El primer día de 2019 Arabia Saudí decapitó a dos egipcios y un paquistaní acusados de tenencia y tráfico de drogas. Ese ha sido el destino de cientos de personas como el jordano Waleed al-Saqqar, ejecutado tras un juicio de cinco minutos en el que no tuvo ni abogado. Mientras, según cables de diplomáticos estadounidenses filtrados por Wikileaks, la familia real organiza en suntuosos palacios fiestas llenas de prostitutas, drogas y alcohol.
Si algo define la Arabia de los Saud son la violencia, la brutalidad, el integrismo… y la hipocresía. Mientras que las élites promueven la rectitud y la pureza, Arabia Saudí sufre graves problemas de corrupción con escándalos como la purga iniciada en 2018 que resultó en la detención de 50 empresarios y miembros de la familia real. Mientras que las élites saudíes, en un alarde de desvergüenza, acusan a Canadá de no respetar los Derechos Humanos, son el tercer país del mundo con más ejecuciones y aplica castigos medievales más dignos de un carnicero que de un estado moderno. Resulta que un país que elimina sistemáticamente a disidentes, incluso fuera de sus fronteras, y que en un día ejecuta a 7 personas públicamente haciendo un espectáculo de lo grotesto, ahora se puede permitir dar lecciones de Derechos Humanos al mundo.
El código penal saudí es, principalmente, la ley islámica basada en el corán y la tradición del profeta Mahoma (sunna). Además hay que tener en cuenta que Arabia Saudí profesa una de las corrientes más extremistas del islam: el wahabismo. El wahabismo, por simplificar, tiene su origen en la escuela jurídica del hanbalismo, una corriente que ya en el siglo VIII se perseguía por su fanatismo. Su objetivo es conseguir lo que consideran que es la pureza moral.
El wahabismo ya en sus orígenes es una ideología pensada para un dominación que todavía hoy perdura. Sus dos grandes pilares son la obediencia al líder y no meterse en política. Se trata de una corriente surgida en el s.XVIII de la mano del clérigo Muhammad ibn Abd al-Wahhab y que ve su auge cuando Muhammad bin Saud instrumentaliza el wahabismo para legitimar su conquista de la península arábiga y el sometimiento de las demás tribus. Este es también el origen de Arabia Saudí.
La Casa Saudí mantiene el poder mediante el miedo. Cuestiones tan banales como el adulterio, la blasfemia, la apostasía, la fornicación… en el país árabe se castigan con penas salvajes que oscilan entre latigazos y la pena de muerte, generalmente por decapitación, pasando por mutilación de miembros y lapidación. En algunos casos, incluso, se crucifican los cadáveres de presos decapitados durante varios días hasta que comienza la putrefacción del cuerpo.
Para intentar entender extremo que es el sistema saudí creado entorno a la familia Saud, en 2002 la policía religiosa, el Mutawa, prohibió a los bomberos que rescatasen a las chicas atrapadas en un incendio de su escuela en Mecca porque no iban cubiertas. 15 de ellas murieron calcinadas.
El periodista libanés Ali Hossein Sabat fue detenido en 2010 cuando peregrinaba a Mecca y sentenciado a pena capital por trabajar como futurólogo en la televisión de Líbano. Finalmente conmutaron su pena, aunque no tuvo la misma suerte Amina Abdulhalim Nassir, que al año siguiente un verdugo la decapitó públicamente por brujería.
Que un hombre sea afeminado es motivo suficiente para que lo detengan y lo azoten con un látigo públicamente. No hablamos de unos pocos latigazos; en 2007 dos hombres fueron sometidos a 7.000 latigazos por sodomía.
Cuando el delito no lo contempla la ley islámica, entonces se aplica el 'qisas' u 'ojo por ojo' en su sentido más literal. Uno de los casos más surrealistas es el de Ali al-Khawalij, que condenaron a 'sufrir parálisis' después de 10 años en prisión por provocar con 14 años una parálisis a su amigo de entonces Mohammed al-Hazim. Al-Khawalij se salvó gracias a que recibió el perdón de la familia de la víctima.
Y la realidad se vuelve mucho peor para cualquiera que la monarquía considere opositor o mínimamente crítico.
Khashoggi solo es un nombre más. En 2016 la monarquía saudí ordenó la ejecución del clérigo chií Nimr Baqr al-Nimr que se había convertido en un referente para los chiíes que todavía hoy exigen poder vivir con dignidad en el país y no ser ciudadanos de segunda clase. En el momento del juicio, al-Nimr ni siquiera había podido hablar con su abogado. El ensañamiento contra su familia todavía sigue, y mientras su sobrino espera en el corredor de la muerte la fecha de su último despertar, otros dos familiares de Nimr Baqr al-Nimr ya han sido decapitados.
Ni siquiera quienes comparten el ideario integrista wahabita con los Saud están a salvo. Este mes de enero ha muerto en prisión el antiguo rector de la Universidad Islámica de Medina Ahmed al-Amari, detenido en agosto de 2018 por su relación con el clérigo Safar al-Halawi, que las autoridades encarcelaron por criticar en un libro el acercamiento de Mohamed bin Salman con Israel.
Y es que con Mohamed bin Salman la represión está aumentando cada vez más. Aunque los medios hayan intentado presentarlo como un moderado reformista por aplicar medidas superficiales como abrir cines, el país sigue siendo y va a seguir siendo una monarquía absoluta, y además Mohamed bin Salman es una persona ambiciosa, impulsiva y agresiva que no duda en liquidar a cualquiera que se le interponga.
Es un hecho que desde 2015 Arabia Saudí se ha vuelto más violenta que nunca. Solo en 2018 ejecutaron a 149 personas; la mayoría extranjeras. Además, está demostrado que se ejecuta más de lo que los organismos oficiales documentan.
El auge de la represión está alcanzando límites tales como que este 2019 la activista y abogada chií Israa al-Ghomham podría ser la primera persona ejecutada por "participar en protestas pacíficas", "intentar enardecer la opinión pública" y "cantar eslóganes hostiles". Su ejecución serviría de precedente para poder acabar con la vida de otras mujeres activistas detenidas por exigir los derechos más básicos.
Arabia Saudí es un país en el que las mujeres ni siquiera pueden viajar sin el permiso de su "guardian", que generalmente es un padre, un hermano o el marido. Incluso, si una mujer es violada, también será castigada por la sencilla razón de haberse juntado con alguien del género opuesto.
Casos como el de Rahaf Mohammed al-Qunun, la joven que a principios de enero escapó de Arabia Saudí hacia Canadá cada vez serán más normales. Solo en 2017 ha habido 800 saudíes pidiendo asilo en otros países según Naciones Unidas.
Como explicaba el presidente de la Federación de Consejos Islámicos de Australia, el doctor al-Irian, "la ortodoxia ha hecho que para muchos jóvenes sea imposible vivir el islam y huyan de el".
La extrema brutalidad con la que se intenta perpetuar el régimen de los Saud es un claro ejemplo de su decadencia y, precisamente, de su imposibilidad para perpetuarse en una sociedad que solo se somete a su líderes por miedo.
En palabras del filósofo italiano Diego Fusaro, "la diferencia entre la ideología y la verdad es que la ideología no puede ser universalizada". La ideología de los Saud de manera extraoficial es el poder y el dinero, pero de forma oficial es el wahabismo. Por más que intenten la expansión de su doctrina wahabita y el sometimiento de su país con discursos metapolíticos legitimados en una teología que ni ellos mismos se creen, los hechos se imponen ante la farsa que han creado.
El saudí es un régimen decadente, decrépito, abocado a su propia destrucción. El integrismo y el absolutismo que someten a los ciudadanos de Arabia Saudí inevitablemente serán superados como ya se hiciera en Europa con la ilustración. Sin embargo, hasta entonces, los saudíes permanecen sumidos en un mundo primitivo dominado por la enajenación de unos líderes temerosos de perder su poder absoluto. Como aventuró Antonio Gramsci, "el viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro, surgen los monstruos".
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