lunes, 24 de noviembre de 2014

Tormenta a la vista en Irán

Las iniciativas del nuevo presidente de Irán, Hassan Rohani, se apartan cada vez más de la línea antiimperialista del imam Khomeiny. Todo indica que, después de haber favorecido la elección de Rohani desde su posición como Guía Supremo, el ayatola Ali Khamenei ha decidido ahora oponerse al acuerdo negociado en secreto con Estados Unidos y la Unión Europea. Washington no tiene intenciones de aceptar ese cambio de actitud y está preparando su «plan B».JPEG - 24.4 KB
Según el pensador de la Revolución iraní, Ali Shariati, todo musulmán está en el deber de ser revolucionario y todo verdadero revolucionario debe ser considerado como un musulmán, independientemente de su religión. Según ese principio, la apelación «República Islámica de Irán» puede interpretarse como «República Revolucionaria de Irán», interpretación contra la cual lucha el representante de la facción proestadounidense del clero chiita, el ayatola Hassan Rohani.


El proyecto del jeque Hassan Rohani

Desde el triunfo de la revolución del imam Khomeiny, Irán ha respaldado todos los movimientos antiimperialistas del Medio Oriente, independientemente de las creencias religiosas de sus miembros. Esa política se vio fuertemente cuestionada por la «Revolución verde» de 2009. En aquel momento, el candidato «modernista» Mir-Hosein Musavi declaraba en su campaña electoral que, aunque rendía homenaje al Hamas y el Hezbollah, no había razones para que los iraníes pagaran las armas de esos movimientos de Resistencia, ni para que pagaran la reconstrucción de Palestina o la del Líbano. Años más tarde, en 2013, después de ser electo presidente de Irán, el jeque Hassan Rohani intrigaba a los comentaristas agitando una llave y dando a entender que pondría el Tesoro iraní al servicio de los iraníes en vez de seguir financiando movimientos de Resistencia, que en algunos casos ni siquiera son chiitas. Pero el pueblo iraní no daba mucha importancia a esa polémica, considerándola erróneamente como simple politiquería.
Cuando fue electo, Rohani parecía representar una esperanza para su país ya que los electores estaban convencidos de que era el hombre que lograría un acuerdo con Estados Unidos y con la Unión Europea, poniendo así fin a las «sanciones», y que mejoraría el poder adquisitivo de los iraníes. En este momento, Irán ha recuperado la posibilidad de vender su petróleo en el mercado internacional y gracias a ello dispone de divisas extranjeras y se ha estabilizado el valor del rial, la moneda iraní.
Y está llegando el momento del desenlace: en secreto, el presidente Rohani negoció un acuerdo con Washington y Bruselas, acuerdo que debería hacer público próximamente [1]. Pero ese acuerdo va mucho más allá que las declaraciones que hacía Mir-Hosein Musavi hace 5 años. Se trata, nada más y nada menos, que de poner a Irán del lado de Occidente, a pesar de la reciente entrada de ese país en la Organización de Cooperación de Shanghai.
Según ese acuerdo, Irán vendería su gas a la Unión Europea, que podría liberarse así de su actual dependencia del gas ruso para embarcarse en una nueva guerra fría. Por otro lado, ya China no podría contar con el gas iraní para seguir adelante con sus planes de desarrollo [2].
El 24 de septiembre de 2014, en ocasión de la apertura del nuevo periodo de sesiones de la Asamblea General de la ONU, el presidente Rohani se reunió en Nueva York con su homólogo austriaco Hans Fisher, cuyo país está cargo del proyecto Nabucco. Los dos presidentes conversaron sobre el financiamiento de una conexión con los yacimientos iraníes de gas y petróleo, un trabajo cuyo costo podría elevarse a 8 500 millones de dólares. Como puede verse, se trata de un proyecto de proporciones faraónicas y, por lo tanto, capaz de generar muchas oportunidades de corrupción.
La conclusión de tal acuerdo pondría fin a la polémica sobre la bomba atómica que Irán supuestamente podría fabricar «en unas cuantas semanas»… desde que Mahmud Ahmadinejad fue electo presidente en 2005 [3].

El conflicto entre proestadounidenses y antiimperialistas

Contrariamente a la visión simplificadora impuesta por la propaganda atlantista, la clase clerical chiita no participó en la Revolución islámica iraní sino que esta se hizo simultáneamente contra el shah y contra el clero. Este último incluso calificaba al ayatola Khomeiny de «cismático» hasta que finalmente la mayoría de sus miembros optaron por montarse en el carro del movimiento popular y acabaron uniéndose al imam. Las relaciones entre los revolucionarios iraníes y el clero conocieron nuevas tensiones durante la guerra que Irak impuso a Irán. En aquel momento, los Guardianes de la Revolución –entre cuyos miembros se hallaba Mahmud Ahmadinejad– comprobaron rápidamente que los hijos de los dignatarios religiosos brillaban por su ausencia en el frente de batalla.
El clero chiita abusó durante siglos de su poder en Irán. La Revolución del ayatola Khomeiny era simultáneamente una reforma del chiismo y una lucha por la liberación nacional. Antes de Khomeiny, los chiitas iraníes lloraban constantemente la muerte del imam Ali. Con Khomeiny, aprendieron a seguir su ejemplo luchando contra la injusticia.
En lo tocante a la moral y las costumbres, ambos bandos defienden los mismos principios pero no lo hacen de la misma manera. Tanto el clero –actualmente representado por Hassan Rohani– como las «Fuerzas de la Revolución» –representadas principalmente por los hermanos Larijani– son favorables a la coerción mientras que los antiimperialistas –cuyo líder sigue siendo Mahmud Ahmadineyad– destacan el valor del ejemplo. Durante sus mandatos presidenciales, esa divergencia llevó a Ahmadineyad a entrar en conflicto con la policía encargada de velar por las costumbres. Por ejemplo, Ahmadineyad tomó públicamente posición en contra de la obligación de portar el velo impuesta a las mujeres y también se pronunció contra la fuerte recomendación a los hombres de dejarse crecer la barba. El enfrentamiento llegó a agudizarse tanto que varios colaboradores del entonces presidente fueron arrestados y encarcelados por «brujería» (sic).
El Guía Supremo, ayatola Ali Khamenei, discípulo destacado del imam Khomeiny, dispone –a la luz de la Constitución– de poderes superiores a los del presidente de la República pero sólo puede intervenir excepcionalmente. Durante los últimos años, el ayatola Khamenei trató de limitar las iniciativas del turbulento Mahmud Ahmadineyad y de obligarlo a mantener su alianza con los hermanos Lariyani. Se produjo entonces un choque entre el presidente Ahmadineyad y el Guía Supremo, principalmente sobre la nominación de Esfandiar Rahim Mashaei como vicepresidente. Mashaei acabó siendo rebajado al rango de jefe del gabinete presidencial y, en definitiva, la alianza entre los hermanos Lariyani y Ahmadineyad acabó rompiéndose en medio de un desagradable ambiente de acusaciones públicas de corrupción [4].
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Después de haber favorecido la elección de Hassan Rohani para lograr una pausa en el enfrentamiento con Washington, el Guía Supremo Ali Khamenei estima en este momento que Rohani ha sobrepasado los límites y que hoy amenaza el ideal revolucionario.

Las reacciones ante el proyecto de Rohani

Un poco más de un año ha pasado desde su elección y la popularidad de Rohani ya está en caída libre. La opinión pública iraní se divide actualmente entre quienes lo acusan de no haber cambiado gran cosa y quienes lo acusan de favorecer una clase social a expensas de la mayoría. Es evidente que si Mahmud Ahmadineyad fuese autorizado a presentarse a la próxima elección presidencial ganaría la elección en la primera vuelta. Pero parece poco probable que se le conceda esa oportunidad. En 2013, la candidatura de Esfandiar Rahim Mashaei –quien gozaba del respaldo del hoy ex presidente– fue rechazada a pesar de que los sondeos de opinión lo daban como ganador en la segunda vuelta. Eso indica que se hará todo lo posible por apartar a Ahmadinejad de la elección presidencial prevista para 2017.
En todo caso, el ex presidente de Irán nunca ha estado tan activo como hoy. En este momento está enfrascado en la movilización de sus partidarios y parece que logrará evitar que Irán caiga en la órbita atlantista. Como indicio de su probable victoria está el hecho que el Guía Supremo permitió que los partidarios de Ahmadineyad organizaran un coloquio antiimperialista internacional, a cuya realización se había opuesto el año pasado [5]. El ayatola Ali Khamenei incluso envió un representante personal al encuentro y ello indica que se dispone a vetar el proyecto de Rohani.
Para los discípulos de Khomeiny ese proyecto equivaldría a aniquilar la Revolución y volver al Irán de los tiempos del shah. Irán renunciaría a su influencia política y se dedicaría al comercio internacional. En el plano interno significaría un regreso a la opulencia para los dirigentes, pero no para la población. Y de paso, los pueblos del Medio Oriente que han acumulado cierto número de victorias ante Washington, Londres y Tel Aviv, principalmente en Líbano, en Gaza, en Siria y en Yemen, se verían nuevamente indefensos.

El «plan B» de Estados Unidos

En previsión de un posible fracaso del plan Rohani –que parece lo más probable, a no ser que el Guía Supremo desapareciera prematuramente–, Washington sigue preparando su «Plan B»: un amplio programa de desestabilización, mucho más potente que el de 2009. En aquel momento el objetivo fue hacer creer que se había producido un fraude electoral que privaba a los proestadounidenses de una supuesta victoria [6]. Ahora sería un «remake» de la falsa revolución siria de 2011.
Desde hace 5 años, Washington ha venido creando –y haciendo que otros creen– más de 70 canales de televisión vía satélite en lengua farsi, idioma del que sólo se cuentan en todo el mundo 100 millones de hablantes de los que 80 millones viven en Irán. Todos los aliados de Estados Unidos, desde los miembros de la Unión Europea hasta Corea del Sur, han sido “invitados” a transmitir programas destinados a los iraníes. Si todos esos medios transmitieran simultáneamente una noticia falsa, los iraníes, que en muchos casos no miran sus propios canales de televisión por considerarlos demasiado politizados o demasiado puritanos, probablemente creerían que es una información cierta.
Por otro lado, nadie sabe bien quién es el responsable de la censura de internet en Irán. Para impedir la difusión de pornografía, se hace imposible ver ningún video en internet y numerosos sitios también permanecen inaccesibles. Pero cada internauta iraní se ha dotado de algún proxy que le permite evitar la censura. Por lo tanto, el único resultado de esa práctica es que desacredita al Estado, cosa que Estados Unidos no dejará de utilizar.
Es por lo tanto evidente que ante un fracaso del plan de Rohani, Washington echará a rodar noticias falsas que el público creerá. Las nuevas tecnologías hacen posible la difusión de acontecimientos ficticios, como ya se hizo en Libia –donde las supuestas imágenes de la caída de la Yamahiria se transmitieron por televisión 4 días antes de los hechos para desmoralizar a la población– y en Siria –con la transmisión de imágenes de manifestaciones que sólo existieron en las pantallas de televisión.
El rechazo del proyecto de Rohani marcará por lo tanto el inicio de una nueva confrontación.

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