miércoles, 11 de marzo de 2015

Dos trágicas conclusiones sobre la detención de los brigadistas españoles

Adrián Tarín :::: Semanas atrás conocimos la triste detención de algunos de los “brigadistas” españoles que acudieron durante el pasado año a combatir junto a las tropas “pro-rusas” del Este ucraniano. Motivados por una supuesta guerra contra el fascismo, similar a la que se libró en Europa entre los años treinta y cuarenta, decenas de jóvenes españoles, la mayoría vinculados a partidos comunistas, han emulado a las Brigadas Internacionales que combatieron del lado de la II República, portando simbología antifascista, republicana, e incluso bautizando a un batallón con el nombre de “Carlos Palomino“, el conocido militante que fue asesinado en 2007 por el militar neonazi Josué Estébanez de la Hija. Dos conclusiones trágicas pueden sacarse de este acontecimiento:
La primera, pero no por ello más importante, es el precario análisis de la realidad rusa por parte de algunas personas que, con ideas nobles pero diagnósticos erróneos, se han lanzado, armas en ristre, a combatir al fascismo ucraniano. No significa ello que la situación en Ucrania no sea dramática, o que en Kíev el fascismo sea algo residual. Aunque ciertamente los pobres resultados electorales de la extrema derecha (Svoboda y Sector Derecho) en los últimos comicios reflejan el peor apoyo social al fascismo desde Maidán, es difícil no tener en cuenta su presencia en el gobierno de transición o la masacre sindicalistas en Odessa, entre otros. No obstante ello, las reservas comienzan cuando para combatir al fascismo ucraniano, algo loable, los militantes españoles se enrolan junto a otro enemigo equivalente: el nacionalismo conservador ruso.
Personalmente, no dudo de que en el Este de Ucrania haya combatientes antifascistas de irreprochables principios; pero también es reconocido el apoyo del Kremlin a las milicias “pro-rusas”. Y pese a reconocer que del término “pro-ruso” en Occidente se hace una utilización política deshonesta, me sigue resultando adecuado para definir a quienes pretenden construirse bajo un nuevo estado llamado Novorrosia. Aclaraciones aparte, no parece un acierto estratégico emancipar a los ciudadanos del Este del fascismo y el capitalismo ucraniano para entregarlos al no menos cruel capitalismo y neotradicionalismo ruso de Vladímir Putin. No se conoce, a menos que lo ignore, proyecto de Estado socialista en caso de vencer en el conflicto. Así, y aunque redibujar las fronteras resulta, en ocasiones, una justa lucha por la libertad, si ello no lleva aparejado un cambio en las relaciones de producción, termina siendo un esfuerzo banal. A veces, incluso, un vicio pequeñoburgués. En el peor de los casos, una acción criminal.

El escenario de guerra actual no sólo no es comparable al de los años treinta, pese a que imaginariamente así se reivindique, sino que, como decimos, al tomar parte por alguno de los bandos corremos el riesgo de acabar combatiendo, mano a mano, con fuerzas reaccionarias de distintas banderas. Así se ha analizado en Observatorio Eurasia y así lo han reconocido -si queremos dar crédito a un decadente El País- algunos de los detenidos. Pero además, al margen de que parte de la extrema derecha rusa se integre en las milicias del Donbass, pelear junto a Rusia es pelear junto al país que presenta mayores desigualdades económicas entre ricos y pobres; junto a un sistema con unos niveles de libertad de expresión y prensa preocupantes; junto a un líder que desprecia a las mujeres y que concede a la conservadora Iglesia Ortodoxa una cada vez mayor capacidad de influencia; junto a un gobierno que institucionaliza la homofobia, que reprime toda disidencia, incluida la anticapitalista, y que no respeta la autodeterminación de los pueblos del Cáucaso Norte, como comprobamos durante la Primera Guerra de Chechenia. Un país, en definitiva, en el que, políticamente hablando, ningún militante de izquierdas debería confiar.
Sin embargo, ¿cómo es posible que Putin sea tan popular entre la izquierda (y la extrema derecha)? Uno de los factores que podemos señalar es la excelente labor propagandística del canal de televisión Russia Today (RT). Un día como hoy, es difícil encontrar alguna web de “contrainformación” que no utilice materiales de esta plataforma como fuente de sus informaciones. La gran conciencia crítica que muchos compañeros y compañeras, de forma lúcida, mantienen sobre los medios de comunicación occidentales, no parece relucir cuando se trata de RT. Es necesario reconocer que, en multitud de ocasiones, RT han sabido congeniar con la opinión pública de izquierdas a través de coberturas populares sobre acontecimientos sociales de relevancia, sobre todo mostrando sus simpatías hacia las diferentes protestas de los movimientos sociales contra el “austericidio”. Ello, y el potente imaginario de Rusia como enemiga del imperialismo que suponen la troika “Estados Unidos-Unión Europea-OTAN”, proporcionan cierta credibilidad a los contenidos de RT. Pero no sólo a los que son favorables a los “indignados” o a los países del Socialismo del Siglo XXI latinoamericano, sino también a los que lo son con el gobierno ruso.
Al margen de que, por los motivos expuestos y por otros muchos, resulte un oxímoron ideológico ser anticapitalista y entender a Putin como un aliado, la segunda de las consecuencias trágicas de la detención de los brigadistas tiene que ver con las leyes y gobiernos españoles. Lo que en primer lugar hemos situado como un error de análisis, en esta ocasión se muestra como cruda represión política. Las artimañas legales a través de las cuáles se pretende juzgar, culpabilizar y posteriormente internar en prisión a los detenidos son meros ataques políticos a los movimientos sociales y organizaciones alternativas. De hecho, no se recuerda un proceso similar en la Historia reciente de España, siquiera contra quienes ingresaron en las diferentes guerrillas latinoamericanas del siglo XX. Esta acción policial-judicial no sólo debe entenderse en el actual marco de la “criminalización de la disidencia“, sino conjuntamente con el reciente ordenamiento jurídico que bajo la etiqueta de “pacto antiterrorista” pretende reprimir cualquier actividad -armada o no- que persiga intereses contrarios a los de las élites nacionales, aunque éstas sucedan lejos de nuestras fronteras (hecho que, sin embargo, contrasta con la eliminación de la justicia universal).
Existen argumentos para desmontar, uno a uno, los delitos de los que son acusados los “brigadistas”. Casi todos ellos pueden ser desmentidos en base a criterios técnicos. Sin embargo, uno de ellos denota con mayor claridad la tesis sostenida de que sólo se trata de una operación más de represión contra la izquierda: la supuesta vulneración de la neutralidad que mantiene España ante el conflicto ucraniano. Resulta clarividente que este articulado sólo se aplique a los “brigadistas”, a pesar de que es notorio que la organización española “ConUcrania” ayuda a financiar al bando de Kíev. Pero además, parte de una premisa falsa: España no es un país neutral respecto a Ucrania. Pese a que en las últimas horas el gobierno rechaza más sanciones contra Rusia, no ha sido así siempre. De hecho, desde que comenzó el conflicto, España siempre estuvo alineada con la Unión Europea y Estados Unidos, apoyando los boicots económicos. Otro indicador más, si cabe, es la saña con que la prensa nacional ha tratado a los combatientes, realizando una cobertura del todo desfavorable. De este modo, podemos afirmar que las detenciones tienen una motivación política, y no se trata de una cuestión de orden público.
Por todo ello, en justicia, y pese a rechazar sus acciones, solo puedo mostrar mi solidaridad con los “brigadistas” frente al proceso político-judicial al que se enfrentan, al tiempo que deseo que realicen una nueva reflexión acerca de la instrumentalización que el poder hegemónico ruso hace de ellos.

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