A principios de este verano, cuando el Estado Islámico comenzaba a apuntalar su hegemonía en la provincia siria de Deir Az Zor, unas misteriosas pintadas aparecieron en los muros: “Al Kafn Al Abyad”, o “La mortaja blanca”, se leía en caracteres árabes. Pocos días después, los miembros del EI comenzaron a ser víctimas de atentados y ejecuciones sorpresa a manos de una fuerza desconocida que respondía a dicho nombre.
El grupo afirmaba haberlo adoptado en homenaje a la prenda mortuoria que aguardaba a sus enemigos (el blanco es el color del luto en la religión musulmana), y en el video en el que se anunciaba su creación prometía “purificar la tierra del régimen ocupante de Asad, y su malvado brazo, la banda de Al Bagdadi y el traicionero Estado Islámico de Irak y el Levante”, haciéndose eco de una teoría muy extendida entre los insurgentes sirios, que acusa al EI de ser una creación del régimen sirio. Además, amenazaba a los combatientes extranjeros reclutados por el EI (hasta 15.000, según varios servicios de inteligencia europeos): “Dejad nuestra tierra. No hay sitio para vosotros entre el pueblo sirio, que se levantó contra la injusticia y que no sustituirá un gobierno tiránico por otro opresor”.
A principios de este verano, cuando el Estado Islámico comenzaba a apuntalar su hegemonía, unas misteriosas pintadas aparecieron en los muros: “La mortaja blanca”. Pocos días después, los miembros del EI comenzaron a ser víctimas de atentados y ejecucionesLos primeros en llamar la atención sobre Mortaja Blanca fueron el Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH) y algunos medios periodísticos libaneses. Pero los ‘fantasmas’ que combatían al EI en su propio territorio parecían todavía poco más que un mito urbano. Ya no: la agencia estadounidense Reuters consiguió entrevistar recientemente por Skype a su cabecilla, identificado como Abu Aboud.
“El secretismo es el elemento más importante del trabajo de Mortaja Blanca”, explicó Aboud, quien indicó que la organización está formada por células de cuatro personas que operan de forma independiente unas de otras. La organización fue formada por antiguos integrantes de los batallones insurgentes suníes, agrupados bajo la etiqueta genérica del Ejército Sirio Libre, ahora prácticamente derrotados en la provincia, que ante la imposibilidad de hacer frente al Estado Islámico en operaciones militares convencionales optaron por el sabotaje y la guerrilla urbana.
Un combatiente del Ejército Libre Sirio en el frente de Wadi Al-Dayf, al sur de la provincia de Idlib (Reuters).
Crucifixión para quien se alce contra el Califato
Su modus operandi se basa en atentados inesperados allá donde el Estado Islámico es más vulnerable: atacando, siempre por sorpresa, a elementos que se encuentran solos o en pequeños grupos. Aseguran haber eliminado a más de un centenar de yihadistas en los últimos meses, y aunque la cifra es imposible de verificar, el OSDH sí ha documentado un creciente número de atentados contra militantes del EI en lo que va de año. “Si secuestramos a uno de sus miembros es sólo para liquidarlo más tarde”, afirma Abu Aboud.
'Si secuestramos a uno de sus miembros es sólo para liquidarlo más tarde', afirma Abu Aboud.Según su cabecilla, el grupo, que opera principalmente en el área de Al Bukamal, en la frontera con Irak, cuenta con trescientos combatientes. “El ochenta por ciento de los miembros de Mortaja Blanca no habían tomado parte en ningún combate anteriormente. Los entrenamos y se unieron a Mortaja Blanca debido a la gran opresión que sienten desde que el Estado Islámico se ha hecho con el poder”, asegura. Además, podrían no ser los únicos: el OSDH ha advertido de la aparición de grupúsculos similares opuestos al EI, que actúan de un modo parecido, con nombres como la “Brigada Fantasma” y la “Brigada del Ángel de la Muerte”.
Al Estado Islámico, de hecho, le preocupa seriamente la existencia de estos núcleos de resistencia. Para aquellos que osan alzarse en armas contra el Califato reserva uno de sus peores castigos, la crucifixión, en parte por su carácter extremo y en parte basándose en la doctrina islámica. El versículo 33 del quinto libro del Corán dice: “La pena para aquellos que hagan la guerra contra Dios y sus mensajeros y lleven corrupción a la tierra no es otra que la muerte o la crucifixión”, si bien reseña otras posibles penas, como la amputación de manos y pies o el exilio. En cualquier caso, el versículo continúa: “Excepto para aquellos que se arrepientan antes de que los capturéis. Y sabed que Dios es Clemente y Misericordioso”.
Y de hecho, una gran parte de los crucificados por los yihadistas en su capital, Raqqa, lo fueron por atacar a miembros del Estado Islámico, como los dos hombres cuyos cadáveres fueron expuestos en la plaza principal de la ciudad a finales de abril, cuyas fotografías dieron la vuelta al mundo. “Hace diez días, unos agresores en una moto lanzaron una granada contra un militante del Estado Islámico de Irak y el Levante en la rotonda de Naim. Un civil musulmán perdió su pierna y un niño murió. De inmediato, nuestros combatientes establecieron un control de carretera y lograron capturarlos. Pudieron también detener a otros miembros de la célula”, explicó la organización en un texto en su cuenta de Twitter, que acompañaba la difusión de las imágenes de ambos hombres ensangrentados y agonizando.
Dos meses después, otros ocho miembros de grupos insurgentes rivales sirios sufrieron el mismo destino, acusados de ser parte de las milicias “Sahwa” o “del Despertar”. Una denominación significativa, puesto que dicho nombre hace referencia a la alianza de tribus suníes iraquíes que se alzaron en armas contra el Estado Islámico de Irak (germen del actual EI) en 2006. En aquella ocasión, el general estadounidense David Petraeus percibió inmediatamente la oportunidad y ordenó que se les proporcionasen suministros y armamento; en dos años, las fuerzas tribales habían logrado pacificar su territorio y expulsar a los radicales.
Sin embargo, la política sectaria del primer ministro iraquí, Nuri Al Maliki, durante el último lustro, ha llevado a estas mismas tribus a cambiar nuevamente de bando y abrazar el levantamiento suní encabezado por el Estado Islámico en territorio iraquí. Pero entre los líderes yihadistas se mantiene el temor a una insurrección tribal suní contra el Califato, que podría haber empezado ya: en agosto, más de setecientos miembros de la tribu siria de Al Sheitaat fueron ejecutados por oponerse al dominio del EI en Deir Az Zor. Y un número similar de integrantes de la tribu Albu Nimr, en la provincia iraquí de Anbar, ha muerto en enfrentamientos o ejecuciones a manos de militantes de esta organización en el último mes.
Los Sheitaat se alzaron contra el Estado Islámico a finales de julio después de que estos irrumpiesen en una boda y se llevasen al novio, y de que tratasen de arrestar a cinco miembros de la tribu en un puesto de control al día siguiente. “El reciente enfrentamiento no fue el primero, y estuvo precedido de una gran tensión en los últimos meses por los abusos cometidos por elementos del Estado Islámico y sus continuos intentos de hacerse con el control total y de dominar a las tribus”, afirma un activista y miembro de Al Sheitaat, Mohieddine Al Aqidi. “Los acuerdos entre el EI y las tribus de Deir Az Zor no representan un juramento de lealtad. Son meros pactos de no agresión entre ambas partes, estipulando que ninguno atacará al otro, y sobre todo que el EI no atacará a los miembros de la tribu, a cambio de que entreguen las armas en sus dominios”, indica. Un pacto que, aseguran, han roto los yihadistas en su obsesión por imponer sus estrictas reglas de comportamiento “islámico”.
Milicianos del ELS toman posiciones durante combates con fuerzas de Al Asad en la Ciudad Vieja de Alepo (Reuters).
Exactamente ese mismo tipo de abusos fue lo que condujo a los clanes iraquíes a formar las milicias “Sahwa” la pasada década, y ahora amenazan con repetir el mismo patrón. En esta ocasión, sin embargo, el Pentágono carece del margen de maniobra de antaño. “Necesitamos expandir las misiones de entrenamiento, asesoramiento y asistencia en la provincia de Anbar”, declaró a principios de este mes el general Martin Dempsey, jefe del Estado Mayor estadounidense. “Pero la precondición es que el Gobierno de Irak esté dispuesto a armas a las tribus”, indicó.
Pero esas tribus se quejan, precisamente, de que Bagdad les ha abandonado a su suerte. “Pedimos armas muchas veces, pero solo nos han hecho promesas. Le dimos al Gobierno coordenadas para que lanzase ataques aéreos, pero no mantuvo su palabra”, se quejaba el Sheikh Naim Al Gaud, de la tribu Albu Nimr, en una entrevista con la BBC publicada la semana pasada.
“Podría haber resistencia [suní] si el Estado Islámico se lo juega todo e intenta, por ejemplo, hacer que las tribus le juren lealtad a Al Bagdadi”, opina Robert McFadden, analista del Grupo Soufan, una consultora privada de inteligencia que este mes ha publicado un detallado informe sobre esta organización yihadista. Según McFadden, una insurrección suní generalizada es una condición imprescindible para acabar con el dominio del Estado Islámico. Sin embargo, este antiguo oficial de contrainteligencia opina que conseguir suficiente apoyo popular para un levantamiento de este tipo “llevará tiempo”. De momento, gracias al terror y a la persuasión, el Califato sigue firmemente asentado".
Publicado en El Confidencial
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