La ancestral tierra de Yemen, situada en una de las rutas comerciales más importantes del mundo que une el Mediterráneo al Océano Índico a través del Mar Rojo parece ser maldecida por esta incalculable riqueza estratégica.
Los primeros indicios registrados de la civilización de Yemen datan los 7000 años debido a su importancia como centro de comercio en el extremo sur de la Península Arábiga, Cuerno de África.
Hace unos 2000 años, el imperio romano se refiere a este territorio como Felix Arabia, o sea, Arabia Feliz, debido a sus tierras fértiles y la cultura cosmopolita. Todo al contrario de lo que se veía en la desierta saudí, la parte norte de la península, conocida sólo por sus desiertos áridos y su clima abrasador.
Trágicamente, la buena fortuna natural con la que han sido bendecidas estas tierras, ha atraído la atención de los depredadores poderes extranjeros. Los imperios otomanos y británicos descuartizaron el territorio en dos partes, norte y sur, para usar las como sus exclusivas rutas comerciales a Asia.
En 1839, la Armada británica capturó la ciudad portuaria de Adén en el sur del territorio yemení donde formó un “protectorado” británico. Los británicos que necesitaban un depósito de carbón para abastecer sus buques de carga de la compaña “East India” en el camino a Bombay, pusieron muy pronto de relieve sus verdaderas intenciones del llamado “protectorado”.
Al final de la Primera Guerra Mundial, en 1918, las tribus del norte de Yemen, lideradas por el clérigo chií, Imam Yahya Hamid al-Din, aprovecharon el deterioro de la dinastía Otomana, para declarar independencia. Sin embargo, el plan de Imam Yahya para unir a todos los yemeníes y formar un solo país fue frustrado por la intervención del Reino Unido y la recién formada Arabia Saudí bajo el mandato de Ibn-saud.
Los aviones de combate británicos, bombardearon estas tribus durante la década 1920, y más tarde y, en la década 1930 los saudíes apoyados por los británicos, lanzaron una guerra terrestre en el norte de Yemen.
El Reino Unido no quería perder su colonia en Adén, mientras que los saudíes no querían un Yemen unido y fuerte en sus fronteras del sur. Los británicos finalmente pierden su protectorado en 1967, después de una guerra de independencia.
Esta interferencia extranjera en los asuntos de Yemen se ha convertido en una costumbre durante el siglo pasado. La intromisión depredadora de los poderes extranjeros junto a la corrupción y conflictos tribales interminables, ha supuesto una carga asfixiante en el desarrollo nacional de Yemen.
Yemen moderna ha sido testigo de al menos 11 guerras civiles, un legado con irreparables daños a los 24 millones de habitantes de este país.
Las guerras del pasado, han sido impulsadas por Arabia Saudí, el Reino Unido, régimen de Israel, Egipto, los EE.UU. y la antigua Unión Soviética con el objetivo de prohibir la formación de un frente unido y a consecuencia, un gobierno poderoso como representante del pueblo.
Cuando el pueblo yemení se alzó en la primavera árabe, en enero de 2011, el dictador del país, Ali Abdolá Saleh, que llevaba gobernando el país desde hace 33 años, reprimió despiadadamente el movimiento con el apoyo de Arabia Saudí y Estados Unidos. Sin embargo, en febrero de 2012 se vio obligado a renunciar por la resistencia de la oposición popular. Esta oposición todavía sigue resistiendo hoy, a pesar de la represión y los actos terroristas que Arabia Saudí lleva a cabo en Yemen de forma encubierta.
Washington y Riad, se han esforzado por frustrar el movimiento prodemocracia en Yemen por todos los medios a su alcance. Arabia Saudí, en particular, ha alimentado las redes terroristas salafíes y de Al-Qaeda para tratar arrodillar el levantamiento liderado principalmente por el movimiento chií Ansarolá (Houthi).
Esto contradice la postura oficial de Washington y Riad que en apariencia han declarado Al Qaeda como su enemigo principal en la Península Arábiga. Drones estadounidenses han matado a cientos de civiles yemeníes en una guerra de cuatro años, supuestamente contra AQAP (Al Qaeda en la Península Arábiga), una campaña que el presidente estadounidense, Barack Obama ha coronado como un éxito.
En las últimas semanas, cientos de manifestantes contra el régimen han muerto en bombardeos y tiroteos realizados por grupos vinculados con Al-Qaeda. Esta misma semana cerca de 50 personas perdieron la vida en un atentado mortífero que tuvo lugar en una plaza central en la capital yemení, Saná.
Desde que empezaron las manifestantes pacíficas masivas en la capital en el 21 de septiembre, el régimen respaldado por los EE.UU. y Arabia Saudí del presidente Abdu Rabu Mansur Hadi, un vestigio de la dictadura Saleh, se vio obligado a dar marcha atrás por las presiones.
Un candidato respaldado por Estados Unidos para ocupar el cargo del primer ministro, Ahmad Ben Mubarak, fue rechazado la semana pasada por los manifestantes que piden la renuncia total de todos los que han estado al mando en el país hasta ahora y han declarado que seguirán ocupando los edificios y plazas públicos hasta conseguir todas sus demandas.
Como dijo recientemente el portavoz de la tribu chií Houthi, Mohamad Abdulsalam: “Esta es una victoria estratégica para todos los yemeníes. Pero es sólo el comienzo de una larga campaña para derrotar la corrupción endémica en el sistema administrativa de Yemen. Hoy es el comienzo de una era diferente del pasado. Una era en la que se oye la voz de toda la nación”.
Ahora, el régimen elitista de Yemen, en su camino hacia el deterioro, se aferra con todas sus fuerzas al poder frente un amplio movimiento prodemocrático que ha demostrado su valor mediante la resistencia y el sacrificio. El movimiento puede ser encabezado por la tribu chií Houthi, pero une sabiamente a todos los yemeníes marginados durante décadas por gobernantes respaldados por los poderes extranjeros, independiente de la tribu o la secta religiosa a la que pertenecen.
Es abominable cómo Arabia Saudí intenta hacer creer a todo el mundo que las manifestaciones celebradas en Yemen, son una amenaza para la seguridad regional, mientras Al-Qaeda y grupos salafíes han intensificado su violencia mortal. En otras palabras, los saudíes están haciendo advertencias que por su propia naturaleza contribuyen a cumplirse.
Es, por supuesto, amargamente irónico que Arabia Saudí envía al mismo tiempo, aviones de guerra para bombardear grupos terroristas en el norte de Siria para contribuir en “causa de la democracia” definida y dirigida por Estados Unidos.
Yemen es un claro ejemplo de que ni los EE.UU. ni su socio saudí tienen ningún interés en establecer la democracia, de hecho, están profundamente en contra de este fenómeno, no sólo en Yemen, sino en todo el Oriente Medio.
Sin embargo, el pueblo de Yemen tienen la historia que atestigua a su favor y un arma fundamental; la verdad. Washington y sus clientes árabes despóticos están hundiendo cada día más en sus propias mentiras, su hipocresía, su doble rasero y sus crímenes.
ymc
Nacido en 1963, Finian Cunningham, ha escrito extensamente sobre asuntos internacionales, con artículos publicados en varios idiomas. Durante casi 20 años, trabajó como editor y escritor en los principales medios de comunicación, entre ellos The Mirror, Irish Times e Independent. Originario de Belfast, Irlanda, ahora se encuentra en este de África como periodista freelance, donde basado en la experiencia de testigos presenciales, está escribiendo un libro sobre Baréin y la primavera árabe.
El autor fue expulsado de Baréin en junio de 2011 a causa de sus artículos críticos en los que destacó violaciones sistemáticas de los derechos humanos por parte de las fuerzas del régimen bareiní. Es columnista de política internacional para PressTV y la Fundación Cultura Estratégica.
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