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Por razones que desbordan nuestra idiosincrasia, los cubanos somos propensos a simplificar el cuadro generacional de la nación. Luego Cuba y sus cuestiones resultan siempre del antagonismo entre los jóvenes y los viejos…
El discurso mediático, por ejemplo, ha calado nuestro subconsciente hasta reducirnos la vista al espectro bidimensional donde solo existen buenos contra malos, poderosos contra desposeídos, imperios contra revoluciones, etc.
Las discusiones de política (a nivel de calle) pueden ilustrar el punto: mucha gente se refiere al gobierno como "estos viejos…", y otros a los disidentes o ciudadanos críticos como "esos jovencitos…", casi siempre en tonos tendenciosos, pues el respeto al otro no es justamente nuestra mejor virtud.
Pero los conflictos generacionales parecen ser más que pura imaginación: la convivencia forzosa de familias de distintas generaciones bajo el mismo techo— y ante la precariedad de la vida diaria— es una característica básica de la sociedad cubana contemporánea.
Por otra parte, algunas de las dinámicas demográficas de los últimos años amplifican la brecha entre generaciones.
En este sentido las tendencias más evidentes son el envejecimiento poblacional, el decrecimiento de la tasa de fecundidad, y el incremento de la emigración juvenil y de fuerza de trabajo calificada.
Son indicadores que invitan a figurarse con cierta inquietud la futura composición de la ciudadanía.
Cuba tiene una de las tasas de mortalidad infantil más bajas del continente, pero esta garantía no ha sido suficiente para animar a las parejas a procrear: la tasa de fecundidad es igualmente baja.
El problema es reconocido por las autoridades, que lo refieren como una "tendencia común de sociedades desarrolladas" y un resultado de la emancipación de la mujer.
Pero las dificultades más mencionadas por la gente no son la superación profesional o las ganas de disfrutar de una larga juventud, sino la falta de estabilidad económica y medios de vida para afrontar la maternidad.
El envejecimiento de la población también forma parte de los retos demográficos del país, y es acaso al que mejor atención se le presta.
Las nuevas construcciones, por ejemplo, respetan más el derecho de los adultos mayores a circular por ellas, y hasta las postales por el Día del Amor incluyeron esta vez en sus diseños al amor en la tercera edad.
El 18% de los cubanos tienen hoy más de 60 años, y la esperanza de vida al nacer ronda los 78 años. Después de Uruguay, Cuba cuenta con la población más envejecida de la región, y con el mayor número de longevos.
La emigración juvenil y el éxodo de profesionales, en cambio, no gozan del reconocimiento explícito del gobierno: obviamente no es algo de lo cual pueda sentir orgullo, acaso porque no es "tendencia común de sociedades desarrolladas".
En consecuencia no hay políticas públicas dirigidas a frenar la emigración de los jóvenes.
Para los que deciden permanecer en Cuba, la "fuga de amigos" es traumática. Tanto que en un contexto futuro de elecciones con pluralidad de actores, me atrevo a augurarle un buen camino al candidato que prometa trabajar por el retorno de los jóvenes de aquí que andan regados en el mundo.
Tampoco existen políticas claras para contener el éxodo de profesionales. La salud es, de todos, el renglón más doloroso por la naturaleza del déficit que provoca.
Los medios oficiales se refieren de vez en cuando al "robo de cerebros" como algo que nos golpea, pero el concepto pierde fortaleza cuando el ladrón no es ya una potencia económica mundial, sino cualquier país del planeta capaz de justipreciar el trabajo de un profesional de la salud.
Tras la reforma migratoria que eliminó restricciones para salir del país, muchos médicos han puesto sus mirillas en las llamadas "misiones privadas", que consisten en conseguir contratos y visados para laborar en otros países.
El asunto ha comprometido la calidad de los servicios de salud pública en la Isla, y mermado el entusiasmo de los médicos a la hora de enrolarse en las misiones del gobierno.
Por Alejandro Rodríguez. Alejandro Navarro es un joven cubano emprendedor, que dejó el periodismo para dedicarse a su negocio privado. Vive en Camagüey, una provincial en el centro de la isla.
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