Abandonada en Siria por Estados Unidos, ¿se suicidará Arabia Saudí a falta de lograr llevarse la victoria? Eso es lo que puede pensarse al ver los siguientes acontecimientos:
- El 8 de agosto pasado, el príncipe Bandar bin Sultán viajó a Rusia, donde no sólo fue recibido por su homólogo, el jefe de los servicios secretos, sino por el presidente Vladimir Putin. Hay dos versiones de ese encuentro. Según los saudíes, Bandar se expresó en nombre del reino y de Estados Unidos. Propuso comprar armamento ruso por una suma ascendente a 15 000 millones de dólares si Moscú abandonaba Siria. Según los rusos, Bandar se expresó con arrogancia, amenazando con el envío de yihadistas que pondrían en crisis la celebración de los Juegos Olímpicos de invierno en Sochi si Moscú persistía en su respaldo al régimen laico de Damasco y proponiendo un verdadero soborno. Sea cual sea la verdad, lo cierto es que el presidente Putin vio las palabras del príncipe Saudí como un insulto a Rusia.
- El pasado 30 de septiembre, el príncipe Saúd al Faisal estaba inscrito como orador en el orden del día del debate general de 68ª Asamblea General de la ONU. Sin embargo, furioso ante el acercamiento entre Irán y Estados Unidos, este otro príncipe Saudí –que funge como ministro de Relaciones Exteriores– simplemente abandonó la sede de la ONU, sin excusarse siquiera. Tan grande era su cólera que incluso se negó a que el discurso que iba a pronunciar, ya preparado e impreso de antemano, fuese distribuido a las delegaciones de los demás países.
- El 11 de octubre, el secretario general adjunto de la ONU y ex responsable del Departamento de Estado para el Medio Oriente, Jeffrey Feltman recibía a una delegación libanesa. Al hablar, en nombre del secretario general de la ONU Ban Ki-moon, Feltman no encontró palabras lo suficientemente duras para criticar la política exterior de Arabia Saudí, basada en «rencores» e incapaz de adaptarse a un mundo cambiante.
- El 18 de octubre, la Asamblea General de la ONU elegía –193 votos a favor y 176 en contra– a Arabia Saudí para ocupar un puesto de miembro no permanente en el Consejo de Seguridad por un periodo de 2 años, que comenzaría el 1º de enero de 2014. El embajador saudí Abdallah El-Muallemi se felicitaba entonces por esa victoria que, según él, era un reflejo de «la eficacia de la política Saudí caracterizada por la moderación» (sic). Sin embargo, unas pocas horas más tarde el príncipe Saúd Al-Faisal publicaba un comunicado –de tono nasserista– sobre la incapacidad del Consejo de Seguridad y la negativa del reino a ocupar el puesto en ese órgano. Aunque mencionó el tema de Siria como motivo principal de esa decisión, el ministro Saudí se dio el lujo de denunciar también la cuestión palestina y el tema de las armas de destrucción masiva en el Medio Oriente, o sea de designar simultáneamente como enemigos de la paz a Irán e Israel. Dado el hecho que la crítica contra la política de la ONU en Siria equivale a una denuncia directa contra Rusia y China, que recurrieron por 3 veces a su derecho de veto, el comunicado Saudí era un insulto a Pekín, cuando China es actualmente el principal comprador del petróleo Saudí. Ese viraje, que provocó consternación en las Naciones Unidas, fue sin embargo ruidosamente saludado por Francia y Turquía, países que dicen compartir la «frustración» de Arabia Saudí sobre el tema de Siria.
- El 21 de octubre, el Wall Street Journal revelaba que el príncipe Bandar Ben Sultan había invitado varios diplomáticos europeos acreditados en Riad a visitarlo en su domicilio, donde les narró el furor Saudí ante el acercamiento de Irán y EEUU y el retroceso estadounidense en Siria. Ante sus atónitos interlocutores, el jefe de los servicios secretos saudíes anunció que el reino piensa vengarse retirando sus inversiones de Estados Unidos. Retomando el episodio del asiento en el Consejo de Seguridad, el Wall Street Journal precisó que –según el príncipe Bandar– el comunicado no estaba dirigido contra la actitud de Pekín sino contra Washington, precisión que resulta tanto más interesante cuanto que no corresponde a la situación.
Ante la incredulidad que suscitaron esas declaraciones y los comentarios conciliadores del Departamento de Estado, el príncipe saudí Turki Ben Faisal explicó a la agencia Reuters que su enemigo personal Bandar había hablado en nombre del reino y que esa nueva política no será objeto de revisión. Lo cual quiere decir que no existen divergencias al respecto entre las dos ramas rivales de la familia reinante en Arabia Saudí –los Sudairi y los Shuraim– sino una visión común que comparten los dos bandos.
En resumen, Arabia Saudí insultó a Rusia en julio pasado, insultó a China hace 2 semanas. Y ahora insulta a Estados Unidos. El reino anuncia que va a retirar sus inversiones de este último país, probablemente para volverse hacia Turquía y Francia, aunque ningún experto ve cómo pudiera ser eso posible. Ese comportamiento puede tener dos explicaciones: Riad finge cólera para que Washington pueda continuar la guerra en Siria sin responsabilizarse con ella o la familia Saúd está cometiendo un suicidio político.
La primera hipótesis parece estar en contradicción con las palabras de Bandar ante los embajadores europeos. Si estuviese jugando a favor de Estados Unidos por debajo de la mesa, el jefe de los servicios secretos saudíes tendría especial cuidado en no ponerse a predicar revoluciones a sus aliados.
La segunda hipótesis recuerda el comportamiento de los camellos, animal preferido de los beduinos saudíes. Esos cuadrúpedos tienen la reputación de alimentar sus rencores durante largos años y de ser incapaces de vivir en paz mientras no hayan logrado concretar su venganza, sea cual sea el precio a pagar por ello.
Pero Riad parece haber olvidado que la supervivencia de Arabia Saudí está en juego desde que John. Q. Brennan fue nombrado director de la CIA, en marzo de 2013. Brennan, quien estuvo destacado en Arabia Saudí, es un resuelto adversario del dispositivo que sus predecesores montaron en el pasado con Riad: el yihadismo internacional. Brennan estima que si bien esos elementos hicieron un buen trabajo en su momento –en Afganistán, Yugoslavia y Chechenia–, hoy se han hecho demasiado numerosos e incontrolables. Lo que empezó siendo una banda de extremistas árabes enviados a combatir contra el Ejército Rojo se ha convertido con el tiempo en una constelación de grupos, presentes desde Marruecos hasta China, que hoy luchan más con la perspectiva de imponer el modelo de sociedad saudí que para vencer a los adversarios de Estados Unidos.
Ya en 2001, Estados Unidos había planeado liquidar Al Qaida atribuyéndole los atentados del 11 de Septiembre. Pero, con el asesinato oficial de Osama ben Laden en mayo de 2011, Washington prefirió rehabilitar esa red y la utilizó profusamente en Libia y en Siria. Sin Al Qaida nunca hubiese sido posible el derrocamiento de Muammar el-Gadafi, como ha quedado demostrado con la llegada de Abdel Hakim Belhay –ex número 2 de Al Qaida en Libia– al cargo de gobernador militar de Trípoli. Según la visión de Brennan, es necesario reducir el yihadismo a su mínima expresión y conservarlo únicamente para su uso como fuerza de apoyo de la CIA en ciertas circunstancias.
El yihadismo no sólo es la única fuerza efectiva de Arabia Saudí, cuyo ejército se divide en dos unidades que obedecen cada una a uno de los clanes de la familia Saúd, sino que además se ha convertido en la única razón de ser del reino en la medida en que Washington ya no necesita a Arabia Saudí para que le garantice el petróleo ni tampoco para que predique la causa de la paz con Israel. Lo anterior explica el regreso del Pentágono al viejo plan de los neoconservadores: «Expulsar de Arabia a los Saúd», según el título de un Power Point proyectado en julio de 2002 a los miembros del Consejo Político del Departamento de Defensa. Ese proyecto prevé el desmantelamiento de Arabia Saudí en 5 zonas, 3 de las cuales estarían llamadas a convertirse en Estados independientes entre sí mientras que las otras 2 pasarían a formar parte de otros países.
Al optar por probar fuerza con Estados Unidos, la familia Saúd no deja opción a los estadounidenses. Es poco probable que Washington permita que unos cuantos beduinos adinerados le digan lo que tiene que hacer, lo cual hace muy previsible que decida meterlos en cintura. En 1975, Washington no vaciló en ordenar el asesinato del rey Faisal. Esta vez, es muy probable que actúe de forma aún más radical.
Thierry Meyssan – Red Voltaire
No hay comentarios:
Publicar un comentario