miércoles, 10 de junio de 2015

Zenobia: la última reina de Palmira



Zenobia (245 d.C. – 247 d.C.), fue reina de Palmira entre los años 267 d.C. y 272 d.C. No se conoce con exactitud su fecha de nacimiento, este tuvo que suceder aproximadamente en el año 245 d.C. De esta reina guerrera si dijo que era más inteligente que Cleopatra y de igual belleza. Un poeta del siglo XIX la describió como: “Mujer de cabellos oscuros, señora del desierto sirio”.


Aunque en materia religiosa fue bastante tolerante, parece ser que ella era adoradora del dios solar. Parece ser que era una reina culta que dominaba a la perfección el árabe, el arameo, el griego y el copto. Fomentó las artes, y fue una gran administradora y política. Manejaba el arco con tanta destreza como los famosos soldados de su ciudad.

Los historiadores describen el gusto de Zenobia por las joyas, especialmente por las que usaba Cleopatra, a la que tomó como modelo, de la que pretendía ser descendiente lejana, pretensión improbable pero no imposible, pues Cleopatra fue una reina helenística, y Palmira había formado parte de un reino helenístico posterior. 

En las fiestas aparecía vestida con una túnica bordada de perlas y un casco de oro, bebiendo vino en las mismas copas incrustadas de piedras preciosas que rozaron los labios de su admirada reina egipcia. 

Zenobia entra en la historia de la mano del príncipe Odenato de Palmira, rey cliente del Imperio Romano, que la convierte en su esposa.

La ciudad de Palmira, estaba situaba a unos 210 kilómetros al noreste de Damasco. Esta ciudad oasis, estaba situada en medio del camino del Mediterráneo, al oeste y del río Eufrates, al este. Según Richar Stoneman en su libro “Palmyra and Its Empire”, “Palmira fue importante para Roma en dos campos: el económico y el militar”. Por su situación geográfica, era una parada obligada de las rutas de caravanas que conectaba Roma con Mesopotamia y el Oriente a través de la Ruta de la Seda. Económicamente la ciudad era de vital importancia. En cuanto a lo militar, servía de barrera entre las dos grandes potencias rivales de la época, Roma y Persia.

Palmira era una ciudad claramente comerciante, como demuestran sus dos divinidades, Arsu y Azizu, dioses montados sobre un camello y un caballo respectivamente, que protegían las caravanas que traían riquezas a la ciudad desde el este y el oeste.

Dada su importancia geográfica, emperadores como Adriano y Valeriano visitaron la ciudad, realizando generosos donativos a la misma. Valeriano recompensó a Odenato dándole el título de cónsul de Roma en el año 258 d.C. debido a sus campañas triunfales contra Persia y por ayudar a extender las fronteras del Imperio hasta Mesopotamia. 

Tras la captura de Valeriano por el persa Sapor y gracias a las victorias de Odenato frente a las fuerzas persas, Galieno, hijo y sucesor de Valeriano, le concedió el título de “Dux Romanorum” (líder militar romano).

Odenato mantenía firme la frontera oriental del Imperio Romano frente a los sasánidas. En ese momento Palmira contaba con dos grandes armas en su ejército, sus arqueros y los catafractos, que eran unidades de caballería pesada en la que tanto el jinete como el caballo llevaban armadura. 

Con el tiempo Odenato se nombró a si mismo, rey de reyes, probablemente para insultar al rey persa que solía adoptar este mismo título. Mientras, el emperador Galieno proclamaba a Odenato “Vir Consularis”, otorgándole el título de “Corrector Totius Orientis (supervisor de todo el este), convirtiéndose así en una especie de corregente del emperador Galieno, con un poder prácticamente independiente de Roma.

En el año 267 d.C. Odenato fue asesinado junto a su heredero, Septimio Herodes, supuestamente por Meonio, un sobrino vengativo. Con su muerte el reino de Palmira pasó a su esposa, que proclamó emperador a su hijo Vallabato (aunque según algunas fuentes, Vallabato fue precedido brevemente por otro hermano llamado Herodiano), actuando Zenobia como regente, pues su hijo aún era muy joven.
Zenobia capturó rápidamente a Meonio y se cobró su vida como sacrificio en memoria de su esposo.

Algunos historiadores han planteado la posibilidad de que Meonio fuese un peón, o bien de una de las potencias rivales o bien de la misma Zenobia, dado que el heredero asesinado, Septimio Herodes, era fruto de otro matrimonio de Odenato, y hasta su muerte, era casi imposible que los hijos de Zenobia accediesen al trono.
Zenobia, se ganó el respeto y el apoyo de sus súbditos gracias a sus dotes como administradora y su amplia cultura. Uno de sus consejeros fue el filósofo y retórico Casio Longino, que era conocido por ser“una biblioteca viviente y un museo andante”. Stoneman señala en su libro que “Durante los cinco años posteriores a la muerte de Odenato, Zenobia logró que su pueblo la viera como la señora del Oriente”.

Zenobia fortificó y embelleció la ciudad de Palmira con una avenida custodiada por grandes columnas corintias de más de 15 metros de altura. Estatuas de héroes y de benefactores se encontraban por toda la ciudad, pidiendo a todos los nobles de la ciudad que mandaran esculpir sus estatuas y con ellas levantaran una columna en la que exhibirlas. Todos los notables de la ciudad, posaron ante los artistas para satisfacción de los ediles. En Palmira podían encontrarse cerca de doscientas estatuas en sus columnas y en las paredes del ágora.
También mandó erigir en el año 271 d.C. un par de estatuas de ella y de su difunto esposo. La ciudad que contaba con una población que superaba los 150.000 habitantes, estaba llena de hermosos templos, monumentos, jardines y edificios públicos, entre ellos destacaba el Templo del Sol. Las murallas que rodeaban la ciudad, según se decía, tenían 21 kilómetros de circunferencia.

Tras la muerte de Galieno en el año 268 d.C. y viendo que su sucesor, Claudio el Gótico, tenía que dedicar todos sus esfuerzos a contrarrestar una invasión goda, Zenobia subleva al reino de Palmira e intenta crear su propio imperio, con la intención de dominar a los dos imperios que le flanqueaban, el Imperio Sansánida y el Imperio Romano.

Roma, envuelta en un nuevo periodo de caos debido a las distintas sucesiones, dejaba a la reina de Palmira, que estaba bien asentada en su reino, intentar aspirar a crear un tercer imperio que dominara a ambos. 

Gracias a sus campañas militares, Zenobia creó un imperio que abarcaba todo la Asia Menor. En el 269 d.C. llegó incluso a dominar Egipto, aprovechando que en Egipto se había levantado un pretendiente que disputaba el trono romano. Zenobia junto con su ejército marchó hacia Egipto y derrotó al rebelde, apoderándose del país. Se proclamó reina de Egipto y acuñó monedas con su nombre. En ese momento su reino se extendía desde el Nilo hasta el Éufrates.

El emperador Aureliano, subido al trono en el año 270 d.C. Tras estabilizar la frontera del Danubio, decidió finalmente emprender una campaña militar contra Zenobia. Mandó algunas de sus fuerzas hacia Egipto y el grueso de su ejército hacia el este a través de Asia Menor. Zenobia contaba con un gran ejército, formado por sus arqueros y catafractos comandado por dos generales, Zabdas y Zabbai. Pero Aureliano conquistó Egipto y lanzó sus fuerzas hacia Siria.

Zenobia fue derrotada en Emesa (actual Homs), y se retiró a Palmira. Aureliano sitió la ciudad. Palmira había hecho acopio de víveres y confiaba en la fuerza de sus excelentes arqueros, esperaba resistir durante meses, pero gracias a los jefes árabes del desierto, que Zenobia había desdeñado, Aureliano venció la resistencia de la ciudad.

Zenobia confiada en conseguir ayuda, se fugó junto a su hijo hacia Persia, para pedir la ayuda de Chapur, "Rey de reyes" de los persas, pero los romanos la capturaron en el río Éufrates, en el momento de embarcarse. Al llegar la noticia a Palmira la ciudad abrió sus puertas a los romanos, rindiéndose en el año 272 d.C.

La ciudad de Palmira, recibió el perdón, pero unos meses después, ante el asesinato de la guarnición romana que el emperador había dejado en la ciudad por parte de sus habitantes, la ciudad fue saqueada y se derribaron sus murallas. Aunque Aureliano acabó para siempre con Palmira como potencia no destruyó la ciudad por completo, dejando que pudiera continuar con su existencia como modesto centro comercial. Actualmente, de la ciudad que un día rivalizó con las más imponentes del Imperio Romano, solo quedan ruinas de su glorioso pasado.

No se sabe que ocurrió con Vallabato, el joven rey en cuyo nombre gobernaba Zenobia. Es posible que muriera en el momento que se rindió Palmira o quizá, como aseguran otras fuentes, murió cuando el barco que le transportaba hacia Roma naufragó ante las costas de Iliria.

Aunque su destino no se conoce con certeza, las fuentes más fiables dicen que Zenobia fue exhibida en Roma, durante el desfile triunfal del año 274 d.C. desfilando con su diadema imperial y sus joyas, arrastrando unas pesadas cadenas de oro y diamantes que dos esclavos le ayudaban a sostener.

Se dice que Aureliano la perdonó y le dio una villa campestre cerca de la famosa villa de Adriano, donde estuvo el resto de su vida. Otros historiadores creen que se casó con un senador romano y tuvieron descendencia.

El perdón de Aureliano se debe más a motivos políticos que a su caballerosidad. Aureliano, había observado que el sentimiento a favor de Zenobia recientemente había provocado otra revuelta en Palmira y en Egipto también seguían existiendo simpatías por la reina de Palmira; así que era más fácil acabar con estas simpatías convirtiendo a su reina en una matrona romana viva, casada e instalada cómodamente en su casa cerca de Tívoli que mantenerla en la memoria como una reina guerrera martirizada en su lucha por la libertad.

Otras fuentes comentan que al regresar Aureliano a Roma, construyó un templo dedicado al dios sol, colocando en él las estatuas del dios sol que se había llevado del Templo de Palmira. La revista History Today comenta lo siguiente sobre este tema: “La acción de Aureliano que mayor repercusión tuvo tal vez fue la instauración, en el año 274 d. de C., de la fiesta anual del sol, que caía en el solsticio de invierno, el 25 de diciembre. Cuando el imperio se hizo cristiano, el nacimiento de Cristo se transfirió a esa fecha para que las personas a las que les gustaban las fiestas antiguas encontraran más aceptable la nueva religión. Es curioso pensar que en última instancia es a la emperatriz Zenobia a quien se debe el que la gente celebre la Navidad”.

El siguiente párrafo es un extracto del texto de Historia Augusta que narra la biografía de Zenobia por Trebelio Polión, figura englobada en el capítulo «Los treinta usurpadores». Historia Augusta es una recopilación de biografías de emperadores, césares y usurpadores desde Adriano a Diocleciano. Como fuente histórica no es muy fiable pues fue redacta por distintos autores y distintas épocas. Ha sido datada entre finales del siglo IV y comienzos del V, si bien otros autores la sitúan en época constantiniana:

"Ya no quedaba ningún pudor; en las penosas circunstancias por las que pasaba el Estado, se llegó a tal punto que, mientras Galieno se comportaba de un modo incalificable, las mujeres, incluso, gobernaron de manera brillante, y aún las extranjeras. En efecto, una extranjera, de nombre Zenobia, de la que ya se han dicho muchas cosas, quien se jactaba de proceder del linaje de las Cleopatras y los Ptolomeos, después de la muerte de su marido Odenato, cubrió sus hombros con el manto imperial, adornándose con las vestiduras de Dido y admitiendo incluso la diadema. Ocupo el imperio en nombre de sus hijos, Hereniano y Timolao, más tiempo del que una persona del sexo femenino podía soportar. Pues esta orgullosa mujer desempeñó las funciones de un rey, durante el mandato de Galieno y mientras Claudio se encontraba ocupado en la guerra con los godos, y sólo cuando con gran dificultad fue vencida por Aureliano y llevada en su triunfo, se sometió a la ley de Roma.

Se conserva una carta de Aureliano que testimonia el cautiverio de esta mujer. En efecto, como algunos le recriminaron que él, el más valeroso de los hombres, llevase en su triunfo a una mujer, como si se tratase de un general cualquiera, él, enviando una carta al senado y al pueblo romano, se defendió en tales términos: «Oigo, padres conscriptos, que se me acusa de no actuar virilmente por llevar a Zenobia en el paseo triunfal. Aquéllos que por esto me reprenden no podrían alabarme bastante si supieran qué mujer es ésta, si conocieran su sabiduría en las decisiones, su firmeza en las disposiciones y su severidad frente a los soldados; cuán generosa es cuando la necesidad lo requiere, y cuán rígida cuando la disciplina lo exige. Puedo decir que fue por su intervención por lo que Odenato venció a los persas y, tras poner en fuga a Sapor, llegó a Ctesifonte. Puedo asegurar que infundió tan gran temor entre los pueblos de Oriente y de Egipto que ni los árabes, ni los sarracenos, ni los armenios se revelaron contra su autoridad. Y no hubiera respetado su vida si no se supiera que ella fue muy útil al Estado romano, al retener para sí o para sus hijos el poder imperial en Oriente. Así, pues, que éstos, a los que nada complace, guarden para sí el veneno de sus propias lenguas. Pues si no es conveniente vencer y llevar en el triunfo a una mujer, ¿qué opinan de Galieno, para cuyo menosprecio ésta gobernó sabiamente el imperio?, ¿qué del divino Claudio, venerable y respetado general, que, según se dice, toleró que ella ejerciese el poder porque se encontraba ocupado en su expedición contra los godos? Y Claudio hizo esto calculada y sabiamente, para que, mientras ella guardaba la frontera oriental del imperio, él pudiera llevar a cabo con mayor seguridad lo que había determinado realizar».
Este discurso muestra el juicio de Aureliano sobre Zenobia. De ella se dice que era tal su castidad que si no hubiera tenido el propósito de concebir, ni siquiera hubiera conocido a su marido. Pues, si en alguna ocasión se acostaba con él, mantenía su continencia hasta que llegaba la menstruación, por ver si estaba embarazada, y sólo en caso contrario le daba de nuevo la oportunidad de tener hijos. Vivió con pompa real. Prefería ser venerada según los modos persas y dio banquetes a la manera en que lo hacen los reyes de esta nación. Según la costumbre de los emperadores romanos, marchaba a las asambleas públicas cubierta con un casco y ceñida con una faja de color púrpura, de cuya orla colgaban piedras preciosas, y que tenía en medio un brillante de forma de caracol, prendido como si fuera un broche de mujer y, frecuentemente, con uno de sus brazos desnudo. Era de rostro oscuro, de color moreno, con unos ojos negros que irradiaban un vigor extraordinario, de espíritu divino, de una belleza increíble. Sus dientes eran tan blancos que muchos pensaban que tenía perlas en lugar de dientes. La voz, clara y semejante a la de un hombre. La dureza de los tiranos, cuando la necesidad lo exigía; la clemencia de los buenos príncipes, cuando la indulgencia lo reclamaba. Prudentemente generosa se encargaba de la custodia del erario mejor de lo que es habitual en el género femenino. Se servía de un carruaje, rara vez de un coche de mujer, y con frecuencia montaba a caballo. Se dice que a menudo caminaba con los soldados tres o cuatro millas. Cazaba con la pasión de los hispanos. Bebía frecuentemente con los generales, aunque normalmente era muy sobria; también bebía con persas y armenios con el fin de mostrarse superior a ellos. Utilizó vasos de oro con piedras preciosas en los banquetes, sirviéndose de aquéllos que habían pertenecido a Cleopatra. En el servicio tenía eunucos de edad avanzada, rara vez doncellas. Ordenó a sus hijos que hablaran en latín, de manera que se expresaban en griego con dificultad y en pocas ocasiones. Ella misma no era totalmente desconocedora del latín, pero lo hablaba cohibida por la vergüenza; por contra, se expresaba en egipcio de manera perfecta. Conocía de tal modo a historia de Alejandro y de Oriente, que, según se dice, ella misma escribió un epítome. No obstante, leía en griego la historia latina.
Cuando Aureliano la hizo prisionera, tras ser conducida a su presencia, la inculpó en estos términos: «¿Por qué, Zenobia, te has atrevido a desafiar a los emperadores romanos?». Dicen que entonces ella contestó: «A ti, que has vencido, te reconozco como emperador, a Galieno, a Aureolo y a los demás príncipes no los consideré tales. Confiando en que Victoria fuera semejante a mí, deseé, si la magnitud del territorio lo hubiese permitido, compartir con ella el poder real». Así, fue conducida en un paseo triunfal tan pomposo como ningún otro de los presenciados por el pueblo romano. Engalanada, en primer lugar, con unas gemas tan enormes que se fatigaba por el peso de sus adornos. Pues, según se dice, esta mujer tan valerosa se detenía a menudo diciendo que no podía soportar el peso de sus joyas. Además, sus pies estaban atados con cadenas de oro; sus manos, con unas esposas del mismo metal, y en su cuello no faltaba un grillete, también de oro, que sostenía delante de ella un bufón persa. Le fue perdonada la vida por Aurelio y dicen que desde entonces vivió con sus hijos, como lo hace una matrona romana, en una hacienda de Tívoli que le fue concedida; ésta, todavía hoy, lleva el nombre de Zenobia y esta situada no lejos del palacio de Adriano y de ese lugar al que se le da el nombre de Concha."

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