El heredero de Rafiq Hariri, Saad, que fue primer ministro, como su padre, y es líder de la Corriente del Futuro en el Líbano, acaba de ver como su empresa saudí (Saudi Oger) ha ido a la bancarrota. Casi 56.000 empleados esperan ser pagados desde hace meses. Los más desafortunados son los ciudadanos franceses, cuyas cuentas están al descubierto. Algunos han visto como sus permisos de permanencia en Arabia Saudí era anulados y cientos de familias francesas son incapaces de salir del territorio saudí si no pagan antes sus deudas.
El embajador francés, Bertrand Besancenot, nombrado en Julio de 2007 y mantenido en su puesto por una duración excepcional a petición de la familia real, ha escrito una carta al millonario libanés para intentar solucionar el tema. El propietario de Saudi Oger ha prometido que todo estará arreglado a partir de marzo.
Hariri acaba de visitar Beirut por tercera vez desde su partida en 2011 con ocasión del aniversario del asesinato de su padre. Él no ha tenido problema para volver a París donde vive habitualmente a pesar de la situación de los franceses de su compañía en Arabia. Con ocasión de su paso furtivo por la capital libanesa, el jefe del clan Hariri dirigió una súplica “al rey Salman y a los líderes de los países de Cooperación del Golfo para que no abandonen al Líbano y continúen ocupándose del país”.
Esta petición a su padrino saudí oficializa lo que todo el mundo sabía desde hace años: el total vasallaje de Hariri hacia Riad.
En este contexto, la bajada de los precios del petróleo ha incrementado la presión sobre los miembros de la familia real saudí, que están descontentos por el papel jugado por Hezbolá y sus aliados políticos (en particular por el partido cristiano de Michel Aún) en el Líbano y han decidido castigar al país.
Ayer, el Líbano era la base de retaguardia de los terroristas sirios que actuaban contra Damasco. Hoy, es Damasco el que utiliza al Líbano para apoyar la reconquista definitiva de las provincias de Alepo e Idleb. Y los saudíes y sus aliados turcos ya no pueden proporcionar tantos fondos y armas a los terroristas o “rebeldes moderados”, que están estrechamente entrelazados con el Frente al Nusra, la rama de Al Qaida en Siria, para luchar contra Bashar al Assad. Y la coalición terrorista retrocede.
Empantanados en Yemen, derrotados en Siria e ignorados por EEUU, los líderes saudíes están pagando las consecuencias de sus aventuras militares y su sectarismo anti-shií.
Francia, agobiada por algunas cuestiones de seguridad apremiantes (terrorismo y crisis migratoria) ha cambiado de ministro de Exteriores. Sin Laurent Fabius, el apoyo francés a la “rebelión” siria es cada vez más endeble.
Marginados por el acuerdo ruso-estadounidense sobre este tema, los aliados turcos y saudíes de París se impacientan con la falta de interés de Francia y su cálida bienvenida al presidente iraní, Hassan Rohani. Francia va, pues, a pagar su insostenible posición desde hace cinco años en Siria. El contrato de armamento saudo-francés en beneficio del Ejército libanés, estimado en 3.000 millones de dólares y pensado no para luchar contra el terrorismo sino contra Hezbolá, acaba de ser anulado por Arabia Saudí.
La política árabe de Francia, que había quedado reducida a un vasallaje hacia Arabia Saudí, se hunde definitivamente. La debilidad de la Casa de Hariri es el mejor símbolo de estos años oscuros de fracaso para la diplomacia de Francia, que optó por defender los intereses de las petromonarquías del Golfo en su guerra contra los shiíes. Y los resultados son ahora visibles.
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