En los hoteles de La Habana no hay habitaciones libres. Los restaurantes privados más exitosos ya andan pidiendo que se hagan las reservas con dos días de antelación y los hostales, también de privados, están haciendo su zafra. El gobierno cubano declara que para los días finales del mes se celebrará la segunda ronda de negociaciones con su similar de los Estados Unidos con el objetivo de continuar el proceso que debe conducir al restablecimiento de relaciones entre los dos países. Netflix, la más poderosa compañía de televisión en red del mundo anunció recientemente su llegada a Cuba, mientras la compañía telefónica de la isla anunció la firma de un acuerdo con la norteamericana Domestic Telecom INC para restablecer las comunicaciones directas entre los dos países. Casi al mismo tiempo arribaron y se pasearon por La Habana varios senadores norteamericanos y hasta Nancy Pelosi, líder de la minoría demócrata en la Cámara de Representantes, quien se retrató sonriente con el Ministro cubano de Exteriores y cenó, por cierto, en un restaurant privado de la capital cubana donde, ella sí, tuvo la fortuna conseguir espacio en el hotel Saratoga, en el mismo centro de la ciudad.
Cada uno de los acontecimientos antes citados —y otros que se pudieran mencionar- han entrado en una etapa vertiginosa luego del anuncio del 17 de diciembre pasado, hecho por los presidentes de Cuba y Estados Unidos, de que ambos países estaban dispuestos a iniciar un proceso de normalización de sus relaciones y a dialogar civilizadamente sobre confluencias, diferencias, conveniencias y posibles colaboraciones.
Mientras la realidad se mueve, se agita incluso con nuevas informaciones que llegan día a día, y se conversa entre los gobiernos, resulta curioso, cuando menos, que ambas partes declaren su empeño en sostener sus posiciones y propósitos de siempre: Estados Unidos, en lo esencial, su eterna pretensión de cambiar la sociedad y, si fuera posible, el sistema político cubano; Cuba, por su lado, la solución de varias de sus demandas, que van desde la histórica petición de la devolución del territorio ocupado en Guantánamo hasta la salida del país de la lista de Estados patrocinadores del terrorismo, pasando por la derogación de la Ley de Ajuste Cubano que alienta la emigración y… la cancelación de las leyes sobre las que se sostiene el bloqueo/embargo que pesa sobre Cuba desde los días más álgidos de la Guerra Fría. Y un observador cauteloso se podría preguntar: ¿entre tantos desacuerdos esenciales es posible llegar a grandes acuerdos? El tiempo lo dirá. Y la voluntad política de Washington y La Habana.
Es de suponer que el gobierno cubano se esté preparando para el nuevo escenario político, social y económico que se está perfilando en el horizonte. Porque la conmoción podría ser notable. Proyectos de desarrollo como la llamada Zona Especial del Mariel, justo en la boca del Golfo de México y frente a las costas norteamericanas, podría entrar en breve en una dinámica de acelerado crecimiento a tenor de las posibles relaciones comerciales con el vecino del norte y con empresarios de otros países atraídos por el nuevo escenario y la muy posible flexibilización del embargo, sobre todo en su aspecto financiero. China, Rusia, Brasil han puesto sus primeras banderas en El Mariel, pero lo que hasta ahora se ha realizado con cautela puede tomar velocidades de vértigo.
Pero, mientras tanto, ¿qué hacer con un incremento de la cifra de visitantes a Cuba que tantos beneficios económicos puede reportar al país? ¿La actual situación del alojamiento, alimentación, transporte e infraestructura en general está preparada para un aumento exponencial del flujo turístico que ya ha comenzado? A simple vista la respuesta es negativa y revertirla resulta urgente para un país que sufre sus más persistentes problemas justamente en la eficiencia de su economía, en su capacidad de realizar inversiones y para atraer a empresarios extranjeros. Un país para el cual el turismo es, desde la década de 1990, una de sus más firmes apuestas económicas.
¿La llegada de compañías como Netflix qué significa para la isla? De momento nada, apenas un sueño: porque aun después de ponerse en funcionamiento el costoso cable de trasmisiones tendido desde Venezuela hasta Santiago de Cuba, el acceso doméstico a Internet rápido sigue siendo una asignatura pendiente en la isla. Pero, ¿cómo es posible adecuarse a nuevas relaciones políticas, económicas, sociales que afectan e incluyen a una parte notable de la sociedad cubana sin las herramientas de la comunicación digital extendida y asequible? ¿El trato con Domestic Telecom será parte de la solución?
Los cambios económicos y sociales iniciados en Cuba a partir del año 2008, que en buena medida fueron responsables de la decisión norteamericana de restablecer relaciones con la isla, no han alcanzado aún la profundidad que se espera lleguen a tener, de acuerdo a las propias declaraciones gubernamentales de que las más importantes transformaciones están por venir. La apertura de espacios a la pequeña empresa privada y a algunas cooperativas —gastronomía, alojamiento, transporte urbano, una parte de la agricultura y otros rubros menos influyentes- apenas son soluciones significativas para todo el conjunto de una economía y una sociedad urgida de una modernización de su infraestructura. Mientras, megaproyectos como el de El Mariel, que incluye una zona franca y un parque industrial, se asocian a la macroeconomía y por lo general requieren de largos plazos para crear beneficios considerables…
Pero entre uno y otro extremo queda toda la realidad de un país que puede abrir las puertas de su sociedad y su economía a las rachas de viento que parecen soplar desde muchas partes o cerrar las ventanas para evitar los efectos primarios, secundarios y terciaros de la llegada de ese vendaval pronosticado y posible, que empieza a llegar desde el Norte y que se incrementará desde Europa con la al parecer cercana superación del diferendo entre La Habana y Bruselas. Por lo pronto, aun con las reticencias mencionadas, todo parece indicar que las puertas se abren, al menos en el sector de la economía y con más discreción en el ámbito social interno, aunque cabe esperar desde ahora sus muy posibles efectos en la sociedad socialista de la isla mayor de las Antillas.
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