martes, 31 de marzo de 2015

El nacionalismo irlandés

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EL NACIONALISMO IRLANDÉS

Por Patrick Pearse
El texto que les presentamos forma parte del ensayo político “El pueblo soberano”, escrito por Pearse en marzo de 1.916, un mes antes de la insurrección.
La insurrección de Pascua de 1.916 surgió de la alianza del nacionalismo revolucionario, representada por P. Pearse, con el socialismo popular, repre­sentado por James Connolly.
Algunos días después de su arresto, Pearse fue fusilado junto a los otros jefes de la insurrección. Sus cuerpos fueron enterrados en cal viva para que los irlandeses no pudieran conservar reliquias de sus héroes.

La independencia nacional supone la soberanía nacional. La soberanía nacional posee una doble naturaleza, a la vez interna y externa. Significa la soberanía de la nación sobre todos sus componentes, sobre todas las personas y sobre todo lo que está en la nación: significa la soberanía de la nación opuesta a todas las otras naciones. La nacionalidad es un hecho espiritual, pero la expresión nacional conlleva la libertad de movimientos y la fuerza física encargada de proteger la libertad de movimientos es necesaria para la perennidad de la nación. Sin ella la nación se hunde, se debilita y al final puede morir. Sólo una nación muy firme, una nación como Irlanda cuyo poder espiritual e intelectual es muy grande, puede vivir sin ella más de varias generaciones, pero sin libertad; incluso una nación igual de testaruda que Irlanda acabaría sin duda muriendo. Así pues, la libertad de movimientos significa precisamente el control de las condiciones necesarias para una vida sana y vigorosa. Resulta evidente que esto es en parte material, y por tanto, la libertad nacional supone el control de las condiciones necesarias para una vida sana y vigorosa. Resulta evidente que esto es en parte material, y por tanto la libertad nacional supone el control de las cosas materiales esenciales para la supervivencia material y para la libertad de la nación. En consecuencia, la soberanía de la nación se extiende no sólo a todos los hombres y mujeres de la nación, sino también a todas la posesiones materiales de al nación, el suelo nacional y todos sus recursos, todas la riquezas y los medio de producción de la nación. En otras palabras, no hay ningún derecho privado de propiedad en contra del derecho público de la nación. Pero la nación tiene la obligación moral de utilizar su derecho público para asegurar a todos los hombres y mujeres de la nación los mismos derechos y las mismas libertades. El conjunto está autorizado a buscar la felicidad y la prosperidad del conjunto, por ello debe buscarse con el fin de permitir a cada uno de tos individuos que componen el conjunto, el acceso a la felicidad y a la prosperidad, una felicidad y prosperidad compatible al máximo con la felicidad y la prosperidad de resto.
Podemos resumir todo esto en algunas simples frases:
  1. El objetivo de la libertad es la felicidad humana.
  2. El objetivo de la libertad nacional es la libertad individual, es decir, la felicidad individual.
  3. La libertad nacional supone la soberanía nacional.
  4. La soberanía nacional supone el control de todos los recursos morales y materiales de la nación.
He insistido en el hecho espiritual de la nacionalidad: he insistido en la necesidad de libertad de movimiento para la continua preservación de este hecho espiritual en un pueblo vivo; insisto ahora en la necesidad de un control completo de los recursos materiales de la nación, para que esta libertad sea completa. Creo que así doy el lugar y la importancia que hay que dar a lo que llamamos “el fundamento material de la libertad”. Los recursos materiales de una nación no son la nación, al igual que la alimentación del hombre no es el hombre. Sin embargo, los recursos materiales son tan necesarios para la vida de una nación como lo es la alimentación para la vida del hombre.
Proclamo que la soberanía nacional sobre los recursos de una nación es absoluta, pero que, claro está, tal soberanía debe ejercerse para el bien de la nación y sin prejuicios en lo que concierne a los derechos de las otras naciones, ya que la soberanía nacional, tal como todo lo que existe, debe obedecer las leyes de la moral.
El bien de la nación es, finalmente, el bien de los individuos, hombres y mujeres, que componen la nación. Concretemos qué es una nación. Lo son los hombres y las mujeres, todos sus hombres y mujeres sin excepción. Normal­mente los hombres y las mujeres de la nación tienen los mismos derechos, pero un hombre o una mujer pueden perder sus derechos si se convierten en renegados de su país. Ninguna clase social de la nación tiene derecho a privilegios superiores a las otras clases, si la nación no lo consiente. El derecho y el privilegio de dictar o aplicar las leyes no pertenece a ninguna clase social concreta de la nación, si no que pertenece a la nación entera, es decir, a todo el pueblo, y no puede ejercerse legítimamente más que por aquellos que han sido designados por todo el pueblo. El derecho de controlar los recursos materiales de una nación no pertenece a ningún individuo ni a ninguna clase social, si no que pertenece a la nación entera, es decir, a todo el pueblo, y no puede ejercerse legítimamente más que por aquellos que han sido designados por todo el pueblo y de la manera que indique el pueblo entero. Insisto en que ningún derecho individual puede estar por encima del derecho del pueblo entero; pero el pueblo, al ejercer sus derechos soberanos, se ha comprometido moralmente a respetar los derechos individuales, actuar bajo el signo de la igualdad de la misma manera con sí mismo que con los otros miembros, al igual que velar para que esta equidad entre los individuos se respete.
Insistir en el control soberano de la nación sobre la propiedad en el interior de los límites nacionales no significa rechazar el derecho a la propiedad privada. Corresponde a la nación determinar en qué medida sus miembros pueden disfrutar de la propiedad privada. Corresponde a la nación determinar en qué medida sus miembros pueden disfrutar de la propiedad privada, y en qué recursos materiales de la nación puede autorizarse. Una nación puede, por ejemplo, considerar, como fue el caso de la nación irlandesa libre durante siglos, que la propiedad privada de la tierra no debe existir, y que el conjunto del suelo nacional es propiedad colectiva de la nación. Una nación puede considerar, como es el caso de numerosas naciones modernas, que todos los medios de transporte en los límites territoriales, todas las vías de tren y los canales, son propiedad colectiva de la nación, y deben regirse por la nación para el provecho de todos. Una nación puede ir más lejos y considerar que toda fuente de riqueza, cualquiera que sea, es propiedad nacional, que todos los individuos deben ponerse al servicio del bien común, y deben ser remunerados por ello por la nación de forma adecuada, y que todas las riquezas sobrantes deben ir a parar al tesoro público y ser utilizadas para objetivos nacionales, antes que acumularse en los bolsillos de algunos individuos. No hay nada de divino ni de sagrado en ninguna de estas proposiciones, se trata de asuntos puramente humanos, sujetos a discusión y a ajustes entre los miembros de una nación, asuntos en los que la decisión final pertenece a la nación entera, asuntos en los que la nación entera puede revisar o anular sus decisiones, en base al interés general. No rechazo el derecho de propiedad privada, pero insisto en el hecho de que toda propiedad sea sometida a la aprobación nacional.
Repito de nuevo que el pueblo es la nación: el pueblo entero, todos sus hombres y mujeres, y en cuanto a las leyes establecidas o las acciones realizadas por los que pretenden representar al pueblo, pero que no habrían sido jamás designados por éste, ni implícita ni explícitamente, estas leyes y estas acciones no tienen nada que ver con el pueblo; hay que considerarlas como una usurpación, una impertinencia, sin ningún valor. Por ejemplo, un gobierno de capitalistas, un gobierno de clérigos, un gobierno de hombres de leyes, de nómadas, o de borrachos o de personas nacidas en martes, no representa al pueblo, no corresponde al pueblo a menos que haya sido elegido y aceptado por el pueblo para representarlo y gobernarlo; y en este caso, pasa a ser el gobierno legítimo del pueblo, y durará hasta que éste ponga fin a su mandato. Así pues, el pueblo, si es inteligente, no elegirá a sus legisladores y administradores sobre bases tan arbitrarias y fantasiosas como la posesión de un capital, el hecho de ser borracho, o el de ser nacido en martes, ya que un gobierno designado de esta forma o representante ante todo (aunque no sea deliberadamente) de los capitalistas, de los borrachos o de las personas nacidas en martes, dictará leyes y gobernará inevitablemente a favor de los capitalistas, los borrachos o las personas nacidas en martes, según el caso. El pueblo, si es inteligente, escogerá como legisladores y administradores a hombres y mujeres real y plenamente representativos de todos los hombres y mujeres de la nación, de los que no poseen nada y de los que poseen algo. Considerarán que el azar llamado “propiedad”, “capital”, “riqueza”, la pose­sión de lo que se denomina un “desafío”, no dificulta automáticamente el derecho de representar al pueblo, más que el azar de ser un borracho o de haber nacido en martes. Y para que el pueblo pueda escoger como legislado­res y gobernantes hombres y mujeres que lo representen real y plenamente, la elección debe caer siempre en manos del pueblo entero. En otras palabras, cuando él pueda si así lo quiere, en el ejercicio de su derecho soberano, conceder el mandato a una casta cualquiera, es decir, adoptar un sistema de electorado limitado, deberá, si es inteligente extender el electorado lo máximo posible, y dar el derecho de votar a todos los adultos sanos de espíritu. Restringir el derecho de voto de una forma o de otra significa preparar una usurpación futura en los derechos del pueblo soberano. El pueblo, es decir, el pueblo entero, debe permanecer soberano, no sólo en teoría, sino también en la práctica.

Afirmo pues, el derecho divino del pueblo “el don de Dios a Adán y sus pobres hijos para siempre”, a poseer y a conservar esta buena tierra. Afirmo que las naciones, que representan la encarnación de los pueblos organizados, son soberanas y sagradas. La nación es una división natural, tan natural como la familia, e igual de inevitable. Es la razón por la cual una nación es sagrada y el porqué un imperio no lo es. Una nación se caracteriza por sus nexos naturales, nexos místicos y espirituales, nexos humanos y nexos afectivos, en cambio un imperio como mucho sólo tiene nexos de intereses mutuos, y en el peor caso, se mantiene por la fuerza brutal. Una nación es una familia a mayor escala, en cambio un imperio es una empresa comercial a mayor escala. La nación procede de Dios, en cambio, el imperio procede del hombre, si no es que se trata del diablo.

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