En 2015 se celebraron elecciones, presidenciales y/o parlamentarias, en trece países de África subsahariana. En Benín, Comoros, Costa de Marfil, Guinea, Seychelles, Sudán, Tanzania, Togo y Zambia, los partidos y/o presidentes en el poder conservaron el gobierno – o sus mayorías parlamentarias. Sólo en Nigeria y Lesotho se produjo alternancia – en Nigeria, por la victoria un antiguo general que ya detentó la presidencia a mediados de los ochenta.
En Burkina Faso, las elecciones de noviembre resultaron singulares por lo ocurrido en los meses previos. En septiembre, militares leales al depuesto Blaise Compaoré perpetraron un golpe de estado. El golpe fue abortado por oficiales leales al gobierno legítimo, pero también por la movilización callejera de movimientos sociales y partidos, en particular la plataforma Le Balai Citoyen. Paradójicamente, las elecciones presidenciales las ganó Roch Marc Kaboré, un antiguo primer ministro que desertó en 2014 de las filas de Compaoré, tras haber servido al dictador como ministro, primer ministro, presidente de la Asamblea Nacional, y del partido hasta 2012.
Así pues, las trece elecciones de 2015 sólo produjeron en realidad dos resultados: la reelección de un gobernante o la alternancia dentro del círculo de las élites. En este segundo caso, y como ya ocurriera en Ghana (2000 y 2008), Senegal (2000 y 2012) y Zambia (1991 y 2011), el poder pasó a otro integrante de las élites políticas y económicas; en un par de ocasiones, incluso a un antiguo ministro o primer ministro – casos de Senegal en 2012 y Burkina Faso en 2015.
Sin embargo, veinte años de multipartidismo en África no han otorgado todavía una victoria a un partido ajeno a las élites económicas y políticas. Ninguna plataforma popular y populista ha sido capaz de disputar el gobierno con garantías de éxito. En todo caso, movimientos populares – no partidos – han sabido explotar en su provecho la animadversión pública contra las élites políticas, entonando el “que se vayan todos”, como por ejemplo en Kenia y Angola. El movimiento Y’en a Marre fue decisivo en la derrota del presidente senegalés Wade en 2012.
Ilustración 2. Cartel llamando al monitoreo electoral ciudadano en Burkina Faso, impulsado por Le Balai Citoyen
La pregunta, por tanto, no sería dónde están los partidos africanos populistas y anti-establishment – que como ya hemos visto, son virtualmente inexistentes. Ante la exclusión y la pobreza de expectativas generalizadas, la pregunta sería más bien por qué los Podemos africanos no han surgido todavía. Se podría aducir que no existe una clase media que se haya empobrecido progresivamente y que comience a cuestionar la legitimidad del régimen. O que, dado el reducido número de alternancias en el poder, no se ha podido extender todavía el convencimiento de que los traspasos de poder dentro de la élite nunca reportarán cambios sustantivos. Sin embargo, ambas argumentaciones presentan serios problemas. En particular, presuponen que el mecanismo tras el surgimiento de Podemos africanos habría de ser necesariamente similar al caso español, lo que resulta tanto improbable como etnocéntrico.
Se podría señalar igualmente – tal como hace el libro Africa Uprising – al estatus subalterno de las clases populares africanas. En particular, los costes de entrada en el sistema político, la represión policial sobre clases populares y políticos de la oposición, o la desigual presencia a lo largo del país explicarían no ya la ausencia de partidos populistas sino la escasez de movimientos sociales rupturistas. Ello explicaría que la praxis populista de las clases más populares, que se remonta a los movimientos por la independencia africana de la postguerra, transcurra relativamente ajena a la política institucionalizada de los partidos que compiten en las elecciones. Y que se exprese únicamente en protestas intermitentes – esporádicas revueltas causadas por subidas exponenciales en el coste de los alimentos o la gasolina, como los vistos a finales de los 2000.
Sin embargo, existe seguramente un factor de más peso: la mayor dificultad para el avance del populismo rupturista es que las propias élites gobernantes ya son populistas. O, dicho de otro modo, que los gobernantes africanos eligen con frecuencia las estrategias populistas como medio para granjearse el voto popular. Así ocurrió en varias elecciones recientes, como las de Zambia, Sudáfrica, Senegal y Kenia, en las que las promesas de insumos agrícolas, carreteras o electricidad estuvieron a la orden del día. No resulta extraño por lo tanto que la oposición tenga dificultades para hacer bandera del populismo. Algo así ocurrió en las elecciones en Tanzania de 2015. El partido moderadamente populista de Zitto Kabwe, candidato carismático y muy popular por su lucha contra la corrupción, quedó muy lejos de los tres primeros partidos en las elecciones legislativas. A pesar de generar un cierto relato rupturista y anti-establishment, Kabwe no supo ofertar propuestas marcadamente diferentes de las del partido en el gobierno. No pudo por lo tanto arrebatar al antiguo partido único el monopolio del legado retórico populista de Nyerere, un activo político crucial en Tanzania. En definitiva, esta última explicación sugiere – à la Errejón – que resulta extremadamente complicado articular una plataforma populista exitosa cuando ésta no es capaz de arrebatar al oponente la hegemonía, al menos discursiva, sobre el discurso populista.
Entonces, y dadas las barreras que interponen tanto el sistema político como los partidos gobernantes o la policía, ¿no vamos a contemplar el surgimiento de uno o varios partidos populistas africanos en los próximos años? Hay poderosas razones para pensar que será así, como hemos visto. Sin embargo, si la praxis populista es frecuentemente un monocultivo del gobierno, el terreno de las narrativas está en disputa. Varias plataformas populares se reivindican como parientes de luchas como los indignados, el 15M u Occupy: es el caso de LUCHA y Filimbi en la República Democrática del Congo, Le Balai Citoyen en Burkina Faso, o Y’en a Marre en Senegal, que reclaman abiertamente su identidad ‘indignada’. Si la práctica partidista del populismo 1.0 es esencialmente gubernativa, narrativas alternativas de populismo 2.0 se están abriendo paso. Estas últimas, además, indudablemente reinterpretan y conectan los repertorios de protestas en África con primaveras e indignaciones de todo del mundo. Igualmente, se alimentan de discursos y formas de protesta puestos en práctica en África en los 50, los 80 y los 2000. A día de hoy multitud de movimientos sociales africanos están adoptando un renovado discurso populista como eje central de su agenda de transformación política. Otra cuestión son las barreras que erija el sistema político. Si no surgen Podemos africanos, no será por falta de núcleos irradiadores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario