jueves, 27 de noviembre de 2014

La cara oculta de la intervención francesa en República Centroafricana París intenta resucitar una Françafrique lifteada y coja


La petrolera privada Total exhibe a los centroafricanos la protección militar europea de que goza
Trinidad Deiros
Bangui, verano y otoño de 2014

En la capital de la República Centroafricana ataúdes infantiles aguardan dispuestos frente a una carpintería en la carretera del aeropuerto, la misma que lleva a casa de Claudia, 17 años, madre de un niño con hidrocefalia cuyo único futuro es el que augura uno de esos féretros.

Hace más de un año que Claudia no se mira al espejo. El día que tres hombres del grupo armado Seleka entraron en su casa y la violaron, Claudia rompió con su rostro. Luego supo que estaba embarazada y que había contraído el VIH. El reflejo de su cara de cría casi olvidado, la muerte segura que espera a su hijo y su futuro hecho añicos son la parte de la tragedia centroafricana que le ha tocado llevar sobre sus hombros.



Mucho antes de que Claudia naciera, Francia quitaba y ponía ya presidentes en esta tierra de dolor. Centroáfrica era el coto de caza --tanto en el sentido estricto, como en el figurado-- de François Mitterrand y Valéry Giscard D’Estaing, quien además volvía a París, este último, cargado de diamantes 'regalados'. Desde su independencia, en 1960, el territorio colonial del Oubangui-Chari ha estado tan lejos de Dios como tan cerca de Francia. Francia, esa metrópoli altiva que colonizó y se apropió del país a finales del siglo XIX, en carrera contrarreloj contra el otro imperialismo, el belga, y poniendo fin al histórico vasallaje de las naciones centroafricanas para con los sultanes del Cairo o del Sudán.

Acostumbrados a los soldados franceses --Francia ha tenido siete misiones militares en la RCA desde 1960--, a los aviones de ricachones que aterrizaban en el aeropuerto de Mpoko y a las compañías como Total, que acaparan negocios como la importación de carburante, los centroafricanos no entienden por qué París los abandonó en 2013, cuando laSeleka recorrió el país matando, violando y saqueando.

obra del artista centroafricano Florent Kassai
Fragmento de una obra de Florent Kassai, artista centroafricano


“¿Por qué no vinieron cuando los llamamos?”, dice Juslin Pea, un desplazado del campo del aeropuerto, que recibe al viajero que llega a Bangui con un océano de miseria y de niños recogiendo plásticos de las maletas, para cubrir con ellos sus tiendas de desplazados.

Para estas gentes es aún más difícil de entender por qué, mientras los Seleka daban rienda suelta a su sed de sangre, 400 soldados franceses de la operación Boali se limitaban a proteger el aeropuerto, la embajada y, por supuesto, la sede local de Total. En su puerta, hay un cartel que reza: “Lugar protegido por el ejército francés”.

Los centroafricanos que huyeron de sus casas con lo puesto habrían querido entonces un cartel igual. La metrópoli que tantas veces había acudido en auxilio de sus presidentes-títere se volvió sorda mientras los terribles mercenarios de la tribu árabe Janjaweed a sueldo de la Seleka convertían Centroáfrica en una tierra quemada.

Un esbozo del artista centroafricano Benold Martino

Fragmento de un esbozo de Benold Martino



Quizás la razón fue que el entonces presidente, François Bozizé, un ex golpista que durante años había sido la voz de su amo, había caído en desgracia por pecado de adulterio con la bestia negra de Francia en África: China. Si Bozizé firmo su sentencia de muerte política el día que concedió permisos de explotación petrolera a China es otro de los oscuros secretos de la V República. O quizás el olvido de Francia se debió tan solo a que su presidente, François Hollande, fingía honrar una promesa tantas veces rota: la de acabar con la Francafrique, el entramado de redes paralelas políticas, militares y de explotación económica de las excolonias francesas.

Vale: Póngamos que el jefe de Estado francés rompió de palabra con esa mafia. Sí, pero los prebostes de la Françafrique, el vástago de François Mitterrand, Jean-Christophe, alias Papamadit, y la mano derecha de Nicolas Sarkozy, Claude Guéant, se precipitaron sobre la carroña del Estado centroafricano nada más caer Bozizé en marzo de 2013. El nuevo presidente, el Seleka Michel Djotodia, era una presa demasiado tierna como para no ir a cenar con él al lujoso hotel Ledger de Bangui. Mientras, un turbio exparacaidista francés, Jérôme Gomboc, cerraba un contrato con Djotodia para que su empresa de mercenarios, Roussel G-Sécurité, garantizara su seguridad. La Françafrique, vaya usted a saber. Pero sí estaba claro que la “Centrafrique” seguía siendo le “Centre-à-fric”.

Hollande sólo despertó al deber “humanitario” de “salvar a un pueblo que sufre y que nos llama” en diciembre de 2013, cuando la tierra de Claudia llevaba 12 meses sometida a la plaga de los Seleka. Para entonces el país se hundía en un abismo al que amenazaba con arrastrar a sus vecinos, bastiones del pré-carré, el patio trasero de Francia en África, el Chad de Idriss Deby, el Congo-Brazzaville de Sassou Nguesso y el Camerún de Paul Biya.
Una obra del artista centroafricano Benold Martino
Fragmento de una obra del artista centroafricano Benold Martino



*DEMASIADO TARDELos dibujos de los hermanos Evan, Bienvenu y Benold Martino, expuestos en la diminuta galería Be Afrik Art, recorren el camino de la decepción de los centroafricanos hacia su antigua madre-patria. “Llegamos tarde. Han masacrado a todos los habitantes”, dice un soldado francés con alas de ángel a su compañero, y continúa: “Dios se ha ido de la República Centroafricana”, mientras que a sus pies varios campesinos yacen en charcos de sangre.

La obra de estos artistas refleja el horror, pero también la inoperancia de los 2.000 soldados enviados finalmente por Francia a la RCA, una operación que se quería breve y a la que se bautizó con el nombre de una mariposa roja, la Sangaris.

Francia esperaba un paseo militar. Lo que halló fue un infierno. Un conflicto al que el propio Hollande y la ONU habían descrito con la etiqueta de “genocidio” pero que ocultaba en realidad el afán de poder, lucro y venganza mutua de los mayoritariamente musulmanes Seleka y de sus enemigos, los casi todos cristianos Antibalaka. Un conflicto de todos contra todos, reflejado en el dibujo de los hermanos Martino que muestra a un Sangarís sobre cuya cabeza revolotea una mariposa, que da la espalda impotente a una turba de centroafricanos que se sacuden con carteles que hablan de paz y de reconciliación.
fragmentos de una obra de los hermanos Martino, dibujantes centroafricanos
Fragmento de la obra de los hermanos Martino

y
fragmentos de una obra de los hermanos Martino, dibujantes centroafricanos
otro fragmento de la misma obra, quizá con la clave del asunto. La mariposa roja, una Sangaris, es la que da nombre al cuerpo expedicionario francés


En estos dibujos, y en los de otro artista local, Florent Kassaï, Francia es la bandera tricolor que ondea en un blindado. Blindado que pasa sin detenerse, mientras los milicianos acechan escondidos esperando a que se vayan para saquear y matar.

Los Sangarís empezaron con el peor pie posible. Primero porque la operación se anunció a bombo y platillo desde principios de diciembre de 2013, lo que propició que los Antibalaka prepararan una ofensiva contra los Seleka en Bangui, creyendo que los franceses los protegerían. El inicio de la operación estaba previsto para el 5 de diciembre, el mismo día que el Consejo de Seguridad tenía que votar una resolución dictada a su oído por Francia. Esa resolución ofrecía un barniz legal a la decisión de París de intervenir en su ex colonia.

Una obra de Florent Kassai
Fragmento de una obra de Florent Kassai


Los Antibalaka no contaban con que Francia no movería ni un dedo mientras no tuviera su documento. Un error que permitió que, cuando los milicianos atacaron a sus enemigos de la Seleka, éstos respondieran con una masacre en la que perecieron mil personas según Amnistía Internacional.

Seiscientos soldados franceses esperaban en el aeropuerto con los brazos cruzados.

“Habría bastado con que hubieran salido a la calle y colocado unos blindados en puntos clave, o abatido a alguno de los agresores de la Seleka para evitar la masacre”, deplora Adrien Jaulmes, reportero de Le Figaro, que vio las matanzas con sus ojos. Las doce horas que tardó el Consejo de Seguridad en dar su aval el 5 de diciembre fueron tiempo suficiente para que Bangui se cubriera de cadáveres.

Anselme es un contable de 30 años. Vive en la periferia de Bangui y, como más de 100.000 habitantes de la ciudad, estuvo refugiado en una iglesia, en su caso la de Don Bosco del barrio de Damala. “Mi mujer, mi hija y yo estuvimos una hora bajo las balas y los morteros. Los Seleka no paraban de disparar y en un momento dado vimos que venían los Sangarís y que empezaban a negociar con ellos. Después se marcharon, nos dejaron allí y los Seleka siguieron disparando. Yo me despedí de mi familia porque pensé que iba a morir”.

No sólo los centroafricanos denuncian pasividad y falsa equidistancia de los Sangarís. El director de Emergencias de Human Rights Watch, Peter Bouckaert, asistió a un linchamiento de un musulmán a 50 metros de un blindado francés en Bangui. Los soldados no intervinieron. Cuando Bouckaert les increpó, le contestaron que “no querían tomar partido por ninguno de los dos campos”. Y eso que el mandato de Naciones Unidas les autorizaba a usar la fuerza para defender a los civiles.


*El error de los franceses

El imán Yahia Waziri abre la puerta de la pequeña morgue de la mezquita Ali Babolo del último barrio musulmán de Bangui, el PK5. El hedor a cadáver flota un segundo antes de desaparecer confundido con el aroma a formol. El viejo imán relata que por esa mesa han pasado “595 musulmanes” entre diciembre, cuando llegaron los Sangaris, y finales de mayo. La mayoría fueron asesinados por los Antibalaka sin que la presencia de Francia ni de la otra operación militar internacional, la Misión bajo Liderazgo de la Unión Africana (MISCA), o el despliegue de la EUFOR-RCA --la bonita misión europea-- lo impidieran.

“Cuando cierro los ojos, los veo: personas mutiladas, decapitadas, con el sexo y el corazón arrancado. O sin ojos ni orejas. También quemadas vivas, con las manos atadas a la espalda. Recuerdo al niño de cuatro años que llegó degollado y a la embarazada a la que le habían arrancado el bebé de las entrañas”, musita. ¿Y qué fue del bebé? “No lo sé, aquí sólo llegó la madre. Quizás lo utilizaron para algún ritual”.

La persecución contra los musulmanes empezó en diciembre al amparo del desarme de los también islámicos Seleka que empezaron los Sangarís. Tuvieron que pasar más de tres meses para que el general Francisco Soriano, su comandante en jefe, los proclamara “enemigos” en febrero. “Francia cometió el error de infravalorar a los Antibalaka”, explica un militar de la fuerza EUFOR RCA desplegada por la Unión Europea en junio, y también comandada principalmente por París.

Desarmar a los Seleka tenía su lógica, pues eran quienes hasta entonces habían cometido la mayoría de las atrocidades. Sin embargo, al subestimar las ansias de venganza de los Antibalaka, los franceses se encontraron con la sorpresa de que este grupo armado desató una persecución también contra los civiles musulmanes que ha forzado a la mayoría de ellos a un éxodo masivo al norte del país.

El resultado es que de los al menos 100.000 islámicos que vivían en Bangui, quedarían alrededor de 3.000, según recuentos de Naciones Unidas, forzosamente aproximativos. Y esos 3.000 son las personas que viven sitiadas en el barrio PK5.


El barrio PK5 de Bangui se ha convertido en una prisión a cielo abierto para musulmanes
En el barrio PK5, la imagen de Francia no es genial, lo que se dice genial



En el suroeste del país, donde la minoría islámica constituía aproximadamente el 10% de la población, quedan sólo dos núcleos grandes de esta comunidad: el PK5 y la ciudad de Boda, donde otros 8.000 musulmanes viven también en una cárcel al aire libre rodeados de Antibalaka. Para colmo, pese a que los Sangaris han evitado una masacre a gran escala en la ciudad, el límite del gueto lo marcan banderas francesas colocadas para delimitar la zona por donde patrullan los soldados, una imagen icónica en la que el periódico La Nouvelle Centrafrique vio una de las razones por las que Soriano fue sustituido en junio.

“Los franceses se han llevado siempre detrás a los Antibalaka”, explica el militar de EUFOR. Patricia, una administrativa centroafricana, lo expresa de otra manera: “Donde van los Sangarís, estalla la guerra”. Y pone como ejemplo Bambari. En mayo, el embajador francés, Charles Malinas, acudió a esta ciudad situada a unos 200 kilómetros de Bangui para sermonear al recién nombrado Estado Mayor de la Seleka, que se acababa de instalar en esa localidad después de haberse visto forzada a replegarse en el norte en enero cuando Francia y sus aliados obligaron a dimitir a Djotodia.

Malinas pretendía evitar cualquier veleidad secesionista de las regiones del norte por parte de los Seleka, una partición que ya existe de facto y a la que Francia ha contribuido probablemente a su pesar al no prever la persecución y el éxodo musulmán a las regiones septentrionales. El embajador, temeroso de un avance de la alianza rebelde, trató de forzar el desarme de la Seleka en Bambari. El problema fue que sus habitantes musulmanes, que hasta entonces habían convivido con los cristianos, pensaron que los franceses pretendían dejarlos indefensos en manos de los Antibalaka que acechaban a cinco kilómetros a la ciudad. El resultado fue el estallido de combates entre cristianos y musulmanes, Seleka y Sangaris. En unos pocos días, alrededor de un centenar de personas había perecido en esa ciudad hasta entonces pacífica.


*El informante Antibalaka

Sébastien Wenezoui es uno de los líderes de los Antibalaka y su cara más moderada. Este ingeniero de 34 años no duda en reconocer que trabajó –si no lo sigue haciendo aún- para Francia y su ejército como uno de los “250 informantes” de los franceses en Bangui, y luego zanja: “Los franceses nos han ayudado”. Se refiere al desarme de los Seleka, pero esta declaración coincide con la acusación de los musulmanes, que reprochan a Francia haber ayudado a los Antibalaka.

Por si quedaran sombras de duda sobre el sometimiento del gobierno de transición centroafricano, presidido por Catherine Samba-Panza, a las directrices del Elíseo, Wenezoui, considerado próximo a determinados personajes del Ejecutivo de Samba-Panza, confirma que París ha vetado nombres en los fallidos intentos de remodelación ministerial de la presidenta.

Su relato apunta a que París hace y deshace en un avispero, del que Francia ya busca la salida.

Antes de ser destituido, el general Soriano anunciaba que en septiembre, cuando iban a llegar los primeros hombres de la MINUSCA, la misión de Naciones Unidas para Centroáfrica, los soldados franceses empezarían a marcharse.

En diciembre, Hollande se jactó de una intervención en un país “en el que Francia no tiene intereses”. En Centroáfrica, Bolloré, propiedad de un íntimo amigo de Sarkozy, Vincent Bolloré, monopoliza el transporte fluvial. Castel acapara el mercado de la cerveza y el azúcar. El grupo CFAO, fundado por Henri Pinault, distribuye en exclusiva Toyota, Suzuki, Iveco, Yamaha et Bridgestone, mientras que France Telecom es una de las dos compañías telefónicas hegemónicas, al igual que la petrolera Total en su sector. La RCA posee además ricas reservas de uranio que, en su momento, fueron atribuidas a AREVA, firma que, de momento, no explota las minas. Demasiados negocios para que no sea revelador el dibujo de los hermanos Martino en el que se ve a un continente africano, expoliado de norte a sur, con rostro de hombre negro y una bandera de Francia en su cima.


Trinidad Deiros
en República Centroafricana


Asistida por Elena Lavin,
para la foto de las
instalaciones de Total


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