La explosión del sentimiento anti-kurdo en Turquía en el último año ha puesto de manifiesto los profundos problemas sin resolver que el Estado turco ha tratado de ocultar a la opinión internacional durante décadas. Cuando el Partido Democrático de los Pueblos (HDP) superó cómodamente el difícil umbral del 10% para enviar diputados kurdos al parlamento en las elecciones de junio del 2015, puso en marcha una serie de acontecimientos para forzar al país a revisar estas cuestiones. El Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) recurrió a enfrentarse a ellos de un modo que detalla precisamente la incapacidad del país para reformarse y superar esos problemas. Es fácil etiquetar a cualquier dirigente autoritario como fascista cuando empieza a exhibir características de intolerancia y autocracia. Sin embargo, en el caso de Turquía, la facilidad con que Erdogan ha logrado revivir la “kurdofobia” para ganar el diseminado apoyo nacionalista, es indicativa del fascismo profundamente arraigado que nunca ha sido verdaderamente erradicado.
También sería corto de vista señalar a Erdogan como el principal problema. Turquía tiene una historia, que no merece la pena revisar al detalle, de intolerancia hacia los grupos étnicos. Armenios, griegos, asirios, kurdos… todos han sufrido en un país donde la ideología del turanismo* ha estado conduciendo la política de las minorías étnicas desde finales del siglo XIX. El propósito de recordar este oscuro capítulo en la historia de Turquía no es desencadenar el resentimiento hacia el país, sino señalar el hecho de que los kurdos son el último mayor grupo étnico en el país que no ha aceptado la identidad turca como su prevalente, de ahí el resurgimiento de esta cuestión sin resolver desde que Erdogan decidiera que la guerra contra los kurdos era su mejor oportunidad para permanecer en el poder.
Ha sido tan efectivo que el AKP ha conseguido combinar el fascismo con el fanatismo religioso y el nacionalismo para crear una poderosa forma de odio hacia los kurdos en un corto periodo de tiempo, algo que no habría sido posible si no existiera un precedente histórico. No debemos descartar esto únicamente como un problema de Turquía. El Brexit, el crecimiento del nacionalismo a lo largo de Europa y Donald Trump son pruebas de la habilidad de los políticos para manipular los miedos y la intolerancia intrínsecos de las personas hacia los grupos étnicos. Sin embargo, lo que es único en Turquía es la auténtica amenaza de masacres étnicas dirigidas hacia los kurdos por un Estado que es miembro de la OTAN. Es el problema que todos se empeñan en ignorar en estos días, pero un país cuyo fascismo es alimentado por el temor a perder territorio es capaz de recurrir a una guerra civil como la que está asolando Siria para responder a esta amenaza. La propia Turquía no está totalmente convencida de su soberanía, por lo que responderá de manera desproporcionada a cualquier amenaza que perciba.
El gobierno del AKP está enmascarando esta intención actualmente y legitimando su trato hacia los kurdos declarándolo como una “guerra contra el terrorismo”. El allanamiento de las ciudades kurdas, el despido de miles de profesores kurdos, el arresto generalizado de políticos y periodistas kurdos… todo se está llevando a cabo bajo la fachada de “la protección de la integridad territorial contra el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK)”. Mientras que los kurdos son el punto focal de estas medidas, la disposición y eficacia del gobierno en hacer objetivo de las mismas a los gulenistas, secularistas y cualquier otra posición son pruebas del arraigado fascismo que pueden ser manipuladas con mucha facilidad.
Los aliados occidentales de Turquía pueden temer establecer precedentes siendo vistos como simpatizantes del PKK, pero permitiendo a Turquía extender sus tentáculos a la hora de censurar los crímenes de estado que actualmente está cometiendo, y su perceptible actitud reacia a criticar públicamente el trato de Turquía hacia los kurdos, resaltan sus propios defectos políticos. A pesar de ello, la raíz del problema es que, a diferencia de Alemania, Italia o España, Turquía nunca se ha reformado sinceramente para erradicar el fascismo, como ha sido tan burdamente revelado con Erdogan.
Turquía está en la cúspide de un cambio donde el creciente deseo interno de verdadera democracia y derechos humanos en el país está chocando con los viejos temores acerca de la soberanía y un sistema político anticuado, y los kurdos son la última consecuencia del choque. De hecho, los kurdos son la única fuerza real, política y militar, en afectar al enfrentamiento, un activo que la comunidad internacional necesita reconocer, como ha hecho en Siria.
El deseo del HDP de reformar el sistema político hacia uno inclusivo es una oportunidad que no puede dejarse pasar de largo otra generación si a Turquía se le da permiso para intensificar su papel en esta guerra. Puede haber supuesto un sangriento y largo conflicto enfrentarse al fascismo en el pasado, pero no tiene por qué ser el caso esta vez. Al igual que hicieron los nazis, el AKP se está transformando lentamente en el mayor sindicato del crimen organizado del mundo. Pero la dependencia económica, militar y política de Turquía con las potencias internacionales significa que hay una verdadera oportunidad para impulsar el cambio de una manera diferente. No solo serán los kurdos, sino que los propios turcos se beneficiarán a largo plazo. De lo contrario, Occidente quedará para siempre desautorizada por fracasar a la hora de poner fin a la guerra de Erdogan contra los kurdos, así como deberá enfrentarse a un Oriente Medio inestable, con implicaciones a largo plazo para la seguridad de Europa, durante mucho más tiempo del necesario.
*Nota de traducción: El turanismo es un movimiento político cuyo objetivo fundamental es la unidad de los diversos pueblos túrquicos en un Estado político moderno.
FUENTE: Ozkan Kocakaya / Kurdish Question / Traducido por Rojava Azadi
Excelente el post.. y el blog entero!
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