jueves, 27 de noviembre de 2014

Acerca del Estado Islámico


«Un crimen odioso a cuyos autores hay que castigar» (François Hollande luego del asesinato de Hervé Gourdel) «Un asesinato brutal que pone de manifiesto la barbarie de esos terroristas (…) Haremos todo lo posible para encontrar a esos asesinos y entregarlos a la justicia» (David Cameron, luego del asesinato de Alan Henning). Hace casi diez años que el ensayista suizo Christophe Gallaz constataba que el discurso de los responsables políticos occidentales al día siguiente del 11 de setiembre y después de los atentados de Londres (7 de julio de 2005) circulaba «exclusivamente por dos carriles: el del “estupor” y el del “voluntarismo”».
Es decir, que una parte de las declaraciones de nuestros «responsables» expresaban, al unísono con la opinión pública, «la consternación y la compasión» hacia las víctimas, y por otra parte, con el «voluntarismo» afirmaban su decisión de «acorralar ferozmente a los terroristas». De este modo, escribía Gallaz, nuestros gobiernos -y nuestros medios agregaría yo– se esforzaban en confinar esta opinión «en un contenido de los acontecimientos puramente emocional estableciendo que el Estado –nuestros Estados- acabarían con éxito con toda la malignidad del mundo».

De este modo, continuaba el analista, nuestros poderes verían fortalecida su función. «Frente a los acontecimientos traumáticos, tratándose según ellos de instalar en las multitudes un estado de aturdimiento y estupefacción apto para desarmar todo intento de reflexión sobre su futuro en el largo plazo y su participación en el concierto de las naciones».
Los discursos que entonces repetían Tony Blair y Georde W. Bush –hoy Obama, Hollande o Cameron- «solo buscaban un objetivo ubicado en el dentro -insisto- de sus países. A saber, «disuadir a cualquiera que reflexionara sobre la menor relación que pudiera existir entre la intervención militar de Irak (2003) y los atentados londinenses, entre los sucesos y sus objetivos. O la reflexión sobre las repercusiones que pueden tener en los países pobres las permanentes agresiones económicas que cometen los países ricos». Se trataba, concluye Gallas, de «organizar la miopía». (1) La nuestra.

¿El Estado Islámico (EI) un espantapájaros?
El hecho de que el Estado islámico (2) perpetre actos espantosos no impide verlo como un espantapájaros (3).
Recordemos que los bombardeos aéreos estadounidenses en el norte de Irak fueron autorizados por la Casa Blanca para «ayudar a los inocentes» –unos 40.000 yezidis, se decía, refugiados en el monte Sinjar «amenazados de violencia a una escala terrible». Barak Obama evocaba riesgos de «genocidio». Recordamos algo menos, porque se difundió poco, la información de que «cuando los asesores estadounidenses llegaron al Monte Sinjar, ¡los 40.000 yezidis hambrientos no estaban allí!
Los estadounidenses se encontraron menos de 5.000, la mitad residentes en el lugar, en la montaña, desde hacía mucho tiempo y que los combatientes kurdos del PKK habían sido suficientes para romper el asedio. «La crisis humanitaria, concluían algunos (4), no fue nunca lo que dijeron los funcionarios. Y parece que son muchos más los reveses infligidos en agosto por el EI a los peshmergas del gobierno regional del Kurdistán iraquí que la suerte de los yezidis que hicieron entrar en acción a la «coalición internacional» (5). Un Gobierno Regional del Kurdistán que poco antes se había mostrado más «comprensivo» con respecto al EI cuando este cortaba al ejército gubernamental iraquí.
Después, el 19 de agosto, la bárbara ejecución del periodista James Foley «en represalia» por los primeros ataques vino como anillo al dedo para convertir al EI en el «enemigo público nº 1» de Estados Unidos (y de sus «vasallos» europeos, como los denominó una persona tan seria como Zbigniew Brzezinski) para cerrarles el paso.
Según el profesor de la VUB (6) Rik Coolsaet, Occidente exagera ampliamente. El EI apenas representa una amenaza muy indirecta para Occidente. En la época de las Torres Gemelas, el islamólogo Olivier Roy (7) pensaba ya que ni siquiera varios 11-S acabarían con el poderío estadounidense...
Ciertamente los yihadistas que vuelven pueden constituir un serio peligro que los medios señalan de forma unánime, pero, ¿se puede concluir a partir del caso Nenmouche, el asesino del Museo Judío de Bruselas, que representan un serio peligro? Nada es seguro en este tema dice Coolsaet. Y si creemos al único estudio científico del que disponemos, solo 1 de cada 9 podría constituir un problema. Del mismo modo, entre los 300 o 400 belgas que se habrían unido al EI y a otros grupos, de los cuales habrían regresado ya unos 90, solo una decena podría considerarse «peligrosa», según nuestros servicios (9).
Por otra parte también podríamos preguntarnos acerca de la singular aptitud del EI para adaptar tan bien su «mensaje» a las obsesiones orientalistas y a los memoriosos reflejos occidentales: aquí la Sharia, el califato, degüellos, crucifixiones, decapitaciones, opresión y venta de mujeres, masacre de infieles (yezides, chiíes, cristianos). Allí las casas de los cristianos señaladas (como las de los judíos en Alemania), fotos de ejecuciones masivas que recuerdan las del Holocausto. Y el hecho de llamar a los milicianos del EI «camisas negras» me parece bastante revelador. No falta ninguno de nuestros peores fantasmas.

La oportuna utilización de Kobané  
Los cambios de actitud de Estados Unidos frente al sitio de Kobané, ¿quizá no indican también que seguimos prolongadamente en el terreno de la representación?
Luego de un período de extraña apatía de la coalición frente a una ciudad en la que los defensores y la población civil que permanecían allí «realmente enfrentados a un gran peligro de violencia», luego de varias declaraciones que lo confirmaban y que los miembros del EI avanzaban en la ciudad, he aquí que a mediados de octubre Obama expresaba su «preocupación» por Kobané. A la ciudad que una semana antes Washington no consideraba un «objetivo estratégico» (10) y estimaba que no podía salvarla, le suministraba armas, incluso pesadas, además de ayuda alimentaria y médica. John Kerry declaraba entonces que era «irresponsable y moralmente inaceptable» que EE.UU. diera la espalda a una comunidad que combatía al EI. Dos días después el primer ministro turco, Mevlut Cavusoglu, anunciaba que Turquía permitiría a los peshmergas iraquíes «y a nadie más» cruzar la frontera para socorrer a Kobané…
¿Será que el valor simbólico de Kobané creció de golpe frente al rechazo de Turquía a intervenir y el debilitamiento de la rebelión siria «moderada» y el ejército de Bachar Al Assad aparecía de repente como el único capaz de oponerse al EI sobre el terreno? ¿Y que ese ejército parecía finalmente enfrentarse seriamente al EI? Los peshmergas iraquíes de Massoud Barzani aparecían entonces como «la solución», tanto para Washington como para Ankara. Sea como fuere, la tragedia de Kobané suscita la pregunta de cuál es el auténtico grado de peligrosidad que hay atribuido al Estado islámico. Y también podríamos preguntarnos, dados los cálculos políticos, si no se tratará más bien para EE.UU. –parafraseando a Obama- de «debilitar» al EI más que de «erradicarlo».

Los suburbios
En Génealogie de l’Islamisme (Hachette, 1995) y L’Islam mondialisé (Le Seuil 2002), Olivier Roy desarrollaba la idea del neofundamentalismo, caracterizado por la «lumpenización», una «cuarta-mundización» del reclutamiento, que se lleva a cabo en medios marginales y desclasados del mundo árabe musulmán y todavía más entre la juventud «por la pérdida de referencias», de los suburbios del mundo europeo, musulmanes de origen o conversos. Roy (11) considera que estos últimos son ¡en torno al 25% de los candidatos a la yihad! Un islamismo radical, ciertamente, pero notablemente más conservador que el de la generación anterior. Radicalizados en Occidente y desconectados de los grandes movimientos islámicos contemporáneos estos neofundamentalistas, por el hecho mismo de su marginación, estarían mucho más a gusto con las ideas wahabíes: «rechazo de todas las culturas incluida la musulmana», alineamiento a una estricta observancia de los principios islámicos reducidos a «lo lícito y lo ilícito».
Hace poco (12) Roy actualizaba su análisis señalando un «nihilismo generacional» que se encuentra también en otros sitios y no solo entre los marginales de los suburbios, lo mismo que ocurre bajo otros cielos, en medios totalmente ajenos al islam: el nihilismo de los «jóvenes perdidos en la globalización, fascinados por la muerte», de los jóvenes «sin problemas especiales salvo los comunes a los adolescentes en busca de un ideal y deseando formar parte de algo» (13). Lo que indica que este fenómeno supera la esfera musulmana de modo que analizarlo solo bajo el prisma del Islam es un grave error.

¿El islam?
«Perdidos en la globalización», jóvenes frente a un «conflicto generacional», a la falta de futuro o a un sentimiento de pérdida de su existencia en nuestro mundo hipermaterialista… Muchos expertos minimizan la dimensión religiosa de los yihadistas. Un diagnóstico confirmado por el procurador de la república de Vienne (Isère) después de escuchar a una adolescente en fuga que quería ir a Siria «muy determinada, pero también muy perdida». La joven, cuya religiosidad era muy débil, quería participar en la yihad para realizar «una experiencia de vida» (14). Según Jean Pierre Laborde, director ejecutivo del Comité contra el Terrorismo de las Naciones Unidas, el 60% de las personas que se unen a los islamistas radicales no lo hacen por convicciones religiosas (15). Lo que sin embargo no impide a los periodistas calificar las decapitaciones de «típicamente islámicas» mientras un especialista sugiere que se trata más bien de una voluntad de «deshumanizar» al enemigo. Pero todos olvidan que precisamente hace diez años, en septiembre de 2004, tres rehenes fueron degollados y decapitados con el mismo ritual macabro -y con la misma vestimenta de color naranja- por el grupo Al-Tawhid de Abou Moussab Al-Zarqaoui, «casa matriz del EI» (16).
Encerrados en un orientalismo aparentemente «indesarraigable», muchos medios parecen focalizarse únicamente en el ángulo religioso, perdiendo de vista la dimensión social, económica y política que subyacen en la actuación del EI y en sus éxitos. Encerrados en el «núcleo duro» altamente ideologizado que gravita alrededor de Aboubakr Al-Baghdadi, pierden de vista las causas profundas de la insurrección suní iraquí y también los componentes no salafistas. Como por ejemplo el ejército de la vía del Nakshabandi, comandado por el exlugarteniente de Saddam Hussein, Ezra Ibrahim Al-Douri (apodado «Ezzat el rojo» por su pelo de color zanahoria), una milicia híbrida de baasistas y miembros de la fraternidad Nakshabandi la cual, en una especie de división de tareas «se ocuparía» de las ciudades conquistadas por el EI. Una alianza con un lado anti natura -tanto el Ba’ath «laico» como los Nakshabandi son odiados por los salafistas suníes- bastante revelador.
La expulsión de los cristianos también se puede considerar importante en el proyecto del EI: recrear un califato islámico que se parezca más –con ayuda de la influencia wahabita– a las construcciones mentales de sus líderes que a la sociedad que existía en tiempos del profeta. Esta expulsión podría, ¿o debería? verse como parte importante de una estrategia de «homogeneización confesional», clave para un mejor control de la región y también como fruto de un cálculo económico, la expoliación de los bienes cristianos, útiles para la financiación de la organización, la «compra» de la adhesión de los desheredados suníes –así como las mujeres yezedíes secuestradas- para alimentar las buenas relaciones con las mafias locales.
Volviendo a los suburbios, la focalización en lo religioso esconde así el malestar, material o espiritual, que subyace en la aspiración a «otras experiencias de vida». Finalmente, cediendo a ella, muchos periodistas y «expertos» solo pueden compartir –y hacer que se comparta- la posición de un Occidente a la defensiva que pierde de vista el mismo tiempo los fundamentos históricos y económicos de la violencia en Oriente Próximo. Creo que son pocos los que se han fijado en las palabras pronunciadas por el portavoz del «califa Ibrahim», Aboubakr Al-Baghdadi, en su llamamiento al asesinato «en todas partes y de todas formas» de los ciudadanos de la coalición. «¿Queréis una vida de humillaciones y deshonor?», preguntaba Mohammed Al-Adnani el 22 de septiembre a sus «hermanos» árabes musulmanes. Pero, ¿cuántos de nosotros tenemos la menor idea de esta humillación, de ese deshonor y de sus causas?

Espejo, espejito…
Ciertamente existe una elección –deliberada- de la ultraviolencia por parte del EI. ¿Habrá entre nuestros dirigentes, como en un espejo, una elección similar? A veces se ha dicho que todas las atrocidades imputadas al EI no se han demostrado y a fin de cuentas no son distintas de muchas otras cometidas por el mundo en conflictos «asimétricos». Ahora bien, estas atrocidades se ven amplificadas tanto por el propio EI como por los medios de comunicación (17). Para estos últimos se trata de mantener el «estupor»… y los índices de audiencia todo el tiempo (Una suerte de Hallowen todo el año).
Para la organización yihadista, se trata en primer término de compensar con el terror sus limitaciones numéricas: los efectivos del EI se han estimado entre 15.000 y 20.000 combatientes. En cualquier caso menos de 30.000. Sobe en terreno, las masacres de soldados gubernamentales iraquíes, mediatizados en las redes sociales, han desempeñado su papel en el hundimiento del ejército de Nouri Al-Maliki, sin hablar del rechazo a morir por un mando corrupto y propenso al desbarajuste. Aquí, ese terror hipermediatizado –y esa derrota– han podido ser interpretados por un sector de la juventud inmigrada como una señal de un auténtico miedo occidental… y también de que el EI podría ser el único capaz de «cambiar las cosas» en Oriente Medio. Lo que para algunos «perdidos de la globalización» contaría con un atractivo mayor.
«Barbarie», «terrorismo», «crueldad», «cobardía», actos «vergonzosos», «innobles», «asquerosos». Estas palabras recurrentes de nuestros dirigentes en las condenas del EI tratan de señalar claramente dónde está «El Mal». Pocos señalan la cuestión racial inherente a la decapitación de los rehenes. James Foley, Steven Dotloff, David Haines, Hervé Gourdel y Alan Henning fueron asesinados por el hecho de proceder de países coaligados contra el EI, no porque hicieran su trabajo o porque, sin que se sepa, hubieran cometido algún acto hostil contra el grupo yihadista. Sin embargo curiosamente -y a excepción de Libé Gourdel, asesinado por ser francés- este tipo de cosas no han sido señaladas por nuestros responsables políticos ni por la mayor parte de los medios. El propio Hollande ha reutilizado a Libé para desnaturalizarlo en una larga verborrea francesa (18). Como si la responsabilidad –y el error– colectivo nacional estuviera admitida por todos. Realmente un acto de barbarie, pero considerado casi inevitable.

Miopía ¿para qué?
Poner de relieve las atrocidades del EI y focalizarse en la dimensión religiosa tiende a alimentar la amnesia histórica de nuestros conciudadanos. Podría decirse que uno de los efectos «positivos» de la emergencia del Califato ha sido –ayudado por las conmemoraciones de la Primera Guerra Mundial- recordarnos los acuerdos secretos denominados Sykes-Picot de 1916. El descuartizamiento de las provincias árabes del Imperio otomano transformadas arbitrariamente y de manera fluctuantes en Estados durante el decenio 1914-1923 desgajó, como dijo Picaudou, (19) Medio Oriente hasta un punto del que se tiene poca conciencia en Francia. Este desmembramiento y el régimen colonial que siguió son inconmensurablemente responsables de la creación de «naciones inacabadas», un fenómeno de hundimiento brutal del Estado, como a su manera lo ilustran Siria e Irak.
¿Es necesario, por otra parte, remontarse tanto en el tiempo?
¿Acaso no es evidente que las condenas moralistas de Barack Obama, tienden a escamotear los efectos mucho más recientes del embargo, luego de la invasión angloestadounidense de Irak en 2003?
Centenares de miles de muertos iraquíes, un país «devuelto a la Edad Media» y el establecimiento, siempre con el auspicio de Washington, de un sistema político confesional que obligaba a todos los actores políticos iraquíes al sectarismo. En tal sentido el ex primer ministro Nouri Al-Maliki hizo limpiamente el papel de chivo expiatorio. Y si creemos el informe «Absolute Impunity-Militia Rule» en Irak de Amnesty International las cosas en tal sentido no parecen mejorar bajo el Gobierno de Al-Abadi, que asumió el poder luego de un «golpe blando» de Washington para librarse de un Al-Maliki demasiado testarudo.
En fin, no olvidemos que ha sido el aventurerismo de Bush jr. y sus esbirros neoconservadores, lo que ofreció a Al Quaida la oportunidad de incrustarse en Irak. Cualesquiera que fueran las peripecias sobre el terreno la mayor responsabilidad de EE.UU. de lo que pasa hoy en Irak es indiscutible. De todos modos la organización de la miopía de la que parte Gallaz es perceptible urbi et orbi. Es en efecto, la opinión occidental es la que primero debe estar en la mira.
«En una sociedad que se agrieta» escribía en la época de los «años de plomo» italianos el editorialista de Liberation «se revoca con mieditis». Desde hace varios años las grietas se han ido ampliando: sociales, nacionales, generacionales… Como en el período entreguerras con la Gran Crisis, ¿sería aberrante pensar que nuestra élites erigen «otro enemigo interior, ayer el judío, hoy el musulmán, suministrando así el antídoto ideal contra la concreción de la lucha antisistema y el rechazo del orden sociológico establecido por los que se enriquecen, por todas partes, más allá de las diferencias nacionales, culturales o religiosas?
Dejemos la palabra final a Edwy Plenel (20): «la oligarquía que desde hace treinta años ha decidido a su gusto la desregulación y la financiarización quiere que los pobres la dejen tranquila haciéndoles frente en lugar de buscar lo que las une». De allí todo el interés en construir una islamofobia Con la preciosa ayuda del EI.

Notas
(1) Liberation, 27 de julio de 2005.
(2) ISIL le llaman los estadounidenses, los franceses prefieren Daech (Organización del estado islámico), aclaran algunos medios. Nosotros usamos EI para indicar que es una sigla.
(3) La palabra es retomada por Pierre-Jean Luizard en Mediapart, «Hemos caído en la trampa tendida por el Estado Islámico», 21 de septiembre de 2014.
(4) Atlas Internacional, 14 de agosto de2014.
(5) Allan Kaval, «Les Kurdes? Combien de divisions?», en Le Monde diplomatique, noviembre de 2014.
(6) Vlaamse Universiteit van Brussel, Université flamande de Bruxelles. R.Coolsaet es autor de Jihadi Terrorism and the Radicalisation ChallengeEuropean and American Experiences(Ashgate 2011).
(7) Les illusions du 11 septembre. Le débat stratégique face au terrorisme, Le Seuil, 2002.
(8) Publicado hace un año a partir de combatientes extranjeros que partieron durante los últimos 20 años a Bosnia, Afganistán o Irak
(9) Le Monde, 23 de septiembre de 2014.
(10) Le Figaro, 8 de octubre de 2014.
(11) Entrevista a Le Monde, 28-29 de septiembre de 2014.
(12) Ídem.
(13) Los estadounidenses Eugene Armstrong (20 de septiembre) y Jack Hensley (21 de septiembre) y el británico Kenneth Bigley (7 de octubre).
(14) Le Figaro, 6 de octubre de 2014.
(15) Le Monde, 13 de octubre de 2014.
(17) Pensemos en las consignas de algunos directores de prensa incluidas por Daniel Scheneidermann en Liberation (21 de septiembre de 2014).
(18) Según Hollande, H. Gourdel fue asesinado (cobarde, cruel y vergonzosamente) porque su país, Francia, «combate al terrorismo y porque representaba a un pueblo enamorado de la libertad que lucha contra la barbarie».
(19) La décennie qui ébranla le Moyen-Orient (1914-1923), Complexe, colección Questions au XXe siècle, 1992.
20) Pour les musulmans, La Découverte, 2014, p.122
Fuente: http://www.michelcollon.info/A-propos-de-l-Etat-Islamique.html?lang=fr

michelcollon.info

Traducido del francés para Rebelión por Susana Merino

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