sábado, 4 de abril de 2015

La guerra civil árabe

Retomando un tema que ya había abordado, Thierry Meyssan señala que, más allá de las estrategias de los Estados, los pueblos del mundo árabe se dividen hoy en dos bandos definidos no por luchas de clases, ni por la resistencia frente al sionismo, ni siquiera por guerras de religión. El enfrentamiento que está generalizándose con el bombardeo de Arabia Saudita contra Yemen pone de relieve la existencia de una nueva división enteramente inesperada: dos nuevos bandos han aparecido alrededor de la cuestión de los derechos de la mujer.
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Símbolo de la lucha de Muammar el-Kadhafi contra los islamistas, el Líder libio se había rodeado de una guardia personal femenina. Sin embargo, después de lincharlo y enterrarlo, la OTAN se justificaba “revelando” a la opinión pública occidental que las amazonas de Kadhafi sólo eran prostitutas en manos de un dictador obsesionado por el sexo. En Francia, esta propaganda dio incluso lugar a la publicación de un libro de la “periodista” Annick Coljean, basado enteramente en un solo testimonio.
Occidente aplaude los bombardeos de Arabia Saudita contra Yemen y la caída de la ciudad siria de Idlib en manos de al-Qaeda, a pesar de que al-Qaeda es oficialmente una organización terrorista antisaudita públicamente proclamada responsable de los atentados del 11 de septiembre de 2001. ¿Qué está pasando que ahora nos ponen nuevamente a los discípulos de Osama ben Laden en el campo de los «freedom fighters» [“combatientes por la libertad”], como cuando luchaban contra los soviéticos en Afganistán, porque tomaron Idlib, en la Siria de Bachar al-Assad?

En el terreno, los hechos están confirmando, por desgracia, lo que yo mismo escribí en este sitio web hace 2 semanas: la locura sanguinaria que se ha apoderado del mundo árabe no tiene nada que ver con clases sociales, con tendencias ideológicas ni con creencias religiosas. Desde hace 4 años, gran número de individuos han modificado sus posiciones y han cambiado de bando. Poco a poco, las cosas van decantándose y una nueva línea limítrofe va apareciendo sin que los pueblos tengan conciencia de ello.
En los años 1950, el mundo árabe se dividía en proestadounidenses y pro-rusos. En los años 1990, se dividía en proisraelíes y miembros de la Resistencia. Pero el presidente estadounidense George W. Bush y su vicepresidente Dick Cheney rompieron con la lógica de los intereses de los Estados para favorecer los intereses de las compañías petroleras. Y hoy estamos recogiendo los frutos de la política de Barack Obama.
Estamos viendo una explosión de violencia de partidarios de la poligamia contra defensores de los derechos de la mujer. Las monarquías árabes y la Hermandad Musulmana defienden una sociedad dominada por los hombres mientras que Irán y sus aliados luchan por una sociedad nueva, donde hombres y mujeres son dueños de su fecundidad y disponen de los mismos derechos. Podemos torcer y retorcer los hechos en todos los sentidos pero la realidad es que no existe prácticamente ninguna otra diferencia de peso entre ambos bandos.
Estamos viendo la oposición entre dos visiones del mundo.
¿Qué tienen en común los gobernantes árabes que han sido blanco de la hostilidad de Occidente –el tunecino Zinedin Ben Ali, el libio Muammar el-Kadhafi, el sirio Bachar al-Assad, el iraquí Nuri al-Maliki y el yemenita Abdul Malik al-Huthi? Nada, aparte del hecho que todos lucharon contra la poligamia.
¿Y qué tienen en común los aliados de Occidente en el mundo árabe –los países miembros del Consejo de Cooperación del Golfo y la Hermandad Musulmana? Son todos favorables a la poligamia.
Esa es hoy absolutamente la única línea divisoria que atraviesa el mundo árabe, exceptuando Irak y Egipto. En Irak, Estados Unidos todavía no ha escogido claramente a sus socios. Oficialmente Washington respalda a Haider al-Abadi contra el Emirato Islámico, pero la prensa de Irán, al igual que la de Irak, ya ha demostrado que Estados Unidos está jugando un doble juego y que ha entregado voluntariamente armas al Emirato Islámico y matado soldados iraquíes. En cuanto a Egipto, el presidente al-Sissi todavía sigue dudando entre su concepción personal de los derechos de las mujeres y la de su padrino saudita, cuyo dinero le resulta indispensable para la economía de su país, actualmente en bancarrota.
Los años de propaganda nos han vuelto ciegos a la realidad.
Creemos, erróneamente, que los códigos iraníes para el vestir son similares a los de Arabia Saudita. El hecho es que en Irán las mujeres se convirtieron en dueñas de su fecundidad desde los primeros años de la Revolución, o sea antes que las mujeres de la mayor parte de los países de Europa. En las universidades iraníes, las mujeres son mucho más numerosas que los hombres y llegan a ejercer las más altas responsabilidades. Por el contrario, en Arabia Saudita las mujeres no gozan por sí mismas de ningún derecho.
Creemos, erróneamente, que el mundo musulmán se divide entre sunnitas y chiitas que luchan encarnizadamente entre sí. Pero en Yemen, los hutis, a pesar de ser ampliamente mayoritarios a nivel nacional, no habrían podido tomar Sanaa ni Adén sin el respaldo de una poderosa fuerza sunnita, población mayoritaria en esas dos ciudades. Y en Siria, el Ejército Árabe Sirio, que cuenta con el respaldo de Irán en la lucha contra los takfiristas, se compone en más del 70% de sunnitas.
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Yussef al-Qaradawi, líder de la Hermandad Musulmana y consejero espiritual del canal de televisión qatarí Al-Jazeera, se ha convertido en un especialista de la defensa de la poligamia y del derecho a golpear a las mujeres. En Egipto, este personaje intervino en la campaña electoral de Mohamed Morsi predicando en la plaza Tahrir del Cairo que la prioridad política no era luchar contra Israel sino matar a los homosexuales. En esta imagen lo vemos como invitado de honor en un mitin de la “oposición moderada siria”.
Es importante señalar que el primer “logro” de la «revolución» tunecina fue –antes de adoptar cualquier decisión legislativa– organizar el regreso de Rached Ghannouchi, líder de la Hermandad Musulmana, quien en cuanto llegó a Túnez lo primero que hizo fue proponer que se reinstaurase la poligamia.
Puede parecer sorprendente el hecho que ciertos miembros del Baas sirio se hayan vuelto en contra de la República o que algunos comunistas yemenitas se hayan puesto en contra de su partido y ver que todos estos elementos se han pasado a las filas de al-Qaeda. Basta un vistazo a sus familias para entender por qué se cambiaron de bando.
¿Y qué decir de los vencedores de la guerra en Libia, que inmediatamente anunciaron el restablecimiento de la sharia?
Estos ejemplos, que pueden parecer sorprendentes, son frecuentes. Pero los casos de quienes se pasaron del bando prooccidental al bando antioccidental son mucho más numerosos.
Como siempre, las potencias coloniales se han aliado a las fuerzas que no podían triunfar sin su ayuda, que en este caso son los partidarios de un mundo obsoleto. Pero Estados Unidos no previó las consecuencias de esa decisión. Los estrategas estadounidenses pensaron solamente en sus intereses imperialistas a corto plazo. Y hoy tratan de surfear sobre la ola de violencia que ellos mismos desataron pero que ahora los sobrepasa, al igual que abruma a los pueblos implicados.
Nadie podrá apagar el incendio que hoy consume el mundo árabe porque este último ha cambiado demasiado rápido. Nadie puede escapar a la cuestión de los derechos de la mujer.
En Occidente la producción industrial de condones comenzó en 1844. Pero hubo que esperar hasta la aparición de la epidemia de sida, siglo y medio más tarde, para que los países occidentales autorizaran la publicidad sobre ese medio de contracepción. El diafragma contraceptivo se inventó en 1880 y el uso del dispositivo contraceptivo intrauterino conocido como “T de cobre” se extendió durante los años 1930. La píldora contraceptiva apareció en los años 1950.
El control de la fecundidad transformó profundamente la vida de las parejas heterosexuales. Los matrimonios “pactados”, que hasta la Primera Guerra Mundial eran la norma en Occidente, cedieron el lugar al matrimonio por amor después de la Segunda Guerra Mundial. La sociedad occidental aceptó entonces la homosexualidad, que anteriormente describía como una relación «contra natura», a pesar de que ya estaba científicamente comprobado que existía entre todos los mamíferos estudiados y en muchas otras especies [1].
En un regreso al pasado, desde los acontecimientos que marcaron la Francia de mayo de 1968, las sociedades occidentales influenciadas por la «sociedad de consumo» hoy generalizan los divorcios múltiples. Ya no son solamente las mujeres sino los dos sexos quienes son considerados como productos de consumo perfectamente desechables. Por vez primera en la historia de la humanidad, la poligamia se convierte en un hecho social aunque se disimula a través de su extensión en el tiempo. Dicho de otra manera, cada cual puede tener todas las mujeres o esposos que quiera, a condición de que no sea simultáneamente.
Al mismo tiempo, las feministas, que antes luchaban por la liberación de la mujer, a menudo se dedican a confinarlas nuevamente, sólo que ahora las encierran en papeles masculinos. Afirman que, aunque son físicamente diferentes entre sí, los dos sexos son absolutamente idénticos y niegan la existencia de personas intersexuales (en uno de cada 700 casos existen personas con órganos genitales femeninos que no son portadoras de cromosomas XX sino XXY, en uno de cada 20 000 casos hay personas con órganos genitales femeninos que son portadoras de cromosomas XY, considerado el cromosoma que identifica al sexo masculino) [2].
Esta es la visión del mundo representada en Estados Unidos por la abogada feminista Hillary Clinton, convertida en secretaria de Estado y principal artífice de las «primaveras árabes». Esta ideología está imponiéndose en Francia con el Partido Socialista, actualmente en el poder, y su concepción del «matrimonio para todos» y la «paridad»: en las últimas elecciones ningún candidato podía presentarse solo sino que tenía que formar un «binomio» con otro ciudadano legalmente reconocido como del sexo opuesto.
Lo que Occidente ha vivido con enormes dificultades a lo largo de 2 siglos, el mundo árabe ha tenido que vivirlo en una sola generación.
Si bien los partidarios de Arabia Saudita son generalmente musulmanes sunnitas, mientras que los de Irán pertenecen a todas las comunidades religiosas, existen numerosas excepciones que no pueden explicarse únicamente a través de la actitud ante la contracepción.
En el siglo XIX, las Iglesias cristianas eran violentamente contrarias a la contracepción. En 1958, el papa Pío XII condenaba la píldora contraceptiva. Pero en 2015, el papa Francisco pondera la «paternidad responsable» y critica a los cristianos que «se reproducen como conejos». Hace poco, la Iglesia católica enseñaba aún que la homosexualidad era un pecado contrario al «plan de Dios». Hoy en día el papa Francisco declara que no se siente en condiciones de juzgar a los homosexuales.
Pero la evolución de la mentalidad no ha terminado aún ya que muchos cristianos siguen considerando el aborto durante las primeras semanas del embarazo como un asesinato, aunque Santo Tomás de Aquino demostró –desde el siglo XIII– que un feto de varias semanas no podía ser un ser humano. El apoyo de jóvenes musulmanes occidentales al Emirato Islámico demuestra que Europa todavía no ha ganado la batalla de la «paternidad responsable».
Hace 4 años que vengo analizando las estrategias de los Estados ante las «primaveras árabes». Pero hoy compruebo que los pueblos ya no obedecen a quienes los manipulaban. Lo que mueve a la gente es otra fuerza, aún más poderosa, que se apodera de los individuos sin que estos se den cuenta y los desencadena.
A partir de 1936, el III Reich creó los Lebensborn, establecimientos dependientes del ministerio de Agricultura, encargados de la “producción y crianza” de jóvenes «arios» por cuenta de las SS.
Quizás deberíamos releer nuestra propia historia a la luz de lo que hoy sucede en el mundo árabe. Comprobaríamos entonces con el mismo estupor que, durante la Segunda Guerra Mundial, los Aliados (el Reino Unido, la Francia libre, la Unión Soviética y Estados Unidos) vivieron movimientos feministas y concedieron diversas responsabilidades a las mujeres mientras sus hombres morían en los campos de batalla. Mientras tanto, las potencias del Eje (Alemania, Italia, el Estado Francés que colaboraba con los nazis y Japón) prohibían estrictamente la contracepción y se obstinaban, a pesar de todo, en mantener a la mujer al margen de toda responsabilidad.


[1] El problema es que durante siglos los investigadores occidentales definieron la sexualidad animal únicamente como un comportamiento reproductivo, a pesar de que Aristóteles ya había observado la existencia de parejas de perdices en las que ambos individuos pertenecían al mismo sexo. Desde los años 1990 se han realizado numerosos estudios sobre más de 1 500 especies. Y se han encontrado resultados completamente diferentes al analizar detenidamente el ritual de cortejo sexual, el afecto, la vida en pareja y la educación familiar. Biological Exuberance: Animal Homosexuality and Natural Diversity, Bruce Bagemihl, St. Martin’s Press (1999). En 2006, la universidad de Oslo organizaba una importante exposición, Against Nature? - an exhibition on animal homosexuality, sobre ese tema. Estos trabajos dieron lugar a una nueva discusión sobre la teoría de la evolución y científicos como Joan Roughgarden elaboraron el concepto de «selección social» para reemplazar el de «selección sexual».Evolution’s Rainbow: Diversity, Gender and Sexuality in Nature and People, University of California Press (2004).
[2] Existe una gran cantidad de casos diferentes que van desde personas que presentan simultáneamente características biológicas inherentes a los dos sexos sin que pueda decirse con certeza a qué sexo pertenecen hasta, por otro lado, personas cuyo cariotipo no corresponde a su apariencia física. Lo único claro es que algunos individuos no son exactamente hombres ni exactamente mujeres.

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