Para mucha gente, en Venezuela y en el resto del mundo, esto es un “triunfo”. Pero, ¿qué triunfó en las elecciones parlamentarias del domingo 6 de diciembre?
Para esa lógica –que no es la nuestra, que quede claro– triunfó un discurso conservador, que se resiste a los cambios, que ve en el pobrerío en la calle y con cuotas crecientes de poder un verdadero problema. Un discurso, en definitiva, que transpira un profundo odio de clase, no importa si viene de la alta oligarquía, de la embajada de Estados Unidos o de la clase media, eternamente confundida.
Decir que triunfó “la democracia”, que ganó “el país” o que fue un triunfo “de todos los venezolanos”, no pasa de un barato juego de palabras insulso, hasta frívolo si se quiere. Quizá a un presidente en funciones, al menos cuando se mueve en la lógica de elecciones dentro de esquemas capitalistas como es el caso de Nicolás Maduro, no le queda más alternativa que repetir esas vacías frases hechas. Lo cual ya da una pista de lo que queremos decir: las elecciones del domingo no se salieron un milímetro de un marco capitalista. ¿Y el socialismo del siglo XXI?
No hay dudas que la derecha puede estar de fiesta, más aún después del triunfo del conservador Mauricio Macri en las elecciones presidenciales recién pasadas en Argentina. La idea es que “se comienza a restaurar” la tranquilidad perdida estos años, en los que fuerzas progresistas, con talantes reformistas marcaron parte del ritmo político de muchos países en Latinoamérica.
La Revolución Bolivariana no fue derrotada en Venezuela; pero definitivamente sufrió un revés grande, pues pierde la mayoría en el Parlamento, con lo que se abre un nuevo escenario político. Está claro que el discurso de derecha avanzó. Es evidente con los resultados electorales: si no, dos tercios de los legisladores antichavistas no hubieran sido elegidos para esta Asamblea.
Quizá la población de a pie no dejó de reconocer y agradecer los cambios que todo el proceso iniciado por Hugo Chávez puso en marcha. Lo de esta elección (la primera que pierde estrepitosamente el movimiento bolivariano) evidencia que existe un gran descontento popular, producto de una refinada estrategia de la derecha, asistida con muchos dólares estadounidenses. Luego de un muy bien realizado trabajo contrarrevolucionario donde se llevó a límites intolerables el desabastecimiento, la inflación, la escasez energética y la inseguridad ciudadana (guión que ya utilizó la potencia del Norte en innumerables ocasiones en distintos países del área), los resultados están a la vista. Sin dudas había montada una perversa guerra psicológico-política que terminó por quebrar a buena parte de la población.
Pero eso no lo explica todo. Es parte, importantísima sin dudas, para entender la cachetada del domingo; pero el análisis no puede quedar ahí. Preguntábamos más arriba: ¿y el socialismo del siglo XXI?
Más allá de la bronca que puede dar un resultado como el obtenido en estas elecciones –bronca, claro está, si lo miramos desde el campo popular–, debe abrirse un balance objetivo de lo sucedido. ¿Perdió la izquierda? Lo mismo podría preguntarse para Argentina.
Las sangrientas dictaduras que se sucedieron por toda América Latina entre los 70 y 80 del siglo pasado prepararon el camino para el capitalismo salvaje (eufemísticamente llamado neoliberalismo) que hoy día nos agobia. El campo popular perdió décadas de avances, conquistas históricas, perdió organización. Todo eso no desapareció para siempre, pero no hay dudas que hoy día está en terapia intensiva. Volver a levantar esos ideales de lucha antisistémica va a costar mucho todavía. Los tibios, muy tenues gobiernos con talante socialdemócrata que empezaron a darse últimamente en la región (con el proceso abierto por Chávez a la cabeza) pudieron despertar honestas buenas esperanzas.
La Revolución Bolivariana lleva ya más de década y media, y los cambios profundos y reales en la estructura del país siguen esperando. Partiendo por la dependencia petrolera (cáncer que produce muchos de los males que lo siguen aquejando igual que medio siglo atrás: burocratismo, ineficiencia, cultura rentista, despilfarro), el preconizado socialismo del siglo XXI nunca parece haber levantado vuelo. Fuerzas populares progresistas, de izquierda, revolucionarias, vienen pidiendo ese despertar desde hace tiempo. Pero la profundización real del socialismo nunca se dio.
Estamos tan golpeados en tanto campo popular, como izquierda, que un tenue rayo de esperanza como alguno de esos que calentaron estos últimos años nos moviliza. Pero ¡cuidado!: no hay que hacerse esperanzas donde no las hay.
Del proceso bolivariano se esperó mucho, pero vemos que no se afianzó ningún cambio sustancial. ¿Será que este cachetazo sirve para despertar y, de una buena vez por todas, encamina al socialismo? Pareciera que eso es imposible.
El margen de maniobra que tendrá ahora el Ejecutivo, con toda su estructura partidaria, es menor que antes. La derecha avanza victoriosa, y la población, una vez más, más allá de las monumentales movilizaciones teñidas de rojo, no es el actor clave en la revolución: sigue siendo un proceso palaciego.
Quizá todo esto (las derrotas electorales en Venezuela y en Argentina y lo que ello pueda traer aparejado: retroceso en el ALBA, en UNASUR, mayor injerencia estadounidense en la región, etc.) sirve para ver con claridad que los procesos tibios, a medias, las propuestas de “capitalismo con rostro humano”, a la población de a pie no le sirven de mucho. Procesos a medias, de aparente transformación social pero que no transforman nada, basados finalmente en la dádiva, en el populismo clientelar, no son buena escuela para la izquierda.
La construcción de otro mundo posible es viable sólo si se tiene claro qué es ese otro mundo al que se aspira. Que la derecha existe y es conservadora, que hará lo imposible –sin sangre o con profuso derramamiento de ella si es necesario en su plan– para mantener sus privilegios, está fuera de discusión. Que el desabastecimiento y la manipulación de la inseguridad ciudadana creados por ella sirvieron para lograr el descontento popular, también es más que evidente. Pero que la Revolución Bolivariana dejó de pensar en el socialismo del siglo XXI (o del socialismo en general) hace ya largo tiempo, también está fuera de discusión.
Lo del 6 de diciembre fue un reacomodo político, perjudicial para el partido de gobierno. Lo que sí está claro es que la izquierda sigue siendo un proyecto pendiente en nuestros países. Y sin marea humana luchando por sus reivindicaciones (no acarreadas para las elecciones) no hay cambio posible.
Por tanto: ¡la lucha sigue!
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