Hijo bastardo del matrimonio disfuncional entre la Agencia Central de Inteligencia norteamericana y el millonario fanático Osama bin Laden, Estado Islámico (EI) estaba destinado desde su nacimiento a ser un problema que parece insoluble.
Lo que nadie imaginó es que ese producto de la lucha por las esferas de influencia durante la guerra fría adquiriera las proporciones que tiene hoy, devenido una amenaza real para la estabilidad en el Levante, el norte de África, países del Sahel, y, en ahora, el sur de Europa.
Sus nutrientes no han sido artificiales: el atraso, la desesperanza de las juventudes, el subdesarrollo, y la religión distorsionada como reconfortante a las penurias diarias.
Ese caldo de cultivo pervive en la forma de luchas entre países árabes por lograr la preeminencia en un mundo cuyo futuro alberga para ellos demasiadas interrogantes.
Por mucho que altos funcionarios de potencias occidentales pretendan desentenderse de su responsabilidad en el surgimiento del EI, quedan pocas dudas de que sin el apoyo logístico, el entrenamiento y los fondos directos e indirectos que le han inyectado, ese movimiento hoy sería tangencial, o apenas una anécdota.
Para entender la persistencia de EI se puede retroceder sin ir muy lejos a una discreta reunión en Bagdad entre el expresidente Saddam Hussein y la exsubsecretaria de Estado norteamericana April Glaspie en la cual el mandatario sondeó la postura de Washington ante una posible intervención militar en Kuwait.
En tono sibilino la funcionaria dejó sentado que su país consideraría el conflicto un tema regional y por lo tanto ajeno a su interés y Hussein la escuchó, uno de tantos errores que a la larga le costarían colgar de una cuerda.
El pretexto de la efímera ocupación de Kuwait por Iraq y los acontecimientos siguientes encajaron a la perfección en el plan maestro estadounidense de desmembrar los países árabes, agravar los conflictos regionales y lograr una muy anhelada presencia militar sólida en el golfo Pérsico para neutralizar a Irán.
Ya existía Al Qaeda, los conflictos étnicos y confesionales en Iraq sólo esperaban una chispa para estallar, como en efecto ocurrió.
La llamada primavera árabe de principios de 2011 sólo fue un accidente que se solucionó con medidas de control de daños, como enseñan los casos de Siria y Libia, cuyos líderes rehusaban insertarse en el cuadro idílico de lo que la ex secretaria de Estado norteamericana Condoleeza Rice llamó el Gran Levante.
En ese punto es que se hace patente la necesidad de crear otro ente para completar la tarea y Estado Islámico da su primer quejido con la demanda de dividir a Iraq en califatos, que no es nueva, pues coincide con las zonas de exclusión aérea creadas por la coalición internacional en ese país en los años 90 del siglo pasado.
Es indudable que no todo marchó a pedir de boca, como demuestran los resultados desastrosos de la ocupación militar de Iraq, terminada por el presidente norteamericano Barack Obama, una de sus promesas electorales.
Sin embargo, en la sustancia, EI es un instrumento ideal para dividir y conquistar, como aconsejó Nicolás Maquiavelo hace cinco siglos.
Si quedaran dudas sólo hay que tender la vista hacia esta zona: Libia, en caos; Siria, en peligro de extinción; Egipto, amenazado por una sorda guerra que no puede controlar; Yemen más fragmentado que cuando estaba dividido en dos países y Argelia, una voz que clama en el desierto.
Para completar el cuatro, la mencionada presencia militar en países de la península Arábiga y el golfo Pérsico es cada vez más potente, y las pugnas entre Irán y los países de la península Arábiga en peligro de estallar, a pesar de los esfuerzos diplomáticos de Teherán.
Otro objetivo, no menos importante para Washington y que se inserta a la perfección en el aumento y preservación de su hegemonía geoestratégica, dejar manos libres a Israel para su expansión en la Cisjordania, está bien servido.
En contraposición a esta tesis podría aducirse la campaña de bombardeos aéreos contra posiciones de EI en Iraq y Siria, pero, en rigor, los miles de toneladas de explosivos y los cientos de horas de vuelo no muestran resultados de peso, lo que evidencia que son más que nada un ejercicio en futilidad.
Llama la atención asimismo que el apogeo de los ataques y atentados de EI en Iraq y Egipto coincidiera con la agresión militar israelí del verano de 2014 contra Gaza, y fuera tratada como tema de segunda importancia medios a pesar de sus resultados devastadores, calificados de limpieza étnica.
A esto hay que añadir que los miembros de Estado Islámico, esa mescolanza de mercenarios, aventureros, fanáticos religiosos y sicópatas, jamás han reivindicado una de sus publicitadas acciones suicidas contra soldados o blancos israelíes.
Y a buen entendedor, pocas palabras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario