Que Riad acuse a su vecino de apoyar el terrorismo es de risa. Pero lo que hay detrás es una pugna por el liderazgo regional con el coqueteo con el odiado Irán como telón de fondo
Estás tiznado, dijo la sartén al cazo. Estás apoyando el terrorismo islamista internacional, dijo Arabia Saudí a Qatar, y rompió relaciones diplomáticas con el emirato del Golfo.
Sí, esta fue la razón dada oficialmente: Qatar había violado las normas "de forma seria y sistemática durante los últimos años con el fin de crear enfrentamientos dentro de Arabia Saudí, minando su soberanía, y apoyando a varios grupos sectarios y terroristas cuyo fin es desestabilizar la región", decía el comunicado. Y entre estos, agregaba, se hallaban los Hermanos Musulmanes, el Dáesh y Al Qaeda, respaldados mediante "incitación en los medios de comunicación".
Es verdad: Yusuf Qaradawi, famoso telepredicador qatarí, presente en el canal Al Jazeera, que financia el Gobierno, es toda una referencia para el fundamentalismo wahabí, ese que inspira los atentados yihadistas. No porque Qaradawi pida hacer atentados - los condena - sino porque crea un universo mental islámico en el que la ley suprema es lo que diga el Corán, o lo que uno cree que diga, al margen de lo que diga la humanidad. Es un universo deshumanizado.
Exactamente lo mismo que hace Arabia Saudí desde hace tres décadas, financiando mezquitas que difunden esa versión deshumanizada de una religión que hoy todo el mundo ha aceptado que se llama islam. Gastándose mucho más dinero de lo que Qatar nunca tuvo, y con un éxito inmensamente mayor.
El éxito quedó patente: Bahréin, Emiratos Árabes Unidos y Yemen se unieron a Riad en su ruptura. No sorprende: ya sabíamos que eran satélites del reino del desierto. Que también lo hiciera Egipto demuestra que la secular lucha por la supremacía entre las dos potencias ribereñas del Mar Rojo ha quedado sellada y terminada: El Cairo ya es colonia de La Meca. Por supuesto se apuntó el Gobierno provisional de Tobruk en Libia. Y luego Maldivas, ese archipiélago wahabí del Índico que todavía suena a lugar de vacaciones.
Este es, pues, por ahora el mapa del imperio saudí erigido con petrodólares. En los próximos días veremos quién más acude al besamanos. ¿Sudán? ¿Pakistán? ¿Indonesia? ¿Nigeria?
Es un déjà vu en parte: ya en marzo de 2014, el Consejo de Cooperación del Golfo, dominado por Riad, suspendió a Qatar por albergar a altos cargos de los Hermanos Musulmanes, entonces recién desterrados de Egipto. No es que los Hermanos tuviesen una visión religiosa distinta de la wahabí o que sean más "terroristas" que otros: son antimonárquicos. Y eso es algo que la familia Al Saud no puede tolerar. En aquel entonces, Qatar plegó velas y en noviembre del mismo año todo volvió a su cauce.
Por supuesto, nadie en la prensa árabe se ha creído por un momento que el motivo de la ruptura sea el apoyo de Qatar a "grupos terroristas". Todos saben que la pelea surgió en mayo, cuando la agencia de noticias oficial qatarí difundió unas frases del emir, Tamim bin Hamad Al Thani, durante un acto castrense, que tuvieron el efecto de una bomba en el plácido reino saudí: "Irán es una potencia islámica" y "No es de sabios mantener tensiones con Irán".
¡Anatema! Tanto que Qatar lo desmintió: alguien había hackeado la web de la agencia, aseveraron las autoridades (y probablemente despidieron con efecto inmediato al redactor que no había tenido la precaución de censurar al soberano). Nadie se lo creyó: Arabia Saudí, Bahréin, Egipto y Emiratos bloquearon en represalia la web de Al Jazeera.
El problema es que no se trataba de palabras vacías: pocos días antes, el ministro de Exteriores qatarí, Mohamed bin Abdulrahman Al Thani (todos los altos cargos son Al Thani en Qatar, como son Al Saud en el gran vecino), se reunió en secreto en Bagdad con Qasim Suleimani, un comandante de la Fuerza Quds iraní. O así lo aseguraba la prensa saudí. Días más tarde, el emir Tamim llamó por teléfono al presidente iraní, Hassan Rohaní, recién confirmado en el cargo, y se explayó con que hay "amplio terreno y potencial para desarrollar una cooperación iraní-qatarí en campos políticos y económicos" y que habría que esforzarse para "promover las relaciones".
Esto debió de ser la gota final. Porque la creencia de que Irán es el eje, la base y la cúpula del Mal parece haberse convertido en los últimos años en un dogma aún más divino para Arabia Saudí que para Israel. O quizás simplemente, como buenos aliados que son, se turnen al megáfono. Y un paso en falso lleva a la excomulgación. "¿Para qué aliarse con nuestros enemigos y rivales en la comunidad internacional? Esto es un suicidio político", clamó la escritora bahreiní Sawsan Shaer, pidiendo a Qatar "volver al redil". El mensaje está claro: aquí manda Riad, y nadie más.
Algo enrevesada es la principal acusación saudí: que Qatar apoya a los rebeldes huthíes en Yemen, pese a formar parte de la coalición militar que los combate (ahora ha sido suspendido de manera fulminante). No sería algo demasiado extraño, desde luego: también Arabia Saudí forma parte de la Coalición antiyihadista que bombardea al Dáesh en Siria. La acusación se basa en la asunción de que Irán es el gran valedor de los huthíes, algo que era dudoso durante la primera década de ese conflicto, pero ya se ha convertido en consenso en ambos bandos.
El hecho de que los huthíes son zaydíes, una rama del islam chií, facilitaba las cosas, claro, mientras la prensa internacional no se fijase mucho en que el Gobierno yemení contra el que combatían los huthíes también era zaydí de toda la vida. Pasando por alto ese detalle, el conflicto yemení era una pieza excelente más para construir la imagen del gran conflicto suní-chií en Oriente Próximo. Lástima que la familia Al Thani de Qatar no sea chií. Habría sido ideal. Nada que hacer: son wahabíes (suníes se dicen) como la dinastía de Al Saud. Un duro golpe para los analistas internacionales, que hasta ahora eran tan capaces de explicar todo lo que pasara entre musulmanes con la religión de los implicados.
La religión es la misma, y la ambición de los dos rivales es la misma: desconocemos los detalles del apoyo financiera y armamentístico que tanto Arabia Saudí como Qatar dan a los grupos armados wahabíes en Siria, como Ahrar Al Sham o los diversos alias consecutivos de Al Qaeda-Al Nusra (en el caso del Dáesh se ha conseguido ocultar este apoyo de tal manera que solo se puede mencionar entre paréntesis). Pero probablemente sea allí donde la rivalidad entre Riad y Doha es máxima, en un terreno volátil en el que los milicianos - mejor los llamaremos mercenarios - cambian de lealtad según el diámetro del lanzacohetes que se les regale. (No es fácil diferenciarlo en la foto: la longitud de barbas exigida por ambos mecenas es la misma).
Precisamente porque tienen la misma intención, los mismos jugadores, el mismo objetivo, la misma religión deshumanizada, las mismas herramientas, Riad y Doha son tan encarnizados rivales. Es la pelea entre dos aspirantes a cabecilla de la misma familia mafiosa. Lo malo para Qatar es que en este juego no tiene aliados en el propio bando. Kuwait, dicen, mediará un poco, Omán se mantendrá neutral. Los demás están lejos. Turquía era y sigue siendo muy buen aliado de Qatar, y un excelente destino para las inversiones de la potencia gasística del Golfo, pero desde la visita del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, al rey Salman Al Saud en 2015, el primero tras años de tensiones, las relaciones entre Ankara y Riad han ido mejorando hasta niveles de alianza firme. Por eso, el Ministerio de Exteriores turco ahora solo ha emitido un comunicado que expresa su "gran tristeza" por el conflicto.
Turquía no puede elegir bando definitivo en este juego: seguirá peleándose con Irán de vez en cuando por menudencias, como corresponde a dos vecinos, pero nunca romperá con Persia, el futuro gran aliado de Europa en Asia (no importa si ese futuro es lejano: la geoestrategia se puede saltar generaciones, pero es inexorable). Pero la verdadera incógnita es Estados Unidos.
¿Es casualidad que Riad mueva peones, torre y alfil dos semanas después de la visita de Donald Trump a Arabia, en la que firmó, como certificado de la inquebrantable alianza, un acuerdo de venta de armas estadounidenses al Reino saudí por valor de 110.000 millones de dólares? ¿Es el anatema contra Qatar una nueva ofensiva a favor de la línea antiiraní de Trump? Más bien lo contrario: Washington no se ha mostrado precisamente encantado con el gesto, y el responsable de Exteriores, Rex Tillerson, solo ha apuntado que no va a afectar a la "unidad en la lucha antiterrorista".
Porque ahora Trump tiene un problema: Qatar, no Arabia, alberga la base militar más grande de Estados Unidos en Oriente Próximo, con 11.000 soldados. ¿Puede mantenerlos si ese país está públicamente acusado de apoyar el terrorismo o a Irán o ambas cosas? Y si no los retira, ¿no está desmintiendo a su gran aliado saudí?
Quizás por eso, Riad haya movido la ficha ahora: 110.000 millones de dólares son muchos dólares, mucha inversión en la industria estadounidense, muchos discursos de creación de empleo para el presidente. Donald Trump es un hombre de negocios, y durante su viaje por Arabia no dio guerra: habrá entendido que lo mejor que se puede hacer con la retórica contra Teherán que él mismo montó durante la campaña electoral es dejar que caiga suavemente en el olvido. A diferencia de otras guerras, muy rentables, una invasión de Irán no es un negocio. Sino una espantosa ruina.
Una ruina para América, no para Riad, claro. Por eso, la patada de Arabia Saudí a Qatar es, en primer lugar, una amigable ofensiva contra Estados Unidos; necesita ser el único amigo de Washington entre Tel Aviv e Islamabad, y quiere forzarle la mano en el juego contra Irán. Una especie de revancha por la ronda que perdió contra Obama hace exactamente un año. Se reparten cartas. Trump se aguanta las ganas de tuitear. Porque quien ha prometido a otro 110.000 millones de dólares, lo tiene agarrado por ciertas partes nobles.
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