Turquía está atravesando un momento crítico en su historia, a medida que el presidente, Recep Tayyip Erdogan, conduce al país hacia un modelo que convierte al pueblo en sirviente y al Gobierno en patrón.
Todo ello mientras acalla y elimina las voces opositoras, incluso dentro de su propio partido.
Hoy más que nunca, el mejor nombrado Sultán Erdogan es intolerante ante las opiniones contrarias y, de hecho, quienes se opongan a él corren el riesgo de ser despedidos, encarcelados o terminar en el exilio. No obstante, aquellos que acepten las palabras del sultán, tendrán inmunidad y podrán actuar a sus anchas.
Esta actuación de Erdogan se desarrolla en el marco de sus esfuerzos por materializar su ansiado restablecimiento del imperio Otomano. Un anhelo que, para conseguirlo, el hombre de hierro turco no ha escatimado esfuerzo alguno, como el debilitamiento de los partidos kurdos, la restricción a las congregaciones y los derechos de protestar, las presiones a la oposición y el silenciamiento de las voces que puedan obstaculizar el camino elegido.
El conjunto de estas medidas ha sumergido a Turquía en un caos interno y externo. A nivel nacional, la situación es dramática y ha generado tres evidentes fisuras en el entramado social; la brecha entre pobres y ricos, la religiosa y la étnica. En el campo exterior, Ankara ha quedado como el chico malo de la región, el que ayuda a los terroristas de Daesh, tiene discrepancias con Europa y reprime la libertad de expresión dentro sus fronteras.
En estas circunstancias, algunas figuras de peso, como el expresidente Abdulá Gul y el hasta hace poco premier del país, Ahmet Davoutoglu, se muestran contrarias y levantan sus voces opositoras. Sin embargo, al ser considerados obstáculos para el cumplimiento de los planes del sultán, son eliminados y apartados fuera del juego.
En este artículo pretendemos estudiar las consecuencias de la eliminación de destacadas figuras turcas de la escena sociopolítica del país, con un enfoque especial en la reciente renuncia de Davoutoglu.
Davoutoglu se despide del cargo
Después de varios meses de especulaciones, el expremier turco renunció a su cargo. Casi todos los politólogos nacionales e internacionales afirmaron que no se trataba de un acto voluntario y que las presiones por parte de Erdogan, así como las posturas contrarias de ambos, motivaron que abandonara el cargo y la presidencia del Partido Justicia y Desarrollo (AKP).
De hecho, en 2002, después de la victoria del AKP, el impulsor del "neo-otomanismo diplomático", que intentó sacar partido político y económico de la relevancia histórica del pasado imperial turco, Davoutoglu, había afirmado: "Nuestro objetivo primordial es la plena incorporación a Europa, pero actuamos también en nuestro propio espacio geográfico: los Balcanes, el Cáucaso, Oriente Próximo... Turquía no ha vuelto la vista hacia Oriente. No hay ninguna contradicción respecto a la integración con Occidente. ¿Nuestra política exterior? Cero conflictos con los vecinos".
Además, para materializar este objetivo de “cero conflictos”, en su política exterior, el AKP insistía en principios como la economía, el comercio y los lazos culturales con los vecinos y otros países de Oriente Medio.
De acuerdo con esta estrategia, la situación económica del país se ha caracterizado por un desarrollo económico estable. El crecimiento de su PIB real sobrepasó el 6 % durante varios años.
Esta política se mantuvo de forma relativamente constante hasta que, en 2011, se produjo el estallido del conflicto en el país vecino, Siria. A partir de entonces, la postura del Gobierno de Ankara sufrió un cambio fundamental.
Un giro que contradecía los principios de Davoutoglu, el cerebro del partido AKP, y que, hasta cierto punto, coincidía con los pensamientos de Erdogan, quien veía la crisis siria como una ventaja con el fin de presentar el país como una potencia influyente en la región de Oriente Medio. Desde entonces, Turquía se sumergió en el caos, comenzó a sufrir la inseguridad y su crecimiento económico se ralentizó, al mismo tiempo, empezó la división en el partido AKP y, con ella, aumentaba la distancia entre Erdogan y Davoutoglu, quien veía que al alejarse de su doctrina de disuasión, los intereses del país peligraban.
El aumento de las discrepancias entre estas dos figuras radica en la limitación de responsabilidades del primer ministro para supervisar a los gobernadores por Erdogan, quien consideraba a Davoutoglu como un obstáculo en la promoción de sus planes locales e internacionales. Toda una cadena de acontecimientos que provoca la renuncia del premier, quien, de esa forma se lavaba las manos para no evitar ser cuestionado por la situación que atraviesa el país.
Retos para Erdogan
La eliminación de los intelectuales y de quienes tienen una mentalidad moderada tiene consecuencias negativas para cualquier sistema gobernante, esté donde esté. En cuanto a Turquía se puede interpretar que la renuncia de Davoutoglu conduciría el país hacia un sistema totalitario porque el arquitecto del partido AKP se esforzaba por suavizar y dar cierto sentido de racionalidad a las decisiones de Erdogan tanto a nivel nacional como internacional.
En el país, Davoutoglu se esforzó mucho para bajar la tensión reinante entre el gobierno y los kurdos e intentó allanar el terreno para fomentar un diálogo, aunque sin resultados debido a la oposición de Erdogan. Pero, ahora que el mandatario turco ha perdido a uno de sus aliados importantes, se enfrenta a problemas aún más críticos respecto al tema de los kurdos y los terroristas.
Dado que Erdogan ha apartado de la escena política a casi la mitad de la población turca que forman los alawíes y los kurdos, y ha mostrado sus intenciones de no querer dividir el poder con ellos, el país viviría más momentos de inseguridad, algo de lo que somos testigos en estos momentos.
La renuncia del premier, además, afectará al AKP que tiene casi 15 años en el poder. La razón reside en que Davoutoglu es considerado uno de los principales teóricos del partido y gracias a su figura carismática y popularidad fue el artífice de la victoria del AKP. Asimismo, de ser reales los rumores de que el exprimer ministro quiere formar su propio partido, la situación sería aún más complicada para Erdogan.
A nivel internacional, la renuncia del premier afecta hasta cierto punto los lazos entre Ankara y sus aliados europeos. De hecho, Occidente considera a Davoutoglu como una figura liberal que aboga por una colaboración para resolver los problemas y conflictos. Como bien sabemos, la mayor parte de los intercambios con Ankara contaban con la mediación de Davoutoglu. Mientras tanto, en Occidente, consideran a Erdogan como un dictador que reprime la libertad de expresión y que no puede ser un aliado fiable, debido a su carácter totalitario. Un ejemplo se aprecia en el reciente acuerdo rubricado con la Unión Europea sobre la crisis migratoria, que se materializó por los esfuerzos de Davoutoglu. No obstante, luego de su renuncia, el mandatario turco anunció que si no se materializan sus demandas cada bando deberá seguir su camino y no habrá diálogos.
En el contexto regional, también, la situación se tensa ya que el expremier turco abogaba por cero conflictos con los vecinos y presentaba a Turquía como un poder económico y mediador, mientras que el Sultán aboga por presentar a su país como un poder regional que recurre a la intervención directa y militar en los asuntos de Oriente Medio.
Consecuencias para Turquía
Erdogan ha escogido un camino sin perspectivas claras, cuyos resultados podrían ser tanto el debilitamiento de su propio partido y su salida del poder como el de la figura del país a nivel internacional. De hecho, no sería muy descabellado imaginar un levantamiento contra Erdogan cuyas consecuencias arrastren al país hacia otro Irak o Siria. Además de que sus políticas internas y externas podrían resultar en el aislamiento del país en la escena internacional.
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