lunes, 25 de enero de 2016

Aunque no le guste, aquí está la respuesta para el ISIL

Cómo resolver la crisis del ISIL - Introducción de Tom Engelhardt

El martes pasado por la noche el presidente Obama dijo su último discurso del estado de la (des)Unión. Claramente, tenía la intención preventiva de enviar a Donal Trump al basurero de la historia. En caso de que usted no lo haya notado, no es necesario “volver a construir un gran Estados Unidos”. Desde los logros medioambientales hasta la gasolina a menos de dos dólares el galón* en el surtidor, desde la creación de empleo hasta el triunfalismo de la clase militar, sencillamente las cosas no podrían ir mejor en este momento. ¿Decadencia de Estados Unidos? Pura cháchara (“Cualquiera que sostenga que la economía estadounidense está en declive está vendiendo una ficción.”). ¿Debilidad de Estados Unidos? Una fantasía. En su visión –propia de Disneylandia– de un país resplandeciente, el presidente incluso se las arregló para hacer que su actual campaña contra el Estado Islámico sonara optimista y que su enfoque para derrotarlo quedara casi como una declaración antibelicista. Por ejemplo, en una forma perfectamente razonable, sugirió que “... mientras nos centramos en la destrucción del ISIL, las afirmaciones exageradas de que esto es la Tercera Guerra Mundial solo le hacen el caldo gordo [al ISIL] y ponen a los civiles en un enorme peligro; esto hay que pararlo. Sin embargo, no amenazan la existencia de nuestro país”. 

Oponiéndose a la propuestas de la campaña presidencial de 2016 que van desde el bombardeo de saturación (“... nuestra respuesta debe ser algo más que hablar fuerte o proponer el bombardeo de saturación contra civiles”) hasta el establecimiento de zonas de interdicción de vuelo y el envío de fuerzas estadounidenses para tomar la “capital” del Estado Islámico, Raqqa, la posición de Obama es esencialmente: más de lo mismo –más aviones, más drones, más bombas, más misiles, más “coaliciones”, más “asesinatos selectivos”, más destrucción... Esto es lo que ahora pretende ser una posición antibelicista en Washington. Citando una línea del autor de la nota de TomDispatch publicada hoy, lo que es posible que vaya mal con un plan como éste –sobre todo si se habla de un país, como nos recordó con orgullo el presidente, gasta “más en nuestras fuerzas armadas que la combinación de las ocho que le siguen [en cuanto al gasto] y cuyas tropas “son la fuerza de combate más prodigiosa en la historia del mundo” (¡coja usted a Atila y los hunos, a Gengis Kan y compañía, a los legionarios de Roma y a todas esas patéticas fuerzas militares que nos precedieron!).

¡Cuidado!, los presidentes de Estados Unidos se han mantenido en esa formulación durante al menos una década o más, algo que podría parecer extraño cuando se habla de unas fuerzas armadas que, desde su importante victoria en la Segunda Guerra Mundial, no han ganado casi nada contra ninguna fuerza que le ofreciera una oposición seria; no importa que estuviese ligeramente armada o informalmente adiestrada. Es una fuerza militar que desde el 11-S ha demostrado su incapacidad para crear un ejército aliado en el Gran Oriente Medio y ha estado yendo de un desastre a otro en esa región.

Pese a esto, los dos polos del debate en Washington siguen siendo, en términos militares: más de lo mismo o, sorprendentemente, más de lo mismo. En estas circunstancias, TomDispatch decidió preguntar al ex denunciante del departamento de Estado Peter Van Buren cómo podría ser una tercera opción en el contexto de la política de Washington referida a Oriente Medio y el Estado Islámico. Nos preguntamos, ¿tendría más o menos el mismo aspecto o, asomándonos al borde del precipicio, algo completamente distinto?


Un consejo para un/una candidato/ta presidencial que quiera "hacer algo”

¿Cómo podemos parar al Estado Islámico?

Imagine que lo sacuden para despertarlo y llevarlo corriendo a un mitin con el candidato presidencial de su preferencia y le dicen: “¡Déme un plan para hacer algo con el ISIL!”. ¿Que le diría?

Lo que no ha funcionado

Será necesario que empiece con un examen convincente de lo que no ha funcionado en los últimos 14 años. Las acciones de Estados Unidos contra el terrorismo –siendo el Estado Islámico apenas el último de la fila– han fracasado estrepitosamente; aun así siguen siendo notablemente atractivas para nuestro actual equipo de candidatos (Bernie Sanders podría ser la única excepción, aunque es partidario de crear otra coalición más para derrotar al ISIL). 

¿Por qué siguen siendo tan atractivas unas opciones que han fracasado? En parte debido a que la mayoría de los estadounidenses cree que los bombardeos y los ataques con drones son operaciones quirúrgicas que matan a muchos “tipos malos”; no a muchos inocentes, y de ninguna manera a estadounidenses. Tal como lo concibe normalmente Washington, una vez que la fuerza aérea entra en acción, eventualmente la infantería de algún otro país se ocupará de hacerse firme en el terreno (después de que el poder militar de Estados Unidos haya proporcionado el debido adiestramiento y armamento). Un puñado de soldados de las Fuerzas Especiales, algo así como una tropa sobre el terreno, ayudará también a invertir la marea. Mediante la zanahoria y el garrote, y como por arte de magia, Washington montará una “coalición” de “aliados” para que lo secunden en la tarea más inmediata. Y el éxito será nuestro, incluso a pesar de que algunas versiones de esta fórmula ya han fracasado más de una vez en el Gran Oriente Medio.

Desde el comienzo de la Operación Resolución Inherente contra el Estado Islámico, en junio de 2014, Estados Unidos y sus compañeros de coalición realizaron 9.041 ataques aéreos –5.959 en Iraq y 3.082 en Siria–. Esa cantidad aumenta continuamente. Estados Unidos sostiene que ha matado a entre 10.000 y 25.000 combatientes del EI –todo un margen–, pero aun así, si la cifra es exacta (algo dudoso), han sido eliminados como mucho apenas un par de “tipos malos” por cada ataque de bombardeo. Vamos, una eficiencia nada especial, pero –como señalan a menudo los funcionarios de la administración Obama– esta es una “guerra larga”. Las estimaciones de la CIA decían que el Estado Islámico tenía quizás entre 20.000 y 30.000 combatientes activos. Por lo tanto entre un tercio y la totalidad de ellos ya deberían estar fuera de combate. Evidentemente, no es así: las últimas estimaciones del número de combatientes del Estado Islámico en el comienzo de 2016 siguen siendo de entre 20.000 y 30.000.

Entonces, ¿qué hay de la captura de algunas ciudades? Bueno, Estados Unidos y sus socios ya tenían alguna experiencia en esto de tomar ciudades. Después de todo, en 2003 las fuerzas estadounidenses reivindicaron la captura de Ramadi, capital de la provincia iraquí de al-Anbar, solo para ver cómo el ejército iraquí adiestrado por EEUU la perdía a manos del Estado Islámico en mayo de 2015 y la fuerza de operaciones especiales iraquí adiestrada por Estados Unidos y respaldada por la fuerza aérea estadounidense la recuperaba (casi por completa destruida) cuando acababa 2015. Tal como expresó un experto, la destrucción de la ciudad y el costo de reconstruirla hacen de Ramadi “una victoria en el peor sentido posible”. Aun así, la consigna de batalla en Washington y Bagdad sigue siendo “¡Sin parar hasta Mosul!”.

“Éxitos” parecidos se han invocado con regularidad cuando se ha hablado de librar al mundo de tiranos malignos, ya fuera el de Iraq –Saddam Hussein– o el de Libia –Muammar Gaddafi–, solo para ver los correspondientes años de retroceso. Lo mismo para los cerebros del terrorismo, entre ellos Osama bin Laden y Anwar al-Awlaki, aunque también algunos cerebros menores (Jihadi John, en Siria), solo para ver el surgimiento de otros y la proliferación de grupos terroristas. Después de 14 años de esta actividad, el resultado ha sido siempre más estados fallidos y más espacios fuera de control.

Si su candidato necesita un resumen de las cosas que no han funcionado, la cuestión es fácil: nada ha funcionado.

¿En qué medida es peligroso el terrorismo islámico para los estadounidenses?

A cualquier cosa que le diga a su candidato presidencial preferido sobre lo que “no funciona” será necesario que le agregue una breve avaluación del impacto real del terrorismo en Estados Unidos para que él o ella se pregunten por qué exactamente estamos involucrados es una guerra de esta magnitud.

Con lo difícil que es convencer a un estadounidense –constantemente machacado con el discurso del terror– de la situación real que vivimos, lo cierto es que desde el 11-S en nuestro país solo 38 estadounidenses han sido asesinados por terroristas islámicos, lobos solitarios o individuos desquiciados motivados por el extremismo islámico, el ISIL o al-Qaeda. Si quiere, cuestione esta cifra. De hecho, duplíquela o triplíquela; seguirá siendo una trágica pero innegable insignificancia. Para tener cierta perspectiva, acuda a una comparación típica: la cantidad de estadounidenses muertos por disparos de arma de fuego desde el 11-S (más de 400.000) o por conductores alcoholizados solo en 2012 (más de 10.000).

Y ahórrenos el cansino tropo sobre vaya uno a saber la cantidad de ataques de los que nos hemos librado gracias a las medidas de seguridad en los aeropuertos y otros lugares de EEUU. Una prueba realizada recientemente por la propia Oficina del Inspector General del departamento del Interior demostró que el 95 por ciento del contrabando –incluidos explosivos y armas– pasó por la los sistemas de detección de los aeropuertos sin ser descubierto. ¿Podría ser que no haya tantos “tipos malos” ahí fuera tratando de cargarse a nuestro país como a los candidatos en campaña les agrada imaginar?

O eche una mirada sobre la asfixiante vigilancia exhaustiva –contraria a la Cuarta Enmienda– de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA, por sus siglas en inglés). ¿Previno el atentado con bomba en Boston o el ataque de San Bernardino? No existe evidencia alguna de que se haya descubierto una sola conspiración de verdad en este país.

El terrorismo islámico en Estados Unidos es más un miedo cuidadosamente organizado que un peligro serio.

Introduzca a su candidato en el mundo real 

En este momento, usted debe haber atraído la atención de su candidato. Es tiempo de recordarle –a él o a ella– que la estrategia de la guerra contra el terror de Washington ya ha hecho que 1,6 billones de dólares desaparezcan por el sumidero, ha matado a miles de soldados estadounidenses y a cientos de miles –si no a millones– de musulmanes. Al mismo tiempo, hemos perdido valiosas libertades para mayor gloria del estado de la seguridad nacional, en constante expansión.

Por lo tanto, empiece informando a su candidato que una respuesta apropiada al Estado Islámico debe ser proporcional a la amenaza real. Después de todo, tenemos cuarteles de bomberos siempre a la espera de recibir una llamada, pero los bomberos no se pasan rociando las casas con agua las 24 horas de los 365 días del año, como consecuencia de un “exceso de precaución”.

Debemos hacer algo

He aquí, entonces, lo que usted podría sugerir a su candidato que haga, porque recuerde que él o ella exigirán “hacer algo”. 

Comience haciéndole saber que, como sociedad, estamos muy atentos a nosotros mismos, a nuestros líderes y a nuestros medios, y que no echamos leña al fuego que otros han prendido. Entre otras cosas, es tiempo de parar con el acoso y la discriminación de que son objeto nuestros propios musulmanes, solo para dejar sin argumento a quienes se radicalizan y después Washington los carga de culpa por Twitter. Como presidente, es necesario que se desentienda de todo eso y que disuada a otros de que participen en esas cosas.

Y en cuanto al Estado Islámico en sí, no puede sobrevivir, mucho menos combatir, sin dinero. Por lo tanto, candidato, es hora de plantarse e ir por las fuentes reales de financiación.

Mientras Estados Unidos insista con sus misiones de bombardeo (es posible que, desgraciadamente, su candidato necesite apoyarlas para cuidar su flanco derecho), señálele con mucha más fuerza que hoy día una de las principales fuentes de dinero al contado del ISIL es la exportación de petróleo. Hacer saltar por los aires los camiones que transportan crudo, bombardear los pozos de extracción en las zonas dominadas por el ISIL. Los rusos han publicado fotos de reconocimiento aéreo que muestran lo que ellos sostienen que son 12.000 camiones cisterna cargados con crudo contrabandeado haciendo cola cerca de la frontera turca.

Pero que su candidato entienda que esto no debería ser una ampliación de la guerra aérea o el pasaje de una campaña de bombardeo a otra nueva. Debería se una acción para el corto plazo, con el objetivo definido de cortar el flujo de petróleo. Solo sería una fracción de un esfuerzo mucho más prolongado para obturar las fuentes de financiación del ISIL.

El paso siguiente, utilizar cualquier presión diplomática y económica disponible para quien quiera enterarse en Turquía de que llegó la hora de dejar de facilitar el flujo de ese crudo del ISIL hacia el mercado negro. Después, realizar la misma presión diplomática y económica para obligar a que los compradores dejen de comerciar con él. Algunos informes indican que Israel, que está viendo que los árabes le escatiman el petróleo, se ha convertido en el principal cliente del ISIL. Haciéndolo, habrá algunos aliados que se ofenderán. ¡Vamos!, hay alguien que está comprando todo ese oro negro en el mercado negro.

Lo mismo vale para el comportamiento de Turquía en relación con el ISIL. Esto abarca desde su decisión de combatir a los kurdos que luchan contra el ISIL hasta la forma en que permite que los yihadistas penetren en Siria a través de territorio turco e incluso su aprovisionamiento de armas a varios grupos islámicos extremistas en ese país. Comprometer a compañeros de Turquía en la OTAN. Ellos también tienen a un indeseable en su lucha.

Y hablando de ofender a aliados, deje en claro a Arabia Saudí y otros países sunníes del golfo Pérsico que deben dejar de mandar dinero al ISIL. Sí, nos han dicho que este flujo de donaciones proviene de ciudadanos particulares, no del gobierno ni de los de sus vecinos. Aun así, deben ser capaces de presionar a quien sea para que se cierre el grifo. Olvidarse de la “zona de exclusión aérea” en el norte de Siria –otra “solución” inútil para el problema de Estado Islámico con la que ahora varios candidatos presidenciales están dando la lata– e implique al sistema bancario internacional en la creación de una “zona de interdicción de flujo financiero”.

Quizás usted no pueda impedir que todos los dólares lleguen al ISIL, pero la mayor parte de ellos se harán sentir en una situación en la que cada dólar es importante.

Entonces, obviamente, su candidato le preguntará, “¿Y qué más? Debe haber algo más que podemos hacer, ¿no es cierto?”.

A esta pregunta, su respuesta debe ser rotunda: Salir de allí. Dejar en tierra los aviones y los drones, y retirarse. Sacar de allí a todos los soldados, los instructores, los combatientes estadounidenses, y los otros (sea cual sea el eufemismo con que se les llame en ese momento). Cualquiera que haya escuchado alguna vez una canción country o del Oeste sabe que siempre es tiempo de abandonar la mesa de juego y dejar de perder. Arrojando más dinero (vidas, prestigio internacional...) en el bote no van a cambiar los naipes que tiene en la mano. Todo lo que consigue es postergar lo inevitable a un costo enorme.

Al final, no hay nada que Estados Unidos pueda hacer que modifique lo que está ocurriendo en Oriente Medio excepto plantarse en la playa y tratar de hacer retroceder las olas.

Es la historia que nos habla.

Esa cosa tan molesta: la historia

Hay veces en que las cosas cambian notablemente en un momento específico: el 7 de diciembre de 1941 en Pearl Harbor, o en la mañana del 11 de septiembre de 2001. Algunas veces, el cambio es difícil situarlo exactamente, como el comienzo de la agitación social que en Estados Unidos se conoció como “los Sesenta”.

Después de la Primera Guerra Mundial, representantes de las victoriosas Gran Bretaña y Francia trazaron unas fronteras nacionales sin tener en cuenta las diferencias étnicas, sectarias, religiosas, tribales, de recursos y otras realidades presentes en Oriente Medio. Su objetivo era repartir el derrotado imperio otomano. Más tarde, mientras se hacían pedazos sus propios imperios, intervino Washington (a través del rechazo rotundo de las colonias mediante una política imperial por delegación). En la región, fueron impuestas dictaduras seculares que a su debido tiempo recibieron el apoyo de Occidente. Cualquier anhelo de autogobierno popular fue debilitado o destruido, como pasó en 1953 con el golpe contra el elegido primer ministro Mohammad Mossadegh en Irán o, más recientemente, con la manipulación –por parte de la administración Obama– de la Primavera Árabe en Egipto, que resultó en el desplazamiento de un gobierno elegido democráticamente por un golpe militar en 2013.

En este contexto más amplio, el Estado Islámico no es más que un síntoma, no la enfermedad misma. Los problemas de Washington han sido su deseo de conservar un sistema de países en descomposición situado en el corazón de Oriente Medio. Ciertamente, la invasión de Iraq por parte de la administración Bush en 2003 aceleró esa descomposición en una forma particularmente desastrosa. Doce años más tarde, es indiscutible que la marea en Oriente Medio ha cambiado de dirección... para siempre.

Ya es hora de que Estados Unidos dé un paso atrás y deje que los actores locales se hagan cargo de la situación. Respecto de nosotros, la amenaza del ISIL es realmente mínima. La que plantea a Oriente Medio es una cuestión completamente diferente. Sin Washington enconando continuamente y cada vez más la situación, los límites de su evolución se harán visibles bastante pronto.

De hecho, la guerra contra el ISIL es un conflicto de ideas: ideas antioccidentales y antiimperialistas impregnadas de sentimiento religioso. Es imposible eliminar una idea o una religión por medio de bombardeos. Sea lo que sea lo que Washington pueda querer, buena parte de Oriente Medio está orientada hacia los gobiernos laicos y el rechazo a las monarquías y los militarismos brutales que continúan manteniendo versiones actualizadas del sistema diseñado después de la Primera Guerra Mundial. En el entretanto, las fronteras –cada día más desdibujadas– más pronto que tarde serán trazadas nuevamente para que reflejen lo que la gente del lugar ve en ellas hoy día.

Es poco útil preguntarse si esto es correcto o equivocado cuando es bien poco lo que Washington puede hacer en lo que ya está pasando. Sin embargo, tal como deberíamos haber aprendido en estos últimos 14 años, es mucho lo que puede hacer para empeorar todavía más las cosas. En estos momentos, la pregunta fatal es sencillamente cuánto durará este penoso proceso y cuál será el costo total que habrá que pagar. Citemos una frase del ex presidente George W. Bush, y retorzámosla un poco: se puede acompañar el fluir de la historia o actuar contra él.

El miedo en sí

No cabe la menor duda de que, al principio, la retirada militar de Washington del corazón de Oriente Medio trastornará aún más los precarios equilibrios de poder en la región. Se producirán nuevos vacías de poder y algunos desagradables personajes se apresurarán a ocuparlos. Pero Estados Unidos tiene una larga historia de trabajar pragmáticamente con figuras en absoluto encantadoras (por ejemplo, el Shah de Irán, Anwar Sadat o Saddam Hussein, antes de que se convirtieran en enemigos nuestros) o de dejarlos solos. Irán, actualmente el poder emergente en la zona donde Estados Unidos no está presente, sin duda se beneficiará, pero de cualquier modo su reintegración en el sistema mundial es inevitable.

Y el petróleo seguirá fluyendo; debe hacerlo. Los países de Oriente Medio no tienen más que una exportación importante y necesitan importar prácticamente todo lo demás. Es imposible alimentarse con petróleo, por lo tanto es necesario venderlo; en una proporción muy grande ese crudo ya se vende al mejor postor en el mercado mundial.

Es verdad que, incluso en la estela de una retirada estadounidense de Oriente Medio, el Estado Islámico pueda volver a atacar como lo hizo en París o animar a que alguien lo haga como sucedió en San Bernardino porque, desde l punto de vista del reclutamiento y la propaganda, es una ventaja que EEUU y las antiguas potencias coloniales sigan siendo los principales enemigos. Esto es algo de lo que Osama bin Laden se dio cuenta muy pronto en relación con Washington. Su éxito superó los sueños más delirantes: empujó de tal manera a Estados Unidos que lo metió en un atolladero y consiguió que Washington hiciera mucho del trabajo que él necesitaba. Pero el peligro de esos ataques sigue siendo limitado y puede sobrellevarse. Como nación, EEUU sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial, a décadas de posible aniquilación nuclear y a una cantidad de amenazas mayores que el ISIL. Es hipócrita creer que el terrorismo es la mayor amenaza contra nuestra supervivencia.

He aquí una realidad simple que debe ser explicada a su candidato: no podemos defender todo sin perderlo todo al mismo tiempo. Podemos intentar cerrar los aeropuertos y edificios federales, pero no hay forma –ni debería haberla– de asegurar todas las fiestas como la de San Bernardino, ni todas las escuelas ni todas las paradas de bus. De hecho, deberíamos avergonzarnos de formar parte de una sociedad basada en el miedo; aquí, en la tierra de los valientes. Hoy día, es bastante triste decirlo, el mayor ejemplo de la excepcionalidad de Estados Unidos es que se trata del país más asustado del mundo. Solo en este sentido podría decirse que los terroristas están “ganando” en EEUU.

No lo dude, en este momento, su candidato le dirá: ¡Espere! Estas ideas, ¿no son difíciles de vender al pueblo estadounidense? ¿No nos objetarán nuestros aliados?

La respuesta a estas preguntas, al menos para un candidato que no está convencido de que más de lo mismo es lo único que se puede hacer, podría ser: “Después de más de 14 años de respuestas equivocadas y los consiguientes desastres, ¿tiene alguna propuesta mejor?”.

* El galón es la unidad de capacidad utilizada en EEUU; equivale a 3,78 litros. (N. del T.)

Peter Van Buren hizo sonar el silbato sobre el desperdicio y la mala administración en el departamento de estado durante la reconstrucción iraquí en su primer libro, We Meant Well: How I Helped Lose the Battle for the Hearts and Minds of the Iraqi People. Colaborador habitual de TomDispatch, ha escrito sobre los hechos de la actualidad en su blog We Meant Well. Su libro más reciente es Ghosts of Tom Joad: A Story of the #99Percent. Su próxima obra es una novela: Hooper’s War.

Traducido por Rebelión

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