Rusia, con sus cazas y sus soldados, cambió en solo unos 15 días la escena estratégica de Siria y generó un desafío tan grande para EE.UU. en Oriente Medio que ya, poco a poco, los países de la región están cambiando su orientación política hacia Moscú.
En el siguiente artículo estudiaremos los objetivos que persigue Moscú a través de sus operaciones antiterroristas en Siria y los retos que se están presentando para Washington.
Restablecimiento del poderío ruso
En finales de la Segunda Guerra Mundial, en 1944, se creó el término ‘superpotencia’ para referirse a los Estados Unidos y a la Unión Soviética. En aquella estructura bipolar del sistema mundial, ambos países encabezaban dos bloques de poder; el Este y el Oeste, desde un punto de vista militar y económico. En 1991, junto con la caída de la Unión Soviética y la ideología del comunismo, Rusia perdió su activo papel en la escena internacional y EE.UU. pasó a ser la única superpotencia.
En la década de los 90, Rusia sufría una fuerte crisis económica y política, además de la inestabilidad interna, por lo tanto, no podía concentrarse en desempeñar un rol activo en la escena internacional ni podía rivalizar con Occidente por la débil economía con que contaba.
De hecho, en esa década, Rusia perdió su posición internacional por diferentes motivos: la caída del sistema imperial y el regreso a las fronteras del siglo 17, la recesión económica, la crisis social, la debilidad del Gobierno y del Ejército, entre otros factores.
No obstante, desde principios del año 2000, especialmente con la llegada al poder del presidente Vladimir Putin y la adopción de un enfoque realista hacia las cuestiones internas e internacionales, este decidió realzar la posición de su país de antigua superpotencia mundial. Para cumplir con ese objetivo, Moscú recurrió a dos estrategias: la energética y la multilateral y multipolar, para desafiar la posición de EE.UU. en el sistema mundial.
La estrategia multipolar se adoptó en reacción a las políticas unilaterales y hegemónicas de Washington en la arena internacional. Putin calificó la disolución de la Unión Soviética como la gran tragedia del siglo 20, por lo que, desde su llegada al poder, se opuso a la hegemonía de Washington. De esta forma, desde el 2000, de forma no palpable, y a partir de 2007, de forma clara, adoptó una política de resistencia ante el expansionismo estadounidense, teniendo en cuenta sus logros en diferentes campos, como el geopolítico y el geoeconómico.
Putin nunca reconoció el sistema unipolar en la escena internacional y lo calificó de contradictorio a sus intereses nacionales, de tal forma, en su discurso del año 2007, en la Conferencia de Múnich, dijo: “El sistema unipolar no solo no es aceptable, sino que su establecimiento en la situación actual es fundamentalmente imposible”.
En estas circunstancias, tuvo lugar la crisis ucraniana y la llegada al poder de líderes pro-occidentales en Kiev, en el año 2014. Una realidad que afectó seriamente la reputación de Rusia, por lo que, Moscú decidió demostrar su poderío y aceptó la adhesión de Crimea a su territorio, provocando las reacciones de Occidente, especialmente de EE.UU. que promovió las sanciones en su contra. No obstante, Putin no renunció a su postura y, un año después, decidió entrar directamente en la batalla de Siria, en un nuevo desafío a Washington.
La operación rusa en Siria, pese a la oposición de algunos países árabes regionales y de Occidente, pone de relieve que Moscú, al contrario de lo que sucedió con el Gobierno de Libia, entre otros derrocados por levantamientos populares, esta vez, no acepta negociar ningún plan que incluya la salida del presidente sirio, Bashar Al-Asad, considerado un aliado cercano. Además, su postura en este país podría interpretarse como un paso importante hacia la reconstrucción del poderío ruso en la escena regional e internacional.
La precaria situación en Siria y la extensión del terrorismo en la región, además del reconocimiento del fracaso de la llamada Coalición Internacional contra Daesh, contribuyeron al establecimiento del poderío ruso en la región mediante su operación en Siria.
Si bien Occidente no acepta la lógica de Moscú, basada en la permanencia de Asad en el poder, el cambio de la ecuación en ese país y la región y la cooperación del bloque ruso-sirio, junto a Irán e Irak, han desafiado el papel de decisión de la Casa Blanca. EE.UU., al decir que Rusia no debe atacar las posiciones de los llamados terroristas moderados, está reconociendo explícitamente la influencia rusa en la región. Además, aunque Moscú en la situación actual no cuenta con un poderío equiparable al de EE.UU., con efectividad y menor gasto, quiere aprovechar al máximo las máximas ventajas disponibles por la crisis fabricada por Occidente, raíz de la formación de terroristas y, así, presentarse ante la opinión pública mundial como promotor de la lucha antiterrorista.
No obstante, para conseguir sus objetivos, el Kremlin debe asumir también las consecuencias, es decir correr con los gastos de su operación en Siria, en la precaria situación económica que atraviesa, y enfrentarse a las amenazas de los terroristas de Daesh y otros grupos vinculados a éste dentro de su territorio.
Frutos de la operación rusa en Siria
Al parecer, las ventajas de la operación rusa son mayores que sus desventajas. Entre ella podemos mencionar el cambio de orientación política de países de la región de Oriente Medio hacia Moscú.
Rusia, en solo unos 15 días, cambió el escenario estratégico de Siria, de forma que el presidente del Parlamento, Mohamad Yihad al-Laham, anunció que el logro de los ataques rusos contra Daesh en 15 días supera un año de ataques de la coalición liderada por EE.UU. Esta situación puede propiciar que los países de la región aumenten su confianza en Moscú en lugar de EE.UU., a la hora de afrontar los problemas que sufren.
Una prueba de ello son las palabras del premier iraquí, Heidar Al Abadi, quien acogió con beneplácito semejante operación militar rusa dentro de su territorio. “El apoyo internacional es muy importante (…) Irak aceptará cualquier tipo de apoyo que venga desde cualquier parte porque es el único país que está luchando al día de hoy contra el terrorismo", dijo en una rueda de prensa.
Asimismo manifestó que si Rusia pretende realizar incursiones aéreas en Irak contra el grupo terrorista de Daesh, solo necesita el permiso del Gobierno de Bagdad. Se mostró sorprendido también por la oposición de las autoridades de ciertos países a una posible colaboración militar Moscú-Bagdad contra el terrorismo.
Por otro lado, el ministro de Defensa saudí, Mohammed bin Salman, se reunió con el presidente ruso, Vladimir Putin, para tratar el tema de Siria. Un evento que pone de relieve que Rusia, en solo dos semanas, pudo cambiar las ecuaciones regionales y sustituir a EE.UU. en su papel protagónico en Oriente Medio.
En este sentido, la revista estadounidense Foreign Policy afirma: "Moscú ya ha tomado la iniciativa tanto militar como diplomática (en la región). Las delegaciones de alto nivel de Arabia Saudita y otros poderes del Golfo Pérsico están llamando a las puertas de Putin, en lugar de llamar a las del Despacho Oval".
A esta situación, se debe añadir la visita sorpresa del mandatario sirio, Bashar Al Asad, a Moscú, sin que los sistemas de Inteligencia de Occidente tuvieran conocimiento alguno. Este encuentro se considera el primero desde el inicio del conflicto en Siria, en 2011, y pone de relieve el rol y la influencia de Rusia en ese país. Tras la reunión, el presidente Vladimir Putin mantuvo un contacto telefónico con el rey Salman de Arabia Saudí y al presidente de turco, Recep Tayyip Erdogan, para abordar el tema, en una muestra de que Kremlin está sustituyendo a la Casa Blanca en Oriente Medio.
A modo de resumen, hay que decir que tanto EE.UU. como Rusia buscan materializar sus intereses en la región a través del conflicto en Siria e Irak, no obstante, Moscú tiene más puntos en común con Siria que Washington y, en cierta forma, puede generar estabilidad en el país árabe, al combatir a todos los rebeldes sin hacer distinción entre ellos y fortalecer la posición del Gobierno de Al-Asad. Mientras tanto, con la política de doble rasero de Washington de diferenciar entre rebeldes y terroristas, el caos podría seguir presente en ese país árabe. No obstante, el destino de los sirios depende del juego entre estas dos potencias rivales.
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