisemitismo se ha convertido en un asunto muy peligroso para el gobierno húngaro que no ha sido capaz de cortar radicalmente las manifestaciones antisemitas. El propio presidente Viktor Orbán ha tenido que admitir que estas acciones lamentables están relacionadas con la crisis económica europea y que existe en su país una fuerte tendencia a buscar un chivo expiatorio. Como en los años treinta.
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