¿Cuánta desesperanza, cuánto sufrimiento, cuánta vejación impune, cuánta sangre derramada puede contener un corazón humano antes de estallar?
“Todo cuanto poseo en presencia de la muerte, es furia y orgullo” Mahmoud Darwish
Ahmed al-Sarhi, fue ejecutado a sangre fría por un francotirador desde la cobarde distancia de la valla sionista que encierra a Gaza convirtiéndola en una cárcel, un oprobioso campo de concentración que -como si lo anterior fuera poco- es bombardeado rutinaria e impunemente por la monstruosa maquinaria de guerra sionista.
Con Ahmed ya suman quince las personas asesinadas por la ocupación israelí sólo en la Franja de Gaza desde el 9 de Octubre, incluyendo una niña de tres años y su madre embarazada, quienes murieron producto de un bombardeo israelí contra su hogar. En toda Palestina, desde comienzos del presente mes, ya han sido asesinadas 52 personas, entre éstas 12 niños. Cabe destacar que el asesinato sistemático de niños por parte de las fuerzas ocupantes no es un “error” o “daño colateral”, las cifras confirman sin ninguna duda que los niños palestinos son el principal objetivo militar de Israel.
Niños asesinados durante la masacre sionista contra Gaza en 2014. Mi foto en el hospital Mártires de Al Aqsa, en Deir Al Balah, zona central de la Franja de Gaza.
Pero no podemos limitarnos a enunciar nombres, números, datos, sin contextualizar lo que aquí en Palestina ocurre, la única causa de esta catástrofe: La salvaje ocupación a manos de una entidad colonial impuesta sobre territorio palestino a sangre y fuego con el apoyo irrestricto de las mal llamadas democracias occidentales. Los palestinos están siendo asesinados -y están defendiéndose- sobre su propia tierra, sobre la tierra de sus antepasados, no han salido a buscar la muerte, la muerte ha venido a ellos disfrazada de “conflicto religioso” cuando nada tiene de éste, es simple y llanamente colonialismo, robo de territorio, conquista y ocupación, y para ello la entidad sionista lleva a cabo una continua y terrorífica limpieza étnica.
El cuerpo sin vida de Ahmed Al Sarhi, asesinado por francotiradores de las fuerzas de ocupación sionistas el 20 de Octubre de 2015, en Al Bureij, Gaza (Foto: Ashraf Amra)
Entre las primeras víctimas de este genocidio se encuentra la verdad. Por eso es nuestro deber impedir que las grandes empresas mediáticas conviertan a los palestinos en “terroristas” que siempre “mueren” en el “curso de un ataque”. Veamos: No son “terroristas”, son un pueblo bajo ocupación ejerciendo su legítimo derecho a la defensa con todos los recursos -los escasísimos recursos- a su alcance. No “mueren”, son ejecutados a sangre fría por uno de los ejércitos más poderosos del planeta, o por ese otro ente paramilitar conformado por colonos altamente entrenados, fanatizados, armados hasta los colmillos. Y aquellos palestinos a los cuáles las corporaciones mediáticas describen, de manera descontextualizada, tendenciosa, malintencionada, como “muertos en el curso de un ataque” son en su mayoría jóvenes y adolescentes a los que el dolor, la furia, el orgullo, la dignidad, la impotencia ante las humillaciones constantes, han puesto un pequeño cuchillo de cocina entre sus manos.
Este hecho dramático -que los medios manipulan hasta convertirlo en un espectáculo grotesco dónde el verdugo se transmuta en víctima- no debe pasar desapercibido: ¿Cuánta desesperanza, cuánto sufrimiento, cuánta vejación impune, cuánta sangre derramada puede contener un corazón humano antes de estallar? ¿Qué terribles razones pueden llevar a un joven, a un adolescente, a tomar un cuchillo de cocina y hacerse ejecutar bajo las balas sionistas intentando una defensa inútil, un último y desesperado acto de rebelión en busca de justicia? Una justicia que le ha sido negada desde que nació, y que le será negada también en su muerte.
Tras el asesinato a mansalva de estos niños, jóvenes mártires, sobrevienen -con un ensañamiento bestial- otros crímenes: sus familias son golpeadas, linchadas, encarceladas, sus hogares demolidos, sus permisos de residencia anulados, toda una infame serie de castigos colectivos, ilegales y atroces que intentan acallar a un pueblo llevado al límite de su resistencia.
En el caso de la Franja de Gaza no son cuchillos de cocina las armas de la desesperación juvenil, aquí la ocupación no está presente cara a cara como en el resto de Palestina, se mantiene acechante y ataca desde la cobarde distancia de los barcos de guerra a pocas millas de la costa, aviones, helicópteros y drones en los cielos gazatíes, y por tierra rodeándonos con una valla sembrada de torretas, tanques, fusiles y toda clase de tecnología militar al servicio de la muerte. Por tanto las opciones de protesta y defensa se reducen, en este campo de concentración, casi a cero.
Entonces los jóvenes gazatíes, muchos de ellos adolescentes o todavía niños que ya sufrieron en carne propia tres brutales masacres contra esta arrasada franja de tierra palestina, encerrados durante toda su corta existencia, sometidos a torturas metódicas, humillados, despojados de toda esperanza y futuro, marchan hasta los límites mismos de su prisión en un ritual de sacrificio, a ofrecer el juvenil pecho inerme frente a las balas del ocupante, sin otro armamento que una piedra inofensiva, una bandera, su furia y su orgullo, los único que poseen en presencia de la muerte. Los niños, los jóvenes mártires de Gaza marchan a las fronteras de ésta su tierra, su cárcel, su cuna, su tumba, a ofrendar su breve vida de prisioneros anónimos, marchan a poner un fin digno a su terrible agonía.
Es nuestro deber que no se les asesine tres veces, sí, porque la colonia sionista conocida tristemente como “Israel” comete contra ellos un triple crimen: Primero el asesinato en sí, segundo la impunidad ante ese hecho, y tercero, tan o más terrible que los crímenes anteriores: calumniar a la víctima, convertirla en culpable de su propia muerte. Si no podemos evitar la masacre a la que está siendo sometido el pueblo palestino, al menos evitemos que la impunidad y la calumnia se ceben sobre la humanidad de estos jóvenes desesperados en búsqueda de justicia, o también, y más doloroso aún, de un escape rápido a tan prolongada tragedia.
Mientras usted lee estas líneas la ocupación sionista y el silencio internacional siguen enviando niños a la muerte.
Valeria A. Cortés desde Gaza, Palestina.
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