martes, 16 de mayo de 2017

Resistir y crear otro mundo en el Kurdistán


Hasta 2012, cuando se desmoronó el poder de Damasco sobre el norte del país, los kurdos y los demás grupos (árabes, asirios, armenios, circasianos y turcos) no tenían autorizado salir de sus pueblos y cantones ni podían hablar sus propias lenguas.

Mientras el régimen turco encabezado por Recep Tayyip Erdogan bombardeaba el norte de Siria con aviones caza y fuego de artillería, ante el silencio de las grandes potencias Estados Unidos y Rusia, miembros de la resistencia kurda y personas solidarias con su causa confluyeron en la tercera conferencia “Desafiando la Modernidad Capitalista”, en Hamburgo, entre el 14 y el 16 de abril.

Bajo el lema “Resistencia, Rebelión y Construcción de lo Nuevo”, más de mil activistas debatieron sobre lo que puede considerarse el eje del pensamiento kurdo actual: cómo transformar el mundo sin repetir los moldes de las revoluciones del pasado, que llevaron a la construcción de sociedades opresivas en nombre del socialismo.

Además de las tradicionales mesas con ponencias, que escucharon también mensajes provenientes de las montañas del Kurdistán y de la Rojava liberada, se realizaron más de dos docenas de talleres y grupos de trabajo donde la cuestión de la mujer y la educación concentraron la mayor atención. La mitad de los asistentes eran kurdos residentes en Europa (con destaque de Hamburgo donde viven más de cien mil emigrantes y exiliados), algunos llegaros especialmente desde Turquía, y la otra mitad fueron europeos solidarios, algunos de Euskal Herria, y un puñado de latinoamericanos.

Entre las intervenciones habría que destacar la de dos mujeres kurdas. Ebru Günay es abogada defensora legal de Abdullah Öcalan, razón por la cual fue detenida en 2009 y mantenida cinco años en prisión. En su intervención mencionó la huelga de hambre que mantenían 200 presos políticos kurdos y sostuvo que «todas las creaciones por fuera del capitalismo están siendo atacadas por la cultura de la muerte» que encarna el régimen turco; porque «pretenden conquistar la nueva sociedad, la sociedad de la solidaridad que coexiste con la de la muerte».

La cientista política Zilan Yagmur centró su intervención en la lucha de las mujeres. «Una sociedad homogénea no puede defenderse», dijo. Apeló a la construcción de estructuras paralelas al Estado para «agujerear la dominación y extender esas creaciones, pero además debemos cambiar cada uno de nosotros y nosotras». La renovación del movimiento kurdo, anclado en el activismo de los jóvenes y las mujeres, le concede un alcance universal según las ponentes.

Fuat Kav estuvo 20 años recluido en la tenebrosa prisión de Diyarbarkir 5, donde fue torturado y sentenciado a muerte, pena que le fue conmutada pero debió exiliarse en 2003. «Los mecanismos del Estado no dependen de las buenas intenciones de las personas, porque ellas serán siempre instrumentos de ese Estado que nunca puede ser un espacio de libertad», dijo Kav. Tomó prestada una frase de Bakunin, la que dice que si se coloca a un ángel en el poder se convertirá en demonio, para argumentar que los estados «tienen mecanismos para romper las sociedades» y aseguró que los kurdos se están alejando de la idea de Estado.

En opinión de Kav, fue en la cárcel donde muchos kurdos comprendieron los mecanismos estatales y, también, “lo que hay en nosotros de Estado”. Finalizó su muy aplaudida intervención destacando que «el Estado siempre domina la sociedad», aunque matizó que «no es lo mismo Turquía que Bolivia».

En el grupo de trabajo sobre educación se registraron confluencias entre el movimiento kurdo y el Movimiento Sin Tierra (MST) de Brasil. Una docente de Rojava, Rohani, explicó las características de la educación en las zonas autónomas: «El objetivo en las escuelas es comprender el conflicto y la historia para poder resistir, aprender sobre el comunalismo democrático, cómo conseguir la auto-administración y cómo crear una verdadera democracia». Aseguró que las diferencias entre profesores y alumnos se están evaporando en la medida que los segundos se empoderan.

Dos temas centrales fue posible rastrear en todas las intervenciones: la cuestión de la mujer y del patriarcado, seña de identidad del actual movimiento kurdo, y la necesidad del cambio personal, que pasaría por recuperar la crítica y la autocrítica.

En esa dirección, la intervención de una guerrillera a través de un video, permitió profundizar el debate: «La cuestión de la mujer no consiste en los derechos sino en la sobrevivencia de la humanidad, por eso no puede ser algo lateral o de segundo grado». Se trata, explicó, de quemar el pañuelo negro que les impone el Estado Islámico, pero también «el pañuelo negro que tienen los varones».

Las palabras de Öcalan no podían faltar. Su figura y sus ideas sobrevolaron cada intervención y cada reflexión, prisionero desde 1999 en la isla de Imrali, en el mar Negro, donde nadie lo ha podido visitar en los dos últimos años. Sin embargo, sus escritos han traspasado los muros y sus diez libros forman parte del acervo político y cultural del sector de luchadores organizados en torno al PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán) y ahora también en el HDP (Partido Democrático de los Pueblos).

El HDP integra diversas «minorías», además de los kurdos, que comparten la resistencia a la opresión del Estado turco. Cuenta con 59 diputados y tiene presencia en todo el país, pero es hegemónico en el Kurdistán. Lo cierto es que no sólo los kurdos sino otros grupos sociales que habitan Turquía se referencian en el movimiento y las ideas de Öcalan.

Su último libro traducido al castellano se titula Manifiesto por la Civilización Democrática, y leva por subtítulo “La Civilización Capitalista. La era de los dioses sin máscara y los reyes desnudos”. Rechaza el centralismo y defiende la comunidad como forma no estatal de gobierno, cuestiona el Estado-nación que considera una creación del capitalismo y lo valora como «un sistema militar». Una de sus críticas centrales se focaliza en el economicismo en el que han caído los seguidores de Marx, lo que les impide comprender, dice Öcalan, que el capitalismo no es economía sino un poder sobre la sociedad.

La presidenta de la Federación Democrática del Norte de Siria, Fewza Yusuf, fue la encargada de cerrar el evento. «Es la primera vez que todas las etnias discuten juntas el tipo de sociedad que quieren y acuerdan un contrato social entre ellas», dijo. Hasta 2012, cuando se desmoronó el poder de Damasco sobre el norte del país, los kurdos y los demás grupos (árabes, asirios, armenios, circasianos y turcos) no tenían autorizado salir de sus pueblos y cantones ni podían hablar sus propias lenguas.

Ironías de la guerra, «ahora están aprendiendo a convivir y tomar decisiones, porque antes todo se decidía en Damasco», según Yusuf. Este es quizá uno de los mensajes más profundos que nos está dejando la lucha del pueblo kurdo (una «minoría» de 40 millones viviendo en cuatro estados): que sólo bajo las grandes conmociones puede romperse la rutina y comenzar a construirse algo nuevo y diferente.

Cuando se cumplen cien años de la Revolución de Octubre, nacida de los estragos de la primera guerra mundial, la mayor carnicería humana conocida hasta entonces, vale reflexionar sobre los problemas y las oportunidades que traen los grandes conflictos. Sin guerras, no hubiera habido revoluciones. Pero si los revolucionarios no aprendemos de los problemas que acarrean –como la tendencia al centralismo y al estatismo–, nos limitaremos a tropezar siempre con la misma piedra.

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