Erdogan tendría como objetivo inequívoco la implementación del Estado Islamista-Erdoganista en el 2016, lo que supondría el finiquito del Estado Secular que en 1923 implantó el Padre de la Turquía Moderna, Mustafa Kemal.
Él creía que “el secularismo y la europeización de Turquía eran los medios más aptos para transformar su país en una nación industrial moderna”, con lo que el kemalismo dejó como herencia una crisis de identidad en la sociedad turca, (europeizada pero no integrada en las instituciones europeas y musulmana pero extraña al mundo islámico). Turquía se convertiría de facto en un régimen autocrático, especie de dictadura invisible sustentado en sólidas estrategias de cohesión (manipulación de masas), control de los medios de comunicación y represión social, síntomas evidentes de una deriva totalitaria que se se plasmaría en pinceladas como la implantación de la enseñanza del Corán en la escuela Primaria y las severas restricciones a la libertad de expresión en forma de cierre de medios de comunicación y encarcelación de periodistas opositores (según Reporteros sin Fronteras, Turquía ocuparía el puesto 149 en el Índice Mundial de Libertad de Prensa en el 2015).
Erdogan, la bestia negra de Putin
Erdogan se negó a participar en las sanciones occidentales contra Moscú y compró a China misiles de defensa antiaérea HQ-9 y manifestó su deseo de integrarse en la Nueva Ruta de la Seda permitiendo inversiones del Banco Industrial y Comercial de China (ICBC) por lo que Erdogan sería un obstáculo para el diseño de la nueva doctrina de EE.UU. En efecto, la nueva doctrina geopolítica de Erdogan pretende dejar de gravitar en la órbita occidental y convertirse en potencia regional, lo que implica que la lealtad a los intereses anglo-judíos en Oriente Próximo estaría en entredicho debido al previsible apoyo de Erdogan a la facción palestina HAMAS y a los Hermanos Musulmanes y al consiguiente enfrentamiento con Israel y Egipto así como la guerra sin cuartel declarada contra el PPK kurdo y su aliado sirio el PYD que chocaría con la nueva estrategia geopolítica de EE.UU. para la zona pues la obsesión de Erdogan sería impedir el surgimiento de una autonomía kurda en Siria que sirva de plataforma al PKK por lo que el Congreso turco habría aprobado una ley que permite al Ejército turco (TSK) entrar en Siria e Irak para combatir a “grupos terroristas”, eufemismo bajo el que se englobarían no tanto el EIIL como el PKK y el PYD kurdo-sirio, aliado y hermano del PKK.
La frontera turco-siria sería el paso natural de los grupos extremistas para abastecerse de armamento y sufragar el mantenimiento de sus operaciones militares mediante la venta de petróleo a precios irrisorios, términos reconocidos por el general Wesley Clark quien según la televisión libanesa de Hezbolá (Almanar) reconoció que “Turquía apoya al autodenominado Estado Islámico —en referencia a la banda terrorista tafkirí EIIL (Daesh, en árabe)— aunque nunca lo reconocerá” pero los bombarderos rusos sobre los tanques petrolíferos del EIIL supondrían un misil en la línea de flotación de los pingües beneficios obtenidos por Turquía mediante la reventa del crudo exportado por los extremistas. Sin embargo, la Administración Obama estaría estudiando implementar el llamado Plan Biden-Gelb, aprobado por el Senado de EE.UU. en el 2007 y rechazado por Condolezza Rice, Secretaria de Estado con George W. Bush, que preveía la instauración en Irak de un sistema federal con el fin de evitar el colapso en el país tras la retirada de las tropas estadounidenses y proponía separar Irak en entidades kurdas, chiíes y sunitas, bajo un gobierno federal en Bagdad encargado del cuidado de las fronteras y de la administración de los ingresos por el petróleo. Así, tendríamos el Kurdistán Libre presidido por Masud Barzani con capital en Kirkust y que incluiría zonas anexionadas aprovechando el vacío de poder dejado por el Ejército iraquí como Sinkar o Rabia en la provincia de Nínive, Kirkuk y Diyala así como todas las ciudades de etnia kurda de Siria liberadas por la insurgencia kurda del PYD sirio (región autónoma de Rojava) y el sudeste de Turquía controlado por el PKK. El nuevo Kurdistán contará con las bendiciones de EE.UU. y dispondrá de autonomía financiera al poseer el 20 % de las explotaciones del total del crudo iraquí con la “conditio sine qua non” de abastecer a Turquía, Israel y Europa Oriental del petróleo kurdo a través del oleoducto de Kirkust que desemboca en el puerto turco de Ceyhan.
La miopía política de Erdogan le habría llevado a planificar el derribo del caza ruso SU-24 en la creencia de que contaría con el respaldo inequívoco de la OTAN y de EE.UU. y en el paroxismo de su paranoia geopolítica, Erdogan habría provocado el resurgimiento del contencioso armenio-azerí en forma de las primeras escaramuzas militares en la región del Alto Karabaj, (lo que de facto significa la ruptura del Tratado de Kars entre la URSS, Turquía, Georgia, Azerbaiyán y Armenia (1.921), con el que se ponía fin al enfrentamiento militar armenio-azerí de Nagorno Karabaj), convirtiéndose así Erdogan en la “la bestia negra” de un Putin que esperará pacientemente el momento de tomarse su venganza. Ello, aunado con el chantaje económico a la UE en el tema de los refugiados terminará convirtiendo a Erdogan en un paria internacional y un aliado inseguro para EE.UU., por lo que no sería descartable que el ejército turco (TSK) protagonice un nuevo golpe “virtual” o “posmoderno” que acabaría con el mandato de Erdogan, (rememorando el ‘golpe blando’ de 1997, cuando los generales kemalistas arrebataron el poder al Gobierno del presidente Necmettin Erbakanpor, quien lideraba una coalición islamista), golpe que contaría con las bendiciones de Washington al haber dejado Erdogan de ser un peón útil para EE.UU., pues la nueva estrategia geopolítica del Pentágono se basará en la implementación de “golpes virtuales o postmodernos“ en los países de la zona (Egipto) con el objetivo de sustituir a los regímenes islamistas surgidos de las urnas por regímenes militares presidencialistas en el marco del nuevo escenario geopolítico mundial surgido tras el retorno al endemismo recurrente de la Guerra Fría entre EE.UU. y Rusia, quedando Siria y Turquía como portaaviones continentales de Rusia y EE.UU. respectivamente.
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