El derrocamiento y ejecución de Muamar Gadafi en 2011 y la posterior ocupación y desmembramiento de Libia por EE.UU. y la OTAN, tuvo como pretexto el democratizar el país norteafricano y terminar con 43 años de gobierno del otrora revolucionario militar libio.
Hace menos de un año atrás, en marzo del año 2015 en un artículo titulado “Libia vive un caos programado” sostuve que “A cuatro años del derrocamiento de Muamar Gadafi y posterior intervención militar occidental, Libia vive un escenario de fragmentación territorial y lucha por el poder, con dos gobiernos que se disputan la posibilidad de negociar las enormes riquezas petrolíferas y gasíferas del país…La división política en Libia, con uno de los grupos de poder apoyado por los gobiernos occidentales y otro que se sustenta en facciones armadas con fuerte presencia de grupos de raíz takfirí, han terminado por convertir al otrora Estado libio en una suma de intereses, rencillas, atentados y ejecuciones, que sustenta la idea que aquel país con los mejores indicadores de desarrollo humano del continente africano, ya no existe. Hoy, sólo es posible constatar un territorio fragmentado, convertido en coto de caza de grupos y empresas trasnacionales”.
OCCIDENTE SE PREPARA PARA EL ASALTO
En la actualidad, las ideas expresadas en aquel artículo mencionado, las puedo repetir sin apenas cambiar un punto, encontrándonos con el país magrebí dividido, balcanizado. En una guerra donde se combinan enfrentamientos entre libios, como también entre libios y combatientes extranjeros, con cerca de cinco mil mercenarios vinculados a movimientos terroristas takfirí como extensión de EIIL – Daesh en árabe – Un país con tres regiones diferenciadas: Tripolitana, Fezzan y la Cirenaica, hoy, cada una de ellas marchando por derroteros distintos. En ese escenario, occidente se está preparando para la conquista definitiva de un territorio rico en recursos hidrocarburiferos y punto de salida, para decenas de miles de inmigrantes, que buscan mejores perspectivas de vida allende las costas norafricanas. Tal amenaza ha sido explicitada por el portavoz del Pentágono, Peter Cook quien sostuvo que “nuestras fuerzas en territorio libio están intentando establecer contacto con fuerzas locales ya que queremos estar preparados por si EIIL – Daesh en árabe – se convierte en una amenaza mayor. Para eso estamos preparando una batería de opciones militares como también de otras características”.
Cook no explicitó, como tampoco ningún otro miembro del gobierno estadounidense, qué elementos o razones son los que harán pensar y determinar a la administración de Obama y sus asesores, el momento en que Daesh se convierta en una amenaza mayor que la que actualmente presenta, de tal forma de conocer qué opciones militares o de otras características, son las que se están fraguando. Hoy, los grupos terroristas takfiri cuentan con miles de hombres armados y controlan grandes extensiones del territorio libio, especialmente en la zona sur del país y la costera, donde se ubican los puertos de salida del crudo libio, al igual que importantes yacimientos de hidrocarburos. El citado portavoz estadounidense tampoco dio a conocer un número especifico de tropas que participarían en una eventual operación militar en Libia, sosteniendo más bien que "estamos extremadamente preocupados por la metástasis del Estado Islámico en varias partes, de las que Libia es solo una" consignando con ello que la lucha que supuestamente lleva a cabo la coalición internacional liderada por Washington contra Daesh en Siria e Irak ha resultado un fiasco.
En todo caso, cualquiera sea el argumento respecto a los peligros, reales o potenciales que representa Daesh u otras organizaciones terroristas salafistas, no puede ser causa ni pretexto para la invasión del país, sobre todo con el historial de invasiones que los supuestos valedores de la democracia han implementado a lo largo de los últimos años. Bajo el manto de disímiles razones se suele invadir y ocupar países, implementando políticas de expolio de sus riquezas naturales, que es finalmente la causa de fondo y no aquellas razones tan pueriles como: la defensa de la democracia – que no existe – la defensa de la ciudadanía – que suele ser masacrada igualmente en pos de los nuevos objetivos – o la necesidad de llevar la paz a la región – cuando precisamente han sido los mismos que dicen querer la paz los que provocaron el caos que actualmente viven países como Libia, Afganistán, Irak y Siria con cientos de miles de muertos, heridos, millones de desplazados internos y millones de refugiados.
Medios de comunicación estadounidense, como el influyente The New York Times afirma, que la administración de Barack Obama “estaría estudiando una posible intervención militar en Libia, como parte de una ofensiva mayor contra EILL” que incluye a Siria e Irak donde esta banda terrorista actúa, bajo el aval de la triada Washington-Riad-Ankara, en forma sostenida desde el año 2011 a la fecha. Con ello se confirma, que la intervención occidental en Libia no cumplió ninguno de los argumentos expuestos en su oportunidad y solo ha dejado un reguero de muerte, destrucción y fragmentación del país norafricano.
UN PAÍS CON VARIAS CABEZAS
Libia cuenta hoy con dos gobiernos y dos parlamentos paralelos, cada uno de ellos apoyado por fuerzas diametralmente opuestas: Tobruk – con la denominada Cámara de Representantes de Libia y reconocido por la ONU y respaldado política y económicamente por Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos (EAU) y Egipto- Y Trípoli, con el Congreso General Nacional, sostenido fundamentalmente por los gobiernos de Turquía y Catar. Ambas ciudades una en la Cirenaica y la otra en la Tripolitana, convertidas en las capitales de regiones rivales, referente de los gobiernos que se asientan en los territorios adyacentes y enfrascados en una sangrienta guerra, que trata de establecer el área de Libia que desea ser hegemonizado por cada una de las zonas en pugna. Se une a ello el denominado Gobierno de Unidad Nacional, entelequia creada por Washington, sus aliados y el respaldo de la ONU para vislumbrar alguna salida que permita no seguir arrastrando al abismo al país norafricano.
El día 17 de diciembre del año 2015, los gobiernos de Tobruk y Trípoli, firmaron un acuerdo para formar una administración unificada y de carácter provisional con una presidencia colegiada y un gobierno de unidad nacional con 32 ministros con la meta de convocar a nuevas elecciones en el año 2017 y sustituir a las dos administraciones rivales. Todo ello bajo el patrocinio de Washington y sus aliados, los mismos que a la par de esta idea política – y como muestra de esta doble moral que anima sus acciones – afilan sus garras para dar el zarpazo final en el objetivo de apoderarse de Libia y sus riquezas. A fines de enero del 2016 uno de los parlamentos de Libia, con sede en Tobruk. impugnó el plan de apoyar el Gobierno de Unidad Nacional. 89 de los 104 congresistas rechazaron la idea de conformar un gobierno que uniera a las facciones de Tobruk y Trípoli y que fuera dirigido por Mohamed Fayez Sarraj quien incluso, tras su designación para dirigir el Consejo presidencial del fallido Gobierno de Unidad Nacional el día 18 d enero del 2016 visitó algunos países en busca de apoyo, entre ellos Argelia. Fue un duro golpe para las pretensiones occidentales visto que sus propios aliados de Tobruk rechazaban el plan de crear un ejecutivo sustitutivo.
En esta realidad de una Libia fragmentada varias zonas del país norafricano están fuera del control tanto de Trípoli como de Tobruk con grupos rebeldes, de tribus diversas y vinculados al salafismo administrando vastas zonas. Una de ellas, Bengasi – con tropas que son fieles al gobierno de Trípoli – pero que tienen también una fuerte presencia de elementos terroristas. con objetivos más globales en el marco teórico de ese proyecto de califato de raíz takfirí donde tanta influencia adquiere la Casa al Saud, su doctrina religiosa wahabita y su financiamiento a bandas terroristas, que le permitan ampliar su idea de dominio más allá de Oriente Medio.
Se une a esta lucha imperante en Libia, el desarrollo de otras fuerzas políticas y militares, en este caso ligadas al ejecutado exlíder libio Muamar Gadafi y que están conformadas por las minorías étnicas negras – Tawergha y Tobou -y los combatientes verdes que formaban parte del sostén político y militar del otrora gobierno de la Gran Yamahiriya Árabe Libia Popular Socialista. Este nuevo actor ha ido consolidando el control del territorio sur libio, apoyados por una población cansada de la marginación política, económica y social sufrida tras el derribo del gobierno de Gadafi, lo que ha llevado a una reorganización de las alianzas tejidas, no solo en territorio libio, sino también aquellas que abarcan zonas del norte de Chad y Níger, ampliando así la zona de inestabilidad política surgidas tras el despertar islámico.
Por Pablo Jofré Leal
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