martes, 3 de febrero de 2015

La “estrategia del derrame de petróleo”: así se expande el Estado Islámico

La carretera desde Tobruk desciende abruptamente al llegar a Derna, una más de las normalmente insulsas ciudades de Libia, a la que salva en parte el bello telón de fondo del Mediterráneo. Cuando en 2011 se produjo el levantamiento contra el dictador Muammar Al Gaddafi, Darna se contó entre las primeras localidades del país en expulsar a las fuerzas del régimen. Este reportero la visitó pocos días después. En aquella época, la recepción que los hombres de Abdul Hakim Elhsadi, exyihadista del Grupo Combatiente Islámico Libio, brindaban a los periodistas era todavía amistosa, porque “tenían cosas importantes que decirle al mundo”. Pero hoy, algunos de estos mismos islamistas exhiben cabezas cortadas, ejecutan a liberales y disidentes y se pasean en desfiles de vehículos mostrando sus armas y sus banderas negras. Se consideran parte del Estado Islámico.
Darna, la capital de la provincia de Barqa, fue la primera ciudad fuera de Siria e Irak declarada parte del Califato gobernado por Abu Bakr Al Bagdadi, el líder del EI. El proceso, ocurrido a principios de octubre, pasó bastante desapercibido para una prensa internacional ausente del país y concentrada en los sucesos de otros lugares. Tradicionalmente, Darna ha sido el punto del que han salido la mayoría de los yihadistas libios que durante la pasada década combatieron en Irak y Afganistán, o, más recientemente, en Siria. Allí, muchos de ellos se unieron a lo que entonces aún era el Estado Islámico de Irak y el Levante (o ISIL). Algunos regresaron a Libia la pasada primavera y fundaron un grupo llamado “Consejo de la Shura para la Juventud del Islam", y poco después iniciaron una despiadada campaña contra aquellos que se oponían a ellos.

Pero hacía falta un líder. A finales de septiembre, un yemení, Mohammed Abdullah, fue enviado como “emir” del Estado Islámico a la región y, el 5 de octubre, estos militantes juraron lealtad a Al Bagdadi. Poco después, las patrullas de la hisba, la “policía islámica”, recorrían las calles de Darna. Se impuso la segregación de sexos en los colegios y se decretaron medidas como la prohibición de mostrar “ropas escandalosas para mujeres” en los maniquíes femeninos, según el testimonio de varios activistas de la ciudad. “Todo el mundo está inquieto acerca de ellos. Había protestas, pero ahora ya nadie protesta”, explicó un refugiado libio huido de Darna al diario The Guardian.
En aquella época, el experto en yihadismo Peter Neumann, profesor de estudios en seguridad del King’s College de Londres, ya advirtió de lo que llamó la “estrategia del derrame de petróleo”, una metáfora que resume de forma muy gráfica la forma en la que se expande la organización. “En lugares como Yemen o Libia, su intención es conseguir que el máximo (número) posible de grupos en todo el mundo les juren lealtad”, explicó Neumann. “Forman enclaves, después crecen y los conectan”, indicó.

Durante un tiempo, los bombardeos de la coalición internacional y las operaciones terrestres de los peshmerga (las milicias kurdas) y el Ejército iraquí, con el apoyo de asesores estadounidenses e iraníes, parecían haber detenido el avance del Estado Islámico en Irak y Siria. La decisiva batalla de Kobani, donde los yihadistas se hallan en franco retroceso frente a los combatientes kurdos, fue interpretada como el fin de la hasta entonces imparable expansión del EI. Pero ante la dificultad de seguir ampliando sus fronteras terrestres, la organización ha optado por la creación de bases extraterritoriales. Hoy, resulta imposible ignorar la penetración del Estado Islámico en países como Libia, Egipto, Yemen, Argelia e incluso Afganistán.
Según el diario libanés Al Safir, el Estado Islámico está haciendo visible su presencia en las principales ciudades yemeníes, donde abre oficinas y trata de atraer a nuevos miembros. Del mismo modo, ha enviado representantes a Argelia, donde una facción de Al Qaeda en el Magreb Islámico rompió hace meses con la organización creada por Osama Bin Laden y juró lealtad a Al Bagdadi, pasando a llamarse “Yund Al Jilafa” (“Soldados del Califato”). Su cabecilla, Khaled Ali Suleiman, responsable de la decapitación del rehén francés Hervé Gourdel en septiembre, fue abatido por el Ejército argelino hace tres semanas, por lo que la relativa falta de liderazgo juega asimismo a favor del sometimiento al Estado Islámico.
Manifestantes protestas contra las carícaturas de Mahoma en Aden, Yemen, con una bandera del Estado Islámico (Reuters).Manifestantes protestas contra las carícaturas de Mahoma en Aden, Yemen, con una bandera del Estado Islámico (Reuters).
Talibanes contra el Estado Islámico
También han jurado lealtad al Califato diversos grupos yihadistas del Sudeste Asiático, tal y como informó este diario. Y esta semana, el general Mahmud Khan, segundo comandante del 215º Cuerpo del Ejército afgano, aseguró que un hombre identificado como el mulá Abdul Rauf está llevando a cabo una campaña activa de reclutamiento para el Estado Islámico en la conflictiva provincia de Helmand, al sur de Afganistán. “Cierto número de líderes tribales, comandantes yihadistas y algunos ulemas y otra gente me han contactado para decirme que el mulá Raug les ha abordado para invitarles a unirse a ellos”, afirmó Khan.
“La gente dice que ha izado banderas negras e incluso ha intentado tumbar las banderas blancas talibanes en algunas áreas. Hay informes de que 19 o 20 personas han muerto”, explica el líder tribal Saifullah Sanginwal, del distrito de Sangin, a la cadena estadounidense CBS. Los talibanes, aparentemente, se oponen a la penetración de esta organización, e incluso se están produciendo enfrentamientos armados entre ambos grupos.
Estas fricciones entre grupos yihadistas son comunes en casi todos aquellos lugares donde el EI trata de imponerse. En Darna, la principal fuerza armada que combate al Consejo de la Shura es la llamada Brigada de los Mártires de Abu Salem, otro grupo que, si bien exige la imposición de la ‘sharia’ (ley islámica) en Libia, se considera ante todo nacionalista y rechaza las pretensiones panislámicas del Califato. Algo similar sucede con el Frente Al Nusra en Siria, cuya proporción de combatientes extranjeros es mucho menor que la del Estado Islámico, y que rechaza la eliminación de la frontera con Irak decretada por aquel.
En Siria, de hecho, la expansión del Estado Islámico se está haciendo a costa del Frente Al Nusra. El EI acaba de proclamar la creación de una nueva wilaya (provincia) en la región de Hama, después de haber establecido su dominio sobre zonas anteriormente controladas por Al Nusra. De esa forma, la organización tiene presencia en una decena de regiones de Siria, aunque eso no significa que las controle en su totalidad.

“Para administrar el territorio bajo su control, el ISIS ha implementado un sistema de ‘wilayat’”, explica un reciente informe del Instituto para el Estudio de la Guerra, “para dividir su territorio en Siria e Irak”. “Cuando el ISIS se refiere a ‘wilayat (plural de wilaya, en árabe) concretas como Alepo, no incluye todo el territorio dentro de la provincia de Alepo, solo aquel en el que asegura estar activo o donde mantiene el control. Por ejemplo, el ISIS ha creado la wilaya de Damasco a pesar de que sólo mantiene el control sobre una pequeña bolsa de territorio rural”, indica este think-tank con base en Washington.
La amenaza de expansión, en todo caso, es real. Y uno de los países que más en serio se la ha tomado es Arabia Saudí, que en septiembre anunció la creación de una barrera de contención de 900 kilómetros de extensión en su frontera con Irak. Mezcla de valla y zanja, la construcción contará con radares, cámaras de visión nocturna, detectores de movimiento subterráneos, una flota de dos centenares de vehículos de respuesta rápida, y cinco niveles de profundidad. Se cree que el ataque de miembros del EI de la semana pasada contra un puesto de frontera en el que murieron tres militares saudíes, entre ellos el comandante de la región norte, era una reacción contra la edificación de esta barrera. La valla, sin duda, servirá para prevenir la infiltración de militantes desde el país vecino, pero de poco sirve contra aquellos que ya están presentes en suelo saudí, y que, como ya ha ocurrido en los últimos meses, han comenzado a atentar contra occidentales en diferentes lugares del país.

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