El asesinato de Boris Nemtsov confirma por completo la diabólica imagen de Putin que la dura y enérgica política encaminada a la reafirmación de Rusia determina en el imaginario mediático y político occidental. Desde ese punto de vista, ésta sería la mejor prueba de la inocencia del presidente ruso en el asunto: esta muerte beneficia demasiado claramente a sus adversarios internacionales, en primer lugar a quienes promueven el proyecto de un largo y desgastador conflicto bélico en Ucrania que empantane definitivamente todo horizonte de consolidación ruso. Contra un poder que asesina a su oposición, efectivamente hay que guerrear en Ucrania, sería el argumento.
La simple realidad es que no hay una explicación clara. En su defecto, algunos elementos y preguntas.
En los años noventa Boris Nemtsov fue uno de los jóvenes occidentalistas voluntariosos que organizaron alrededor de Boris Yeltsin, la gran juerga de rapiña que desembocó en el actual régimen ruso, una unión autoritaria de burócratas y magnates. Nemtsov propiciaba la preponderancia de los magnates sobre los burócratas, estos últimos con mayor sentido de Estado, mientras que Putin afirmó lo contrario, la preponderancia de los funcionarios, especialmente los policiales, pero ambos eran artífices y herederos de la misma unión oligárquica en la que desembocó el sistema soviético.
Tanto Putin como Nemtsov figuraron en la quiniela de sucesión en la presidencia de Rusia que manejó Boris Yeltsin a finales de 1999 antes de abandonar el poder. Yeltsin eligió a Putin, sobre todo porque éste le pareció más fiable de cara a garantizar su propia seguridad personal y la de su familia una vez abandonara el poder. El Presidente sabía que en su legado había sustancia de sobra para ser objeto de todas las revanchas y linchamientos, y la lealtad de un ex oficial del KGB -aunque fuera un oficial de tan bajo nivel como Putin- era mucho más sólida que la del joven liberal Nemtsov, carente de todo espíritu de cuerpo.
La segunda guerra chechena desencadenada por la oscura voladura en septiembre de 1999 de varios inmuebles en Moscú y otras ciudades -con el mismo número de víctimas en pocos días que las registradas en España en 25 años de actividad de ETA- fue la tarjeta de presentación que consolidó la imagen presidencial de Putin ante los rusos. Todo aquello es historia, pero importa para situar hoy a los personajes.
Quince años después, Nemtsov era un hombre rico (sus ingresos en 2008 fueron de más de siete millones de dólares) y un político de una oposición al Kremlin fundamentalmente marginal. Ni siquiera era una primera figura, pues el primero es Alexei Navalny, que está entre rejas. El desprestigio de los años noventa, una época de profunda injusticia y humillación nacional, convirtió a los partidos de aquellos “demócratas” en extraparlamentarios.
Respecto a Putin, los precios del petróleo y un mínimo sentido de Estado hicieron de él un caudillo. Pero la fragilidad del régimen ruso es grande y el desafío sin precedentes desde el fin de la guerra fría que supone oponerse militarmente a la entrada de la OTAN en Ucrania, la incrementa sobremanera.
La caída de los precios del petróleo, la crisis global y las sanciones occidentales por Ucrania que desordenan el sistema financiero ruso, crean una situación que puede erosionar fuertemente la base social de apoyo de Putin. Con poderosos padrinos exteriores a sus espaldas, gente como el millonario Mijail Jodorkovski, que fue encarcelado y hoy conspira contra el Kremlin desde Suiza, o Nemtsov, podían ser peones de intentos de cambio de régimen en Moscú sostenidos por Occidente.
El del cambio de régimen es un escenario con el que el Kremlin está obsesionado: el escenario de un Maidán ruso. La propaganda del régimen advierte hace tiempo contra la existencia y posibilidad de una “quinta columna” en Rusia. ¿Forma parte este asesinato de una estrategia preventiva del régimen? Si fuera así, estaríamos ante un régimen verdaderamente ciego que en su inseguridad se tira piedras contra su propio tejado. Quien asesina a un ex alto político ruso y personaje de la oposición a Putin, al lado de la Plaza Roja, junto a las murallas del Kremlin y en una zona repleta de cámaras de vídeo-vigilancia, está lanzando un mensaje tan fuerte y provocativo que la jugada es claramente contraproductiva. Demasiado burda.
¿Estamos ante una acción autónoma de fuerzas nacionalistas rusas, más o menos descontroladas, contra la “quinta columna”? ¿Voluntarios del frente de Donetsk que ajustan cuentas con los “traidores que desde Moscú critican la intervención”? ¿Una especie de GAL a la rusa, o una versión aún más salvaje de aquellos “titushki” (bandas de lumpen) utilizados por el poder ucraniano contra el Maidan en Kíev en noviembre y diciembre de 2013? ¿Se inscribe este asesinato en la lógica de los imperios combatientes, de la que el propio Maidán de Kiev ofreció tantos ejemplos? Sea como fuere, este hecho confirmaría mucho más la debilidad y vulnerabilidad del poder ruso, que su agresividad y potencial dictatorial.
Para el domingo estaba convocada en Moscú una marcha de la oposición contra Putin, contra la crisis y contra la guerra, cuyo seguimiento habría sido seguramente bastante discreto, pero que preocupaba al régimen. Esa marcha ofrecía una fácil y directa asociación con el asesinato de la víspera. Una vez más, demasiado burdo.
El Presidente ucraniano, Petró Poroshenko, ha dicho que Nemtsov se disponía a, “revelar pruebas convincentes sobre la participación del ejército ruso en Ucrania”. Hay que decir que los rusos saben perfectamente que la rebelión armada de sus parientes de Ucrania Oriental contra el gobierno de Kíev cuenta con el padrinazgo y apoyo -en hombres, armas y recursos- de Rusia y su ejército. Muchos de quienes no habrían participado en la marcha contra Putin, asistirán al duelo por Nemtsov, que se anuncia masivo. De lo que no hay duda es de que el conflicto de Ucrania pone al rojo vivo este dramático y misterioso asesinato moscovita.
Por Rafael Poch
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