Jamie Stern-Weiner
Si Benjamín Netanyahu no hubiera entrado en política, estaría en Broadway sobreactuando como un villano de pantomima. El primer ministro de Israel, halcón entre los halcones, es teatralmente insoportable, hasta el punto de que incluso los más firmes aliados de Israel en la comunidad judía estadounidense le han pedido que baje el tono. Es ese tipo de persona que no solo se presenta en tu casa sin ser invitado, sino que trae consigo su ropa sucia, para que se la laves, vacía tu nevera, orina en el fregadero y, luego, bruscamente, se va hecho una furia, quejándose del servicio.
Pocos políticos estadounidenses y europeos derramarán una lágrima si es derrotado en las elecciones del mes que viene. Pero sería un error atribuir su hostilidad simplemente a su estilo áspero.
El año pasado, el secretario de estado de EEUU John Kerry promovió un plan diplomático de alto nivel para resolver el conflicto israelo-palestino. Trató de aprovecharse de la debilidad política de los palestinos para conseguir la conformidad de sus líderes a las condiciones israelíes para un acuerdo.
A pesar de conseguir la firma palestina, la iniciativa de Kerry fracasó cuando Netanyahu priorizó la supervivencia de su coalición de gobierno y rechazó como insuficientes las condiciones que previamente había exigido. La humillación sufrida por Kerry fue total y así nació una enemistad duradera.
Hay que distinguir claramente entre la propuesta de Kerry para resolver el conflicto y lo que es ampliamente conocido como la solución de “dos estados”. Esta última implica una paz basada en la retirada de Israel a sus fronteras legales (con algunos canjes de territorios menores y de carácter mutuo), el establecimiento de un estado palestino independiente en Cisjordania —incluyendo Jerusalén Este— y Gaza y una solución justa para los refugiados palestinos de conformidad con el derecho internacional.
Este plan goza de un apoyo político internacional abrumador —“sobre el asunto de las fronteras”, el ex primer ministro israelí Ehud Barak lamentó que “todo el mundo esté de acuerdo con los palestinos y no con nosotros”— y sus premisas legales han sido corroboradas por la Corte Internacional de Justicia.
Por el contrario, la propuesta de Kerry permite que Israel se anexione los principales bloques de asentamientos ilegales en zonas críticas del territorio palestino, redibuje sus fronteras más o menos siguiendo la ruta del ilegal muro de separación y elimine el derecho de retorno de los refugiados. Todo esto va en contra del derecho internacional y supone una burla para el futuro estado palestino. El éxito de Kerry supondría la muerte de la solución de dos estados.
Los principales partidos israelíes están unidos en el rechazo al consenso internacional para resolver el conflicto; lo que les divide es el plan de Kerry. Mientras que Netanyahu se contenta con mantener el status quo de la ocupación y seguir expandiendo los asentamientos, el campo pro-Kerry desea su consagración legal, para lo cual está dispuesto a abandonar algunos asentamientos aislados situados al este del muro.
La Unión Sionista encabeza la oposición pro-Kerry a Netanyahu. Sus líderes, el laborista Isaac Herzog y Tzipi Livni, del partido Hatnuah, difícilmente podrían haber sido más explícitos en su apoyo a Kerry y al correspondiente repudio de una solución basada en el derecho internacional.
“Cuando distinguimos entre asentamientos aislados y los bloques —explica Livni—, estamos legitimando los bloques de asentamientos”. Por su parte, Herzog declara: “Yo creo en los bloques”, y cree, además, que “deben formar parte de Israel para siempre”. Livni, que en 2007 proclamó ante los negociadores palestinos que “yo soy abogada […] pero estoy en contra de la ley, en particular en contra del derecho internacional”, ha descrito el muro de separación como la “futura frontera” de Israel.
Si Netanyahu forma el próximo gobierno de Israel, el futuro previsible de los palestinos será muy parecido a su actual e insoportable condición. Europa puede incrementar la presión económica sobre Israel, pero no lo suficiente como para lograr el fin de la ocupación, mientras que la ONU, EEUU y Europa podrían tratar de consagrar los parámetros de futuras negociaciones en una nueva resolución del Consejo de Seguridad.
Esta resolución podría terminar concediendo los bloques de asentamientos a Israel, lo cual supondría una derrota histórica de la que seguramente no se repondría la lucha palestina por la autodeterminación. Así como la resolución 242 (1967) del Consejo de Seguridad sirvió como base para las negociaciones del pasado medio siglo, una nueva resolución que tradujera el plan de Kerry establecería los nuevos parámetros de las futuras negociaciones.
Pero el triunfo de la oposición a Netanyahu tiene sus propios peligros. Hay fuertes indicios de que Kerry y los principales gobiernos europeos están preparándose para reanudar las negociaciones en el caso de una victoria de la Unión Sionista. Los gobiernos europeos y de EEUU se han entrometido de forma descarada en la campaña electoral de Israel, el Cuarteto para Oriente Medio se ha presentado como “dispuesto a preparar la reanudación del proceso de paz” y, lo que es más inquietante aún, Tony Blair es su enviado y principal representante.
Unas nuevas negociaciones podrían tomar una de estas dos rutas. En el mejor de los casos, podrían reeditar empresas anteriores, no logrando ningún progreso político, al tiempo que reducirían el coste diplomático de la ocupación para Israel, incluso mientras continuara la construcción de asentamientos ilegales. Como ha dicho el veterano periodista israelí Gideon Levy, “el campo israelí de la paz volvería a intoxicar al mundo, el cual, desesperado, se dejaría engañar de nuevo”.
En el peor de los casos, las negociaciones podrían sancionar el plan que Kerry promovió, y no consiguió, el año pasado. Con Netanyahu fuera de juego, habría desaparecido el principal obstáculo para conseguir la rendición formal de los palestinos ante las condiciones exigidas por Israel y EEUU.
El único actor capaz de frustrar estos planes y forzar la vuelta de la solución de dos estados a la mesa de negociaciones es un movimiento palestino de masas no-violento. Pero no esperen sentados a que la Autoridad Palestina tome esta orientación. Como ha dicho el candidato a ministro de defensa de la Unión Sionista, Amos Yadlin, “no está nada claro que semejante levantamiento popular no se dirija en primer lugar contra el liderazgo de la Autoridad Palestina”.
No obstante, la alternativa es dejar el conflicto y su resolución en las manos de aquellos que son indiferentes u hostiles a los derechos palestinos. De villanos como estos, no cabe esperar más que villanías.
Jamie Stern-Weiner es investigador independiente y vive en Londres. Es coeditor y fundador del New Left Project y puedes seguirle en Twitter: @ipfreeme.
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