La monarquía saudita es hoy una dictadura anacrónica, propietaria de Arabia Saudita, como en tiempos en que el Congo era considerado propiedad personal de rey de los belgas, Leopoldo II. Por supuesto, el régimen saudita sabe que está en peligro y trata de preservar su poder recurriendo al terror. Pero la ejecución del jeque chiita al-Nimr puede tener el efecto contrario. Y ya Irán está dispuesto a respaldar una rebelión chiita en el reino wahabita.
El drama de La Meca, la prolongación de la guerra contra Yemen, la disminución de las reservas en divisas, estos y otros problemas siguen acumulándose sobre las espaldas del rey Salman de Arabia Saudita, cuya autoridad se ve por consiguiente cada vez más cuestionada. Pero, además de la guerra abierta por el poder, el reino saudita acaba de dar un paso que tendrá graves consecuencias, tanto en el plano interno como en el ámbito regional.
En efecto, el rey Salman acaba de hacer ejecutar a 47 opositores, acusados de haber cometido supuestos crímenes terroristas. Sin embargo, el único crimen de muchos de los ejecutados era el de ser chiitas en un reino wahabita y oponerse la política oficial de opresión aplicada contra esa parte de la población desde hace muchos años, incluyendo las presiones de carácter económico.
El jeque al-Nimr era un conocido religioso vinculado a varias universidades y denunciaba la corrupción característica del régimen saudita a todos los niveles del poder. Predicaba la creación de una oposición constructiva y «reflexiva» que pudiera expresarse libremente sobre las dificultades y defectos del régimen. Sin embargo, a pesar de sus fuertes críticas, nunca llamó al derrocamiento del régimen saudita.
El jeque al-Nimr denunciaba la opresión y la confiscación por un clan de los medios y riquezas del país, medios y riquezas que los miembros de ese clan dilapidan sólo en función de la satisfacción de sus propios placeres y en la realización de proyectos descabellados, poniendo con ello en peligro la vida entre las diferentes comunidades. También reprochaba al régimen saudita su total desinterés, así como su actitud –en su opinión inaceptable– hacia Ahl El Beit (los descendientes del profeta Mahoma), que llega incluso al extremo de destruir sus tumbas.
Las autoridades sauditas habían arrestado a al-Nimr en varias ocasiones, creyendo que lograrían obligarlo a inclinarse ante ellas, resultado que nunca alcanzaron. La última vez que lo hicieron fue en ocasión de las manifestaciones de Al-Qatif (en el este de Arabia Saudita), durante la llamada «primavera árabe» y montaron después un expediente donde lo acusaban ¡por actos terroristas!
Aquel arresto resulta particularmente absurdo cuando tenemos en cuenta que tuvo lugar precisamente en momentos en que la propia Arabia Saudita participaba en una campaña política y militar tendiente a desestabilizar la República Árabe Siria, pretextando nada más y nada menos que una supuesta falta de democracia en este último país.
La ejecución sumaria de al-Nimr fue dada a conocer en un comunicado del ministerio saudita del Interior, donde se recordaba «la decisión de la Corte Suprema emitida el pasado 15 de octubre, donde se citan como razones principales la sedición, el llamado al derrocamiento del Estado y la desobediencia al imam del reino y a su gobernador».
La corte saudita había calificado entonces al jeque al-Nimr como un «mal que sólo puede ser arrancado de raíz mediante la muerte». Desde el momento mismo en que se pronunció el veredicto hubo numerosas declaraciones de denuncia contra las condiciones en que se tomó la decisión de condenarlo a muerte, así como insistentes advertencias dirigidas al régimen saudita sobre las consecuencias que tendría su ejecución.
El reino saudita nunca ha tolerado la crítica
Ya a principios de los años 1980, Khaled Al-Nuzha, un ingeniero de la industria del petróleo, había reclamado una distribución justa de las riquezas en Arabia Saudita, lo cual le valió morir bajo la tortura. Por su parte, el novelista Abderrahman Al-Munif, describía los daños que provocaba el petróleo en la política y las sociedades árabes, señalando que esa riqueza arcaica no duraría y que las ciudades acabarían desmoronándose como castillos de naipes o «ciudades de sal».
Más recientemente, el bloguero Raif Badaui, fundador del sitio web Free Saoudi Liberals, fue acusado de «cibercrimen de blasfemia» y condenado a 10 años de cárcel, 1 000 latigazos y 266 000 dólares de multa.
En cuanto al funcionamiento del reino, el nuevo rey modificó el orden de sucesión al nombrar a su hijo Mohammed ben Salman como vicepríncipe heredero, a pesar de su juventud y falta de experiencia.
Recientemente circuló en Arabia Saudita un texto cuyo autor se presenta como príncipe y nieto del fundador del reino, el rey Abdelaziz. Ese documento sugiere al rey Salman que abdique «y parece que el autor de ese llamado ha obtenido respaldo de sus pares. Ha dicho en voz alta lo que los sauditas normales sólo pueden pensar bajito si no quieren acabar en la cárcel y siendo condenados a recibir azotes», indica The Guardian.
El artículo subraya la ausencia casi total en Arabia Saudita de instancias de mediación política y de sociedad civil:
«Hasta una asociación caritativa necesitará esperar durante años para lograr registrarse. Una asociación que se ocupa de la diabetes tuvo que esperar 17 años antes de ser registrada. Sólo basta que médicos o contadores quieran reunirse para que el régimen se ponga nervioso.»
El autor del artículo de The Guardian, Brian Whitaker, estima que el carácter autocrático del régimen saudita constituye un problema fundamental. El monarca no tiene que consultar a nadie para tomar una decisión y el rey Salman toma decisiones desacertadas, «lo cual puede tener graves consecuencias para el futuro del país». Whitaker señala seguidamente que, para los sauditas, la única manera de resolver los problemas es gastando aparatosamente. Y agrega:
«Aunque los sauditas tienen los bolsillos bien llenos, eso no puede durar eternamente. El drama de La Meca fue un síntoma revelador: se gastaron sumas considerables en construcciones de prestigio y para hacer el peregrinaje teóricamente más seguro…»
Guerras absurdas en Yemen y Bahréin
El nuevo rey Salman, quien llegó al trono en enero de 2015, abandonó la prudencia que caracterizaba a los dirigentes sauditas, los cuales preferían actuar por debajo de la mesa y evitar el enfrentamiento directo con aquellos a quienes veían como enemigos. Siempre creyeron que podían comprarlo todo, ¡incluyendo la guerra y la paz! Actualmente, el rey Salman está dilapidando desatinadamente las reservas del reino, además de haber metido al país en una guerra imposible de ganar en Yemen.
Desde el 26 de marzo de 2015, una coalición militar encabezada por Arabia Saudita está bombardeando Yemen. El reino de los Saud dice actuar a pedido del presidente yemenita Abd Rabbo Mansur Hadi, quien se refugió en Riad después de haber sido expulsado del país por una rebelión. El pretexto de Arabia Saudita es que los rebeldes huthis, blanco de los bombardeos, contarían con el respaldo de Irán, rival de Arabia Saudita en la región. Hasta ahora, los bombardeos aéreos sauditas no logran hacer retroceder significativamente a los rebeldes.
Desde el 19 de marzo de 2015, la violencia en Yemen y los bombardeos aéreos han dejado al menos 767 muertos y 2 900 heridos, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), que además señala que el balance real es mucho más alto. Al menos 405 civiles han muerto en los bombardeos aéreos, según la ONU, y ya se cuentan en el país más de 120 000 personas desplazadas por la guerra, a las que hay que agregar las 300 000 personas que ya habían tenido que huir de sus hogares debido a la intensificación de los combates. Yemen sufre actualmente una grave carencia de víveres, de medicinas para los enfermos crónicos y de combustible.
El presidente Mansur Hadi salió de Yemen en marzo, luego de ser expulsado de la capital y, posteriormente, del gran puerto de Adén, en el sur del país. Las milicias huthis habían tomado el control de la capital desde septiembre de 2015. Dichas milicias tienen como aliado al ex presidente Ali Abdallah Saleh, quien dirigió el país hasta 2012 y abandonó el poder como resultado de un acuerdo concluido, también bajo la égida de los sauditas, en medio de la «primavera árabe».
La realidad es que los rebeldes huthis han conquistado la mayor parte de Yemen presentándose, con razón, como «el movimiento de los desheredados» e iniciando así una revolución.
Las injerencias externas nunca han cesado en Yemen. Hace muchos años que Arabia Saudita viene aplicando una política destinada a debilitar ese país vecino. Quien único ha sacado provecho de esa injerencia ha sido el grupo terrorista conocido como AQPA (al-Qaeda en la Península Arábiga), con sede en Yemen, grupo que ha logrado imponerse como rama principal de la organización yihadista.
Los sauditas imponen esta guerra, destructora de vidas humanas y de infraestructuras, a un país ya desangrado. Pero, a pesar de los enormes medios desplegados, Arabia Saudita no logra avances en el terreno. Está sucediendo más bien todo lo contrario: las tropas del reino wahabita sufren diariamente reveses y están siendo atacadas en su propio suelo. Y los sauditas se ven obligados a recurrir al uso de mercenarios para enfrentar la resistencia yemenita. El fracaso ya parece total y no dispone actualmente de ningún respaldo.
Es importante recordar que la agresión saudita contra Yemen debía dar inicio a una coalición de los países sunnitas de la región –con la participación de Pakistán y Turquía. Pero esta coalición ha ido reduciéndose y ya cuenta solamente con la participación de algunos países del Golfo cuyas fuerzas están desgastándose.
La intervención directa de Arabia Saudita en Bahréin no ha resultado mucho más exitosa ya que la revuelta de la oposición mayoritaria no decae, a pesar de la maquinaria represiva implantada allí por los sauditas y sus aliados.
La guerra en Siria
Hace más de 4 años que se inició la guerra en Siria y nadie ignora que nunca habría tenido lugar sin la activa participación de Arabia Saudita, que no escatimó en medios para desatarla y mantenerla. Riad ha puesto todos los medios posibles a la disposición de todo el que estuviese dispuesto a luchar contra el presidente Bachar al-Assad.
Cantidades insospechadas de armas de la mejor calidad son compradas y entregadas indiscriminadamente a través de las fronteras de Siria con Jordania, con Turquía y, al principio de la guerra, con Líbano. Los medios de prensa que cuentan con financiamiento saudita también han sido puestos al servicio de la guerra contra Siria, sin olvidar a los mercenarios financiados a golpe de millones de dólares y sin escatimar en gastos.
Últimamente, al comprobar que las cosas no marchan en la dirección que esperaba –sobre todo desde la intervención en el terreno de todos los aliados de Siria (el Hezbollah, Irán y finalmente Rusia)–, el reino saudita está tratando de hacer fracasar las soluciones políticas, erigiéndose en organizador de la oposición que supuestamente debería participar en las negociaciones con el gobierno sirio.
Y, también últimamente, una cincuentena de religiosos sauditas han llamado a los países árabes y musulmanes a respaldar a los actores de la «yihad» en Siria contra el poder de Bachar al-Assad y sus aliados ruso e iraní.
El comunicado que la Unión Internacional de Ulemas Musulmanes publicó en internet el lunes 5 de octubre de 2015 es extremadamente claro: «Exhortamos a la Umma [la nación musulmana] a rechazar la intervención rusa en Siria aportando respaldo moral, político y militar a la revolución del pueblo sirio».
El llamado porta las firmas de más de 50 religiosos sauditas, entre los que se encuentran varias figuras del movimiento islamista. Esos ulemas, no afiliados a las autoridades sauditas, comparan la intervención rusa con la entrada del ejército soviético en Afganistán, en 1976, hecho que califican de «invasión».
Este llamado, lanzado desde Doha –en Qatar– sirve de caja de resonancia a la posición saudita. Riad ya había denunciado el inicio, el 30 de septiembre de 2015, de la intervención de la aviación rusa en Siria en apoyo al gobierno de Bachar al-Assad. El llamado de los religiosos sauditas a la «guerra santa» coincide con el de la clase religiosa oficial de Arabia Saudita, que ya había calificado la guerra civil en Siria como «yihad».
Los ulemas islamistas se cuidan mucho de contradecir abiertamente la línea del reino wahabita. No llaman expresamente a los sauditas a luchar junto a «sus hermanos sirios» sino que piden apoyo militar para la oposición, ante la intervención rusa, que califican de «cruzada cristiana ortodoxa en tierra del islam».
El mismo día, unos 40 grupos de supuestos rebeldes sirios, como el Ejército Libre Sirio, respaldado por Occidente, llamaron a la formación de una alianza regional para luchar contra «la ocupación ruso-iraní de Siria».
Se trata del último estertor de la estrategia saudita.
A todos los fracasos anteriormente mencionados hay que agregar la mortal estampida de La Meca, que causó la muerte de 1 800 personas –el balance inicial de 717 muertos ha ido subiendo de forma incesante.
Varios dignatarios iraníes murieron en esa estampida. Y también en este caso las autoridades sauditas se negaron a hablar de ello, mientras circulaban rumores de que el incidente en realidad fue organizado, lo cual convirtió el asunto en un diferendo entre Estados. Pero la moderación que han mostrado los dirigentes iraníes sobre este asunto no debe interpretarse como una muestra de debilidad.
La República Islámica de Irán se ha acostumbrado a no mezclar diferentes temas y contenciosos. Y los sauditas no deberían tomar a la ligera sus advertencias. Prueba de ello es el hecho que los iraníes se negaron a incluir temas como Siria y la propia posición de Teherán hacia Israel en las negociaciones sobre el programa nuclear de Irán.
Para sus seguidores, el jeque al-Nimr ha pasado a la categoría de mártir ya que pertenece a una corriente de pensamiento y de creencia que considera el martirio del imam Hussein como el ejemplo de la lucha del Bien contra el Mal.
La ejecución de al-Nimr no tendrá otro efecto que recordar que el reino saudita aún tiene cuentas pendientes con los iraníes.
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