La 31 cumbre de la Unión Africana (UA) avanza hoy en el análisis de cuestiones clave del continente, aunque, en opinión de expertos, la piedra en el zapato continúa siendo una estrategia adecuada para el Sahel.
Cuando ya cerraron las primeras sesiones de la cita, que agrupó al Comité de Representantes Permanentes como preámbulo de la reunión de jefes de Estado y Gobierno, los analistas se preguntan qué iniciativas adoptará la UA para resolver los pendientes en este tema.
En opinión de la mayoría, no basta con prolongar por períodos adicionales el despliegue de la fuerza conjunta regional contra el terrorismo del conocido grupo G5 del Sahel, integrado por Mali, Mauritania, Burkina Faso, Níger y Chad.
Medidas como esa, consideran algunos, atacan a los criminales, pero no a la raíz del problema, cuyo tratamiento a la luz del presente constituye una las principales críticas que se le hace al bloque regional.
Es este el momento oportuno, señaló Firawol Alemayehu, investigador del Centro de Estudios Estratégicos: el encuentro se celebra en Mauritania, sede de la Secretaría del G5 Sahel y lugar de nacimiento de la principal iniciativa continental en la franja sahelo-sahariana en marzo de 2013, conocida como el Proceso de Nouakchott, adoptada en 2013.
Los objetivos del mismo incluían la producción y distribución de información sobre el terrorismo; seminarios de trabajo para la mejora del control de fronteras, así como el envío de misiones de evaluación para el seguimiento y el fortalecimiento de las capacidades de los países.
Además, conllevaba el monitoreo de la ejecución de los acuerdos de seguridad.
Sin embargo, esos esfuerzos lograron resultados limitados; si bien el Proceso de Nouakchott generó una cultura de intercambio y cooperación entre los actores, el impulso político se debilitó ya que la última reunión ministerial tuvo lugar en 2015, apuntó Alemayehu.
La estrategia de Sahel 2014 sufrió un destino similar, debido a la falta de una clara división de trabajo (local, nacional y regional) y los recursos financieros y humanos limitados asignados para la implementación, subrayaron los estudiosos.
Aunque la Misión de la Unión Africana para Malí y el Sahel (MISAHEL), establecida para aplicar ese mecanismo, lucha por cumplir su mandato y desempeñar un papel fundamental en la aplicación del acuerdo de paz de Argel de 2000, los resultados aún no son del todo tangibles, puntualizó Daniel Ahmed, comentarista de temas africanos.
Un elemento positivo son las medidas tomas en la subregión: Malí, Níger y Burkina Faso ampliaron el mandato de la Autoridad Liptako-Gourma -formada en 1970 para reimpulsar cuestiones de seguridad, además de su enfoque de desarrollo nacional-.
Pero muchos continúan señalando que las operaciones en el Sahel deben estar en el marco de la Arquitectura de Paz y Seguridad Africana de la UA (APSA), puesto que algunos de los programas son patrocinados por gobiernos no africanos.
En la visión fragmentada prevaleciente de cómo lidiar con la seguridad, es un desafío para la Comisión de la UA imponer su voluntad a los actores regionales, pues obstaculizaría la apropiación de dicha estrategia y, por lo tanto, la puesta en práctica, aseguró Ahmed.
El mandato político proviene de la legitimidad de la UA como una organización panafricana que se esfuerza por encontrar soluciones a los problemas del área. Se espera que defina el marco de políticas y asegure la coordinación y la coherencia entre los diversos componentes, agregó.
Cualquier función que la Unión Africana desee desempeñar en el Sahel depende de su capacidad para aumentar su influencia tanto financiera como política, al tiempo que garantiza una alineación adecuada con las preferencias de los Estados miembros interesados.
Aunque es difícil de resolver, la crisis allí es una oportunidad para que la UA aclare su papel y misión cuando se trata de enfrentar una crisis prolongada, consideran los observadores.
El Sahel, la zona que forma un cinturón de cinco mil 400 kilómetros desde el océano Atlántico hasta el mar Rojo y que se extiende desde el norte de Senegal, el sur de Mauritania, Malí, extremo sur de Argelia, Níger, Chad y sur de Sudán hasta Eritrea, es foco constante de acciones de grupos terroristas.
Mientras unos territorios sufren los ataques de Boko Haram (Níger y Chad), los otros están expuestos a la actividad de Al Qaeda en el Magreb Islámico, y sus fronteras son además atravesadas por redes de tráfico de personas y de drogas.
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