Hace ya 14 años tuvieron lugar los mayores ataques terroristas en EEUU, pero numerosos aspectos de los mismos, probablemente los más importantes, todavía no han visto la luz, incluyendo los relativos al ataque contra el Pentágono y sobre la autoría del ataque con el misil que impactó en el mismo - la versión del avión Boeing que se estrelló contra el Pentágono ha sido desechada como absurda dadas las numerosos vídeos y fotos y las propias evidencias físicas que desconocen por completo la existencia de un avión en este ataque.
Las consecuencias para el mundo de aquellos atentados fueron muy negativas principalmente por la existencia de una administración extremista en EEUU -la de George W. Bush-, que utilizó los ataques como pretexto para llevar a cabo ataques contra Afganistán, Iraq y otros países. Estas acciones no constituyeron un esfuerzo legítimo para luchar contra el terrorismo o la proliferación de armas de destrucción masiva, sino que supusieron un intento de imponer al mundo una hegemonía mundial de EEUU mediante el control de recursos y regiones clave, como Asia Central y Oriente Medio. Afortundamente, la resistencia de los pueblos -como el iraquí, el libanés, el sirio y otros- hicieron fracasar aquellos planes y, de este modo, las tácticas de los neocon -el grupo radical sionista que dominó la política exterior norteamericana en los tiempos de George W.-, incluyendo la difusión de mentiras y propaganda dirigida a justificar los crímenes y violaciones del Derecho Internacional llevados a cabo por EEUU, cayeron en un total descrédito.
Sin embargo, las circunstancias que llevaron a los atentados del 11-S y que habían provocado años antes el nacimiento de Al Qaida -bajo el patrocinio de la CIA estadounidense y los servicios de inteligencia saudíes- no sólo no han cambiado, sino que se han agudizado en estos últimos años, que han sido testigos de un incremento sin precedentes de la expansión y actividades de los antiguos y nuevos grupos terroristas.
Los atentados del 11-S y la actual expansión del terrorismo a nivel mundial descansan sobre el mismo pilar: la alianza entre EEUU y el régimen wahabí de Arabia Saudí, que continúa siendo hoy por hoy, junto con el pequeño emirato de Qatar, el principal espónsor del terrorismo extremista a nivel mundial.
Algunos podrían sorprenderse de la complacencia con los que los gobiernos occidentales -tan agresivos, por ejemplo, contra Siria, que nunca ha apoyado ningún pensamiento extremista ni llevado a cabo acciones contra Occidente- tratan al régimen saudí, al que no sólo condonan sus actividades de apoyo al terrorismo, sino que dotan de toda clase de armamento por valor de decenas de miles de millones de dólares.
Esta protección se extiende hasta el ocultamiento del rol jugado por Arabia Saudí en el apoyo a Al Qaida y, más concretamente, a los terroristas que llevaron a cabo supuestamente los atentados del 11-S. El gobierno de Obama ha mantenido ocultas informaciones sobre los vínculos del régimen de Riad con aquellos atentados, lo cual incluye la negativa a desclasificar un informe de 28 páginas que se refiere a este aspecto y cuyo contenido ha provocado sorpresa e indignación entre el reducido círculo de congresistas que ha tenido acceso al mismo.
El antiguo senador Bob Graham manifestó en una declaración que "estuvimos sorprendidos cuando averiguamos que un capítulo del informe sobre el 11-S no ha sido publicado. La razón de ello radica en el deseo del gobierno de EEUU de proteger a Arabia Saudí, que fue el mayor responsable del apoyo a la red terrorista".
Graham considera que la razón de tal ocultamiento era proteger los intereses norteamericanos en el petróleo y el dinero saudies. Sin embargo, éste es un argumento simplista. La razón real es que EEUU y Arabia Saudí han continuado apoyando desde el 11-S a los mismos terroristas responsables de aquellos ataques con el fin de utilizarlos, como sucedió en la década de los ochenta en Afganistán, en contra de aquellos gobiernos a los que desean derrocar, y en especial a aquellos que, como el sirio, el iraquí o las fuerzas revolucionarias de Yemen, mantienen una relación de alianza o amistad con Irán.
Esta alianza saudi-estadounidense es la responsable de la expansión del terrorismo por el mundo en la actualidad.
Satisfechos y tranquilos con las acciones norteamericanas para encubrir su papel en el 11-S, los saudíes han continuado apoyando a grupos extremistas wahabíes en todo el mundo. En este sentido, Graham considera que el nacimiento del EI es una consecuencia natural del apoyo al terrorismo y la ideología takfiri llevados a cabo en los últimos años por el régimen saudí.
Sería ingenuo pensar que EEUU es ajeno a tales prácticas. Recientemente, el ex director de la CIA David Petraeus manifestó su respaldo a la utilización de "antiguos" terroristas de Al Qaida contra el EI y el "régimen de Assad". Esto es una simple reedición de la política llevada a cabo por Washington en Afganistán en la década de 1980, que llevó a la creación de Al Qaida, cuyos miembros han actuado desde entonces en la práctica como agentes y facilitadores de los planes de EEUU en Oriente Medio y otras regiones.
Así pues, hoy cabe ver los atentados del 11-S como una consecuencia de la alianza por el terrorismo entre EEUU y Arabia Saudí. Muchos ven aquellos atentados como el pistoletazo necesario que esperaban algunos círculos extremistas en Washington para lanzar un conflicto de larga duración no contra los promotores de los grupos terroristas o sus mentores ideológicos, en este caso Arabia Saudí, sino contra todos aquellos que se oponen en Oriente Medio a los planes de hegemonía de EEUU e Israel para la región.
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