Ashraf Fayad es un poeta, artista y comisario artístico palestino de 35 años residente desde la infancia en Arabia Saudí. En 2013 fue detenido y en 2014 condenado a 800 latigazos y cuatro años de prisión; se le acusaba de blasfemo y de llevar el pelo largo. Presentó una apelación y no solamente esta fue desatendida, sino que el tribunal revisó la sentencia y hace unos días ha sido condenado a muerte por apostasía, incitación al ateísmo, relaciones ilícitas con mujeres (llevaba en el móvil que se le incautó teléfonos y fotografías de otras artistas con las que trabajaba) y otros cargos similares. En esta segunda fase de su calvario no solo no ha podido hablar nunca con el juez, sino que por su condición de stateless (refugiado palestino) se le ha privado de su derecho a un abogado.
Todo este delirio sería cómico si no fuera un drama cotidiano en aquel país, donde cientos de personas son ejecutadas o mutiladas cada año reas de blasfemia, homosexualidad, adulterio, y donde las mujeres son maltratadas sin reparos. La presunta apostasía de Fayad, que él ha negado con manifestaciones inequívocas de fe, se deduce del poemario Instrucciones en el interior, pubicado en 2008 en Beirut, donde deja por escrito pensamientos al parecer tan graves como el siguiente: “mi abuelo se encuentra desnudo cada día/ sin expulsión, sin creación divina…/ Ya he sido resucitado sin necesidad de un soplo divino en mi imagen./ Tengo la experiencia del infierno en la tierra…// la tierra/ es el infierno reservado a los refugiados.”
En realidad, parece que la persecución contra Fayad se desencadenó en el momento en que desafió a la policía de su ciudad, Abha, grabando imágenes de tortura y publicándolas. La denuncia de un estudiante sobre su libro Blasfemo sirvió para que el régimen acosase a uno de los personajes más representativos de la comunidad artística saudí, que tiende lazos hacia el exterior y empieza a compartir muy moderadamente una visión más laica de la vida. Había que meter en vereda a los artistas y nada mejor para ello que ejecutar a uno de los que más se han significado, por más que su actividad siempre haya sido pacífica y circunscrita al mundo del arte.
Varias campañas de apoyo a Fayad se han puesto en marcha en los últimos días en todo el mundo y usando diversas plataformas. La campaña española en Change.org ha recabado 130.000 firmas, entre ellas las de escritores, artistas, filósofos, cantantes, directores de cine, diputados autonómicos, nacionales y europeos de todos los partidos y el vicepresidente de un gobierno autonómico. Ningún primer líder de la política vieja ni de la llamada nueva ha respondido aún. El eco en los medios periodísticos españoles, en comparación con los del Reino Unido y de otros lugares con un sentido quizá mayor de la solidaridad, ha sido escaso. Las redes sociales no se han movilizado especialmente. Nada que ver con la ola internacional de apoyos a Salman Rushdie cuando fue objeto de fetua por parte del régimen iraní, tras la publicación de sus Versos satánicos. Nada que ver con lo que habría sucedido si el poeta palestino hubiese sido (no diremos condenado a muerte, porque esto es impensable) multado en Israel por publicar un libro antisionista; la campaña contra el malvado régimen opresor habría sido de alivio. Debe ser que Arabia Saudí produce petróleo y nos compra cada año cientos de millones de euros en armas. Pero la muerte de Fayad no sería muy distinta a la que sufrieron los dibujantes del Charlie Hebdo: muertos por pensar.
Por eso la petición está dirigida al Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación: muchos creemos que España no puede mirar para otro lado por conveniencia. El ministro García-Margallo tiene la obligación de actuar: debe manifestar la posición rotunda del Gobierno contra la pena de muerte; contra la persecución de los llamados delitos de conciencia; contra la ausencia de garantías procesales. Debe consultar con el embajador saudí y ejercer la labor diplomática prudente pero firme que requieren estos casos. No se entiende que, residiendo el hermano de Ashraf Fayad en España desde 1985 (ignoro si es nacional, pero poco importa), el Gobierno no se haya puesto en contacto con él para darle siquiera el pésame por la muerte de su anciano padre, cuyo sistema arterial no ha resistido la condena a muerte del hijo; para ver si necesita algo; para recabar información y ponerse a su lado.
En España algunos nos enorgullecemos de pertenecer a un país pionero en lo que respecta a los derechos civiles. La omisión del gobierno en este caso no es de recibo. Hay una vida en peligro inmediato, y otras muchas más adelante si nadie pone coto por una vez a la teocracia saudí. Haga su trabajo, señor ministro, e intente evitar este drama bárbaro e injusto.
Por Juan Luis Calbarro
SALVEMOS LA VIDA DE ASHRAF FAYADH...
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