Un hermoso y triste relato que rescato del Blog "Bagdad en Llamas"... escrito un día de noviembre de 2007...
Siria es un hermoso país- por lo menos eso creo yo. Digo “creo” porque cuando lo percibo como hermoso, a veces me pregunto si confundo seguridad y normalidad con “belleza”. En muchos aspectos, Damasco es como Bagdad antes de la guerra- calles bulliciosas, atascos de tráfico esporádicos, mercados llenos de compradores aparentemente siempre… Y en otros muchos aspectos es diferente. Los edificios son más altos, las calles generalmente más estrechas y hay una montaña, Qasiyoun, que se ve, impresionante, a lo lejos
La montaña atrae mi atención, como hace con muchos y muchas irakíes- especialmente con los de bagdad. El norte de Irak está lleno de montañas, pero el resto de Irak es bastante llano. A la noche Qasiyoun se mezcla con el cielo negro y la única indicación de su presencia es una multitud de pequeños, trémulos puntos de luz- casas y restaurantes construidos en la ladera del monte. Cada vez que tomo una fotografía, intento introducir Qasiyoun en ella. Busco colocar a la persona en una posición tal que Qasiyoun sea el fondo.
Las primeras semanas aquí fueron una especial de choque cultural. Me ha tomado tres meses quitarme ciertos hábitos que adquirí en Bagdad durante la guerra. Es divertido ver como aprendes a actuar de una manera concreta y ni siquiera te das cuenta de que haces cosas extrañas- como esquivar los ojos de la gente en la calle o murmuran en tu interior oraciones enloquecidamente cuando te ves atrapada en un atasco de tráfico. Tardé por lo menos tres semanas en enseñarme a mí misma a andar de nuevo decorosamente por la calle- con la cabeza levantada y sin mirar constantemente hacia atrás.
Se estima que hoy en día hay al menos 1.5 millones de irakíes en Siria. Lo creo. Al andar por las calles de Damasco puedes oír el acento irakí por todas partes. Hay áreas como Geramana y Qudsiya que están atestadas de refugiados. Hay pocos y dispersos sirios en esas zonas. Hasta las escuelas públicas de estos lugares están llenos de niños y niñas irakíes. Un primo mío está yendo a la escuela en Qudsiya y su clase está formada por 26 niños irakíes y 5 sirios. A veces es difícil de creer La mayoría de las familias no tienen para vivir nada más que sus ahorros que están siendo rápidamente disminuidos por la renta y los costes de la vida.
Al de un mes de llegar aquí, empezamos a oír hablar de que Siria iba a requerir visados para los y las irakíes, como muchos otros países. Aparentemente nuestros estimados títeres en el poder se reunieron con las autoridades sirias y jordanas y decidieron acabar con los dos últimos refugios seguros para los y las irakíes –Damasco y Amman. Las conversaciones empezaron a finales de Agosto y fueron sólo charla hasta primeros de Octubre. Ahora los y las irakíes que entran en Siria necesitan un visado extendido por el consulado o la embajada Siria del país en que se encuentren. En el caso de ser irakíes en Irak, se dice que es también requerido un visto bueno del Ministerio de Interior (una forma de hacerlo difícil para las personas huyendo de las milicias DEL Ministerio de Interior…). Hoy en día se habla de un posible visado de cincuenta dólares en la frontera.
Los y las irakíes que entraron en Siria antes de que el visado entrase en vigor recibían un visado de visitante por un mes. Cuando ese mes pasaba, podías ir con tu pasaporte a la oficina local de inmigración. Si tenías suerte, te daban uno o dos meses adicionales. Cuando comenzaron las conversaciones sobre los visados, cesaron de dar extensiones del visado fronterizo inicial. Nosotros, como familia, tuvimos una brillante idea. Antes de que comenzase la conmoción de los visados, y antes de necesitar la renovación del visado, decidimos ir a uno de los puestos fronterizos, cruzar a Irak y volver de nuevo a Siria, todo el mundo estaba haciendo esto. Esto nos daría algo más de tiempo- al menos dos meses.
Escogimos un cálido día a primeros de Setiembre y condujimos seis horas hasta Kameshli, una ciudad fronteriza en el norte de Siria. Mi tía y su hermano vinieron con nosotros, ellos también necesitaban una extensión del visado. Hay un paso fronterizo en Kameshli, llamado Yaambiya. Es uno de los pasos más simples porque entre las fronteras siria e irakí sólo hay unos pocos metros. Sales andando del territorio sirio y ya estás en territorio irakí. Sencillo y seguro.
Cuando llegamos al puesto de la policía fronteriza, nos sorprendió ver que miles de irakíes habían tenido nuestra brillante idea simultáneamente- las filas en el puesto fronterizo eran interminables. Cientos de irakíes estaban en una larga fila esperando a tener sus pasaportes estampados con un visado de salida. Nos unimos a la línea y esperamos. Y esperamos. Y esperamos…
Tardamos cuatro horas en dejar la frontera siria después de lo que vinieron las colas del puesto fronterizo irakí. Estas eran aún más largas. Nos unimos a una de las colas de cansados, impacientes irakíes. “Parece como una cola de gasolina…” Bromeó mi primo más joven. Esto era el comienzo de otras cuatro horas de espera bajo el sol, avanzando a pasitos de bebé, avanzando más lentamente que nunca. La fila era cada vez más larga. Llegamos a un punto en el que podíamos ver el principio de la fila, donde los pasaportes eran sellados, pero no el fin. Moviéndose a lo largo de la fila, arriba y abajo, jóvenes muchachos iban vendiendo vasos de agua, chicles y cigarrillos. Mi tía agarró a uno de ellos del brazo, según pasaba rápidamente junto a nosotros.”¿cúanta gente hay delante nuestro?”. El silbó y dio unos pasos atrás para valorar la situación. “!Cien¡ !Mil¡”. Estaba casi alegre según corria a hacer negocio.
Yo estaba envuelta en una mezcla de sentimientos mientras estaba en la cola. Estaba atrapada entre un sentimiento de anhelo, una especie de nostalgia que me atrapa en los momentos más extraños y un pesado sentimiento de temor. ¿Y si no nos dejaban salir otra vez? No era verdaderamente posible, pero ¿y si sucedía? ¿Y si era la última vez que veía la frontera irakí? ¿Y si no nos dejaban entrar en Irak por alguna razón? ¿Y si no nos permitían marcharnos nunca?
Pasamos las cuatro horas de pie, en cuclillas, sentados e inclinándonos en la fila. El sol nos golpeaba a todos por igual, suníes, chiíes y kurdos de la misma manera. E. trató de convencer a la tía de que se desmayase, para que él pudiese acelerar el proceso para toda la familia, pero ella nos lanzó una mirada fulminante y se mantuvo aún más derecha. La gente aguantaba allí, hablando, maldiciendo o en silencio. Era otra reunión de irakíes –la oportunidad perfecta de intercambiar historias tristes y preguntar por lejanos parientes o conocidos.
Encontramos dos familias conocidas mientras esperábamos nuestro turno, Nos saludamos como antiguos amigos largo tiempo perdidos e intercambiamos números de teléfono y direcciones en Damasco, prometiendo visitarnos. Me di cuenta de que el hijo de 23 años, K. faltaba. Contuve mi curiosidad y no quise preguntar dónde estaba. La madre parecía más vieja de lo que recordaba y el padre parecía absorbido en sus pensamientos, o quizás era pena. No quise saber si K. estaba vivo o muerto. Necesitaba creer que estaba vivo y prosperando en alguna parte, sin preocuparse de fronteras ni visados. La ignorancia es verdaderamente una bendición a veces…
De vuelta en la frontera siria, esperamos en un gran grupo, cansados y hambrientos, después de haber entregado nuestros pasaportes para ser sellados. El hombre de la emigración siria escudriñando entre docenas de pasaportes, pronunciando nombres y mirando caras según repartía pasaportes pacientemente, “Retrocedan, por favor, retrocedan”. Hubo un griterío generalizado en la parte de atrás del abarrotado salón donde estábamos de pie cuando alguien se derrumbaba- cuando le levantaban reconocí un hombre mayor que estaba allí con su familia acompañado de sus hijos apoyado en un bastón.
Para cuando pasamos de Nuevo la frontera de Siria y vuelto otra vez al taxi preparado para llevarnos a Kameshli, ya me había resignado al hecho de que éramos refugiados. Diariamente leo sobre refugiados en Internet… en los periódicos… oigo sobre ellos en la TV. Oigo sobre el estimado 1,5 millón más de irakíes refugiados en Siria y sacudo mi cabeza, sin considerar nunca a mi familia o a mí misma como parte de ellos. Después de todo, los refugiados son gente que vive en tiendas de campaña y no tienen agua potable ni instalación de cañerías, ¿verdad? Los refugiados llevan sus pertenencias en bolsas en vez de en maletas y no tienen teléfono móvil ni acceso a Internet, ¿verdad? Apretando mi pasaporte en mi mano como si mi vida dependiese de ello, con dos meses extras de estancia en Siria estampados en su interior, me impactó ver lo equivocada que estaba. Todos nosotros somos refugiados. De repente yo era un número. No importa cuanto de rico, o educado o confortable, un refugiado es siempre un refugiado. Un refugiado es alguien que no es realmente bienvenido en ningún país –incluyendo el suyo… especialmente el suyo.
Nosotros vivimos en un edificio de apartamentos donde otras dos familias irakíes están en alquiler. Las personas en el piso de arriba nuestro son una familia cristiana del norte de Irak que fueron perseguidos hasta fuera de su pueblo por los Peshmerga y la familia en nuestro piso es una familia kurda que perdió su casa en Bagdad por las milicias y están esperando para emigrar a Suecia o Suiza o algún otro paraíso de refugiados europeo.
La primera noche que llegamos, exhaustos, arrastrando maletas detrás nuestro, con la moral un poco destrozada, la familia kurda mandó su representante –un muchacho de 9 años al que le faltaban dos dientes delanteros, sujetando un pastel torcido, “Somos la casa de Abu Mohammed, enfrente vuestro, mamá dice que si necesitáis algo, sólo pedirlo –este es nuestro número. La familia de Abu Dalia vive arriba, este es su número. Nosotros tambien somos irakíes… Bienvenidos al edificio”.
Esa noche lloré porque por primera vez en mucho tiempo, tan lejos de casa, sentí la unidad que nos fue robada en 2003
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