El turismo cubano se ha convertido en el primer sector beneficiado con el acercamiento entre La Habana y Washington. El país comunista está en un punto de inflexión con el inminente restablecimiento de relaciones con Estados Unidos y con el proceso de reformas impulsado por Raúl Castro.
En un país de consignas como Cuba, la que parece estar en boca de buena parte de los turistas extranjeros que llegan hasta aquí en estos días es la idea de “viajar antes de que todo cambie”. Se trata de un fuerte estímulo para este importante sector de la economía cubana, impulsado por el anuncio de diciembre de que se abría una nueva era en las relaciones entre La Habana y Washington y por el levantamiento de algunas de las restricciones ordenado por Barack Obama para que los estadounidenses puedan viajar a la isla.
Pero no es la primera vez que los turistas llegan a la isla con el deseo de palpar la Cuba comunista y revolucionaria antes de que algunas reformas la hagan irreconocible. Ya se vio en los 90 con el fin de los regímenes socialistas de Europa del Este y cuando algunos pensaban que esto tenía los días contados, y en la segunda mitad de la década pasada tras la enfermedad que obligó a Fidel Castro a ceder el poder.
De cualquier forma, hay factores objetivos que muestran que en Cuba ahora sí se está ante un momento de inflexión, como son el inminente restablecimiento de relaciones entre Cuba y Estados Unidos, después de cinco décadas de enfrentamiento, y el proceso de reformas (o de “actualización del modelo”) que ha estado impulsando el gobierno de Raúl Castro desde 2008.
Un nuevo clima al que no sólo se suman turistas norteamericanos, sino de todo el mundo, incluidos muchos latinoamericanos. En la calle Obispo, en plena Habana Vieja, James fotografía a su esposa. Con el pelo canoso, la barba y sus más de 70 años, el parecido con el escritor estadounidense Ernest Hemingway, quien vivió más de dos décadas en Cuba, es llamativo. Pero él aclara que es británico y cuenta que programó su viaje después de que Obama y Castro revelaron que estaban en un proceso de acercamiento. “Vinimos para conocer un país, que como este ya quedan pocos”, contó a La Tercera.
Precisamente según datos oficiales, el turismo se incrementó en Cuba en un 14% en el primer trimestre de 2015, en comparación con el mismo período del año anterior, y el grupo que más creció fueron los británicos, con el 30,6%. Detrás le siguen los estadounidenses, con una subida de 29,5%, claro que basta detenerse en alguna calle de las más turísticas de La Habana para darse cuenta que muchos de esos visitantes norteamericanos, son de origen cubano, y algunos confiesan que han viajado a la isla para mostrársela a sus hijos, antes que este país sea otro.
Los cubano americanos son unos de los pocos grupos que pueden cruzar el estrecho de Florida sin restricciones, aunque Obama amplió en enero el número de categorías (educativas, religiosas, artísticas, deportivas, entre otras) para que los norteamericanos puedan visitar la isla, entre las que aún no se cuentan las motivaciones turísticas.
Sol, playa y mojitos
Greg, de 24 años, viajó junto a sus cuatro amigos desde Nueva Jersey (vía México), para disfrutar del sol, la playa, los mojitos y la “parranda habanera”, pero también para recorrer un país que en muchos sentidos “parece congelado en el tiempo”. Eso no sólo porque todavía tenga un pie en la Guerra Fría, sino por sus construcciones y por los autos antiguos, de antes del triunfo de la Revolución de 1959, y que aquí se conocen como “almendrones”.
Las garantías y beneficios de recibir ingresos en moneda convertible, el llamado CUC, ha hecho que sean muchos los cubanos que quieran arrimarse o beneficiarse del sector turístico. Especialmente después de que el gobierno aligeró las trabas, las restricciones y redujo los impuestos para muchas de las actividades privadas o de los cuentapropistas.
Si en 2000 era ilegal que los “almendrones” trasladaran turistas extranjeros, en 2006 no podían recibir en CUC. Pero hoy esas limitaciones han desaparecido y son muchos los antiguos vehículos refaccionados para transportar a los extranjeros por toda la isla. Fermín tiene un Chevrolet celeste de 1956 y ofrece sus servicios en La Habana y para viajar hasta Santiago de Cuba, al otro lado de la isla. Pero del Chevrolet poco le queda, sólo el envoltorio, ya que le puso un motor Mazda, cuyos repuestos son menos difíciles de conseguir.
Los alojamientos, los restaurantes y las cafeterías se han multiplicado por buena parte de la geografía habanera, especialmente en La Habana Vieja, Centro Habana, Vedado y Miramar. Pero no sólo hay negocios debidamente establecidos. Al caminar por la calle San Lázaro, en una casa que da a la acera, una mujer pone a la vista un par de baldes con flores a la venta, y más allá un anciano vende paquetes de habanos. Y, cada vez más, buena parte de los clientes de esos negocios privados no son los turistas, sino que también los mismos cubanos.
Pese al empeño y las ganas de los cubanos, es difícil pensar que hoy el país, con su infraestructura y el floreciente sector privado puedan estar preparados, en un futuro aparentemente no muy lejano, para recibir la avalancha de turistas norteamericanos que podría llegar, en caso de ponerse fin a las restricciones. Según los expertos, si en 2014, unos 100.000 estadounidenses llegaron hasta la isla, se cree que hasta 1,5 millones podría hacerlo anualmente, una cifra que puede parecer inmanejable.
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