viernes, 26 de diciembre de 2014

Kennedy y la Revolución Cubana. (A 50 años del magnicidio en Dallas)

por: Elier Ramírez Cañedo
Al cumplirse 50 años del magnicidio de Dallas, me parece importante volver sobre un tópico poco conocido y divulgado de las relaciones Estados Unidos-Cuba durante la administración Kennedy. A diferencia de temas como la invasión mercenaria por Playa Girón y la Crisis de Octubre, la diplomacia secreta practicada entre ambos países en el año 1963, meses antes de que ocurriera el asesinato del presidente Kennedy, no ha tenido la misma atención de los investigadores, a pesar de que pudiera también ofrecer algunas pistas acerca de los motivos que estuvieron detrás de la conspiración contra la vida del joven presidente demócrata y de que dicha experiencia aporta numerosas lecciones a tomar en cuenta para el presente y el futuro de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba.
Publicado originalmente en el blog Dialogar, dialogar, noviembre 2013.


Herencia maldita
El demócrata John F. Kennedy llegó a la presidencia de los Estados Unidos en 1961 arrastrando una herencia maldita en la política hacia Cuba, que lo condujo por el camino de asumir la responsabilidad ante los dos aconte­cimientos más peligrosos que se recuerda en las relaciones entre ambos países: Girón y la Crisis de Octubre. Sin embargo, en medio de la campaña electoral, el 6 de octubre de 1960, en un ban­quete ofrecido por el Partido Demócrata en la ciudad de Cincinnati, Ohio, el joven senador hizo declaraciones que lo distanciaron en al­guna medida de la administración anterior y que posiblemente hayan provocado desde ese momento el odio de los poderosos y oscu­ros enemigos que luego conspiraron contra su vida. Kennedy lanzó fuertes críticas a la derro­cada dictadura de Batista y al apoyo que ha­bía recibido ésta del gobierno de Eisenhower. Entre otras cosas señaló:
Quizás el más desastroso de nuestros errores fue la decisión de encumbrar y darle respal­do a una de las dictaduras más sangrientas y represivas de la larga historia de la represión latinoamericana. Fulgencio Batista asesinó a 20 000 cubanos en siete años, una propor­ción de la población de Cuba mayor que la de los norteamericanos que murieron en las dos grandes guerras mundiales…[1]
«Cuba no fue para Kennedy un problema nuevo, ni su punto de vista sobre Fidel Cas­tro era completamente negativo», señaló años después Arthur M. Schlesinger, uno de sus asesores más cercanos. A principios de 1960, escribiendo sobre «el salvaje, airado y apasionado curso» de la Revolución cubana en The Strategy of Peace, describió a Castro como «parte de la herencia de Bolívar», parte también de «la frustración de la primera revo­lución que ganó la guerra contra España, pero que dejó intacto el orden feudal indígena». No dudaba, como dijo más tarde, que «la brutal, sangrienta y despótica dictadura de Fulgencio Batista» había provocado su propia caída; y declaró francamente su simpatía hacia los mo­tivos de la Revolución y hacia sus objetivos. En The Strategy of Peace suscitaba la cuestión de si Castro no habría seguido quizás «un cur­so más razonable» si los Estados Unidos no hubieran respaldado a Batista «durante tanto tiempo y tan incondicionalmente», y hubiera dado a Castro una acogida más cálida en su viaje a Washington.[2]
Siempre me he preguntado qué hubiera sido de las relaciones Estados Unidos-Cuba, si en lugar de Eisenhower, hubiera sido Kennedy el presidente de los Estados Unidos al triunfar la Revolución en 1959.
Al cumplirse 50 años del magnicidio de Dallas, me parece importante volver sobre un tópico poco conocido y divulgado de las re­laciones Estados Unidos-Cuba durante la ad­ministración Kennedy. A diferencia de temas como la invasión mercenaria por Playa Girón y la Crisis de Octubre, la diplomacia secreta practicada entre ambos países en el año 1963, meses antes de que ocurriera el asesinato del presidente Kennedy, no ha tenido la misma atención de los investigadores, a pesar de que pudiera también ofrecer algunas pistas acerca de los motivos que estuvieron detrás de la conspiración contra la vida del joven pre­sidente demócrata y de que dicha experiencia aporta numerosas lecciones a tomar en cuen­ta para el presente y el futuro de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba.[3]
J.F. Kennedy y la idea de la «dulce aproximación» a Cuba
Luego del fracaso de la invasión estadouniden­se por Playa Girón y de la terrible experiencia de la Crisis de Octubre de 1962, Kennedy, al parecer convencido de que no era inteligente en ese momento intentar cambiar el régimen cubano por la vía militar directa, comenzó a valorar un extenso espectro de tácticas donde quedaran por igual satisfechos los intereses estratégicos de los Estados Unidos. Entre el amplio abanico de opciones que se discutía, el presidente estadounidense aceptó explorar, de manera cautelosa y discreta, un posible modus vivendi con la Isla, pero antes necesi­taba saber qué concesiones estaba dispuesta a hacer Cuba en caso de lograrse algún tipo de arreglo. Al mismo tiempo, la decisión de la URSS de retirar los cohetes sin contar con los cubanos y el disgusto de la dirección de la Isla con tal actitud, parecían mostrarle a Kennedy una brecha entre cubanos y soviéticos que va­lía la pena explotar. También un posible arreglo con Cuba sintonizaba muy bien con las inten­ciones de Kennedy de construir una estructura de paz con la URSS en esos momentos.
En cuanto a Kennedy – escribió Schlesinger-, sus sentimientos experimentaron un cambio cualitativo después de lo de Cuba [se refiere a la Crisis de Octubre de 1962]; un mundo en el que las na­ciones se amenazasen mutuamente con armas nucleares, le parecía ahora, no precisamente un mundo irracional, sino un mundo intolerable e imposible. Así, Cuba, hizo surgir el sentimiento de que este mundo tenía un interés común en evitar la guerra nuclear, un interés que estaba muy por encima de aquellos intereses naciona­les e ideológicos que en algún tiempo pudieron parecer cruciales.[4]
En su célebre discurso en la Universidad Americana en junio de 1963, Kennedy hizo un fuerte llamado a la paz mundial y reexaminó la actitud norteamericana hacia la URSS.
Ninguna nación en la Historia –dijo- ha sufrido más que la Unión Soviética en el curso de la Segunda Guerra Mundial. Si volviese de nuevo la guerra mundial, todo lo que ambas partes han construido, todo aquello por lo que hemos luchado, quedaría destruido en las primeras veinticuatro horas. Sin embargo, unos y otros estamos acogidos a un peligroso y vicioso cír­culo, en el que la sospecha de un lado alimenta la sospecha del otro, y las nuevas armas origi­nan otras para contrarrestarlas.
[…]
Si no podemos ahora poner fin a todas nues­tras diferencias, al menos podemos contribuir a mantener la diversidad del mundo. Pues, en último término, el lazo fundamental que nos liga es que todos habitamos este pequeño planeta. Todos nosotros respiramos el mismo aire. To­dos acariciamos el futuro de nuestros hijos. Y todos somos mortales.[5]
Pasos como la firma de un tratado con la URSS sobre prohibición de pruebas nucleares, el es­tablecimiento del llamado «teléfono rojo» para la comunicación directa en casos de urgencia entre el Kremlin y la Casa Blanca y el autorizo estadounidense a vender excedentes de su producción de trigo a la Unión Soviética, con­tribuyeron a establecer un clima de relajación de las tensiones entre las dos grandes poten­cias adversarias durante el transcurso del año 1963. Por supuesto, todo esto tuvo su impacto en la política norteamericana hacia Cuba.
Las gestiones de James Donovan
Las negociaciones para el regreso a los Estados Unidos de 1 200 mercenarios, en­carcelados en Cuba después de la invasión de Girón, habían abierto el primer canal de comunicación entre ambos países desde el rompimiento de las relaciones. James Dono­van, abogado de Nueva York, encargado de ne­gociar la liberación de los prisioneros de Bahía de Cochinos como asesor legal del Comité de Familiares,[6] se convirtió en el primer trasmisor de la disposición de Fidel –con el que se reunió en varias oportunidades- de resolver el con­flicto bilateral. ¿Mas, cómo Donovan había llegado hasta el líder de la Revolución Cubana? Hay que decir que el gobierno de los Estados Unidos manejó el asunto de los prisioneros de Bahía de Cochi­nos de manera muy discreta, evitando en todo momento dar la imagen de que negociaba con el gobierno cubano. Todo debía parecer una gestión privada.[7]
Fue a mediados de junio de 1962, que a pedido del fiscal general, Robert Kennedy, el Comité de Familiares de los Prisioneros le solicitó al abogado James Donovan que los representara en las gestiones con el gobierno cubano para liberarlos mediante el pago que los Tribunales Revolucionarios exigían por cada uno de ellos. A finales de agosto de 1962 Donovan viajó a la Isla y sostuvo su primera conversación con el Comandante en Jefe. Las gestiones de Donovan con las autoridades cubanas continuarían hasta diciembre de ese año cuando se llegó al acuerdo definitivo. Solo serían interrumpidas durante el período de la Crisis de Octubre.
Hay que decir que mientras las conversa­ciones Donovan-Castro tenían lugar, la CIA preparó un plan para que Donovan llevara al líder de la Revolución Cubana un equipo de buceo manipulado por la agencia para atentar contra la vida del dirigente cubano. Los imple­mentos para respirar habían sido contamina­dos con bacilos de tuberculosis y el traje de inmersión estaba impregnado con los hongos que producen el «Pie de Madura» (madura­micosis), una enfermedad que comienza ata­cando las extremidades inferiores, aflorando como tumefacciones y fístulas, y penetrando –hasta destruirlos- músculos, tendones y hue­sos. Como Donovan bajo iniciativa propia ya le había regalado a Fidel un traje de buceo, el plan fue abandonado.[8]
Donovan continuó reuniéndose con Fi­del en el año 1963, pero en este caso para gestionar la liberación de varios ciudadanos estadounidenses presos en la Isla. En va­rias oportunidades el abogado neoyorquino reportó a Washington el deseo de Fidel y de algunos de sus más próximos asesores en mejorar las relaciones con los Estados Unidos.
Kennedy reaccionó con interés ante todos los informes de las conversaciones Dono­van-Fidel. Incluso, en marzo de 1963, ante la propuesta de uno de sus colaboradores de trasladarle a Fidel por intermedio de Dona­van el mensaje de que solo dos cosas eran no negociables: (1) los lazos de Cuba con el bloque chino-soviético y (2) su interferencia en el Hemisferio, asombrosamente el presiden­te estadounidense indicó que no estaba de acuerdo en convertir esta exigencia del «[…] rompimiento de los lazos chino-soviéticos» en un punto no negociable. «No queremos pre­sentarnos ante Castro con una condición que obviamente él no puede cumplir. Debemos comenzar pensando en líneas más flexibles», expresó Kennedy.[9]
Donovan viajó a Cuba entre el 5 y el 8 de abril, para continuar sus negociaciones con las autoridades cubanas, que tuvieron como resultado la liberación de los agentes nor­teamericanos. En un memorando enviado a Kennedy sobre estas conversaciones, el director de la CIA expresó que el propósito central de estas conversaciones -más allá de la liberación de los agentes norteameri­canos- había sido político y estaba dirigido a sondear la posición de las autoridades cu­banas sobre las relaciones con los Estados Unidos. McCone informó además a Kennedy que el ayudante de Fidel Castro, René Vallejo, le había dicho a Donovan que el líder cubano « […] sabía que las relaciones con Estados Unidos eran necesarias y que quería estas se desarrollaran».[10]
El 10 de abril, Kennedy conversó en privado con McCone acerca del contenido del memo­rando antes citado. El Presidente expresó gran interés por las conversaciones de Donovan con las autoridades cubanas y formuló varias preguntas «acerca del futuro de Castro en Cuba, con o sin la presencia soviética». Mc­Cone declaró que el asunto «[…]se hallaba en estudio y propuso enviar a Donovan de vuelta a Cuba, el 22 de abril, para asegurar la libera­ción de los prisioneros y mantener abierto el canal de comunicación».[11]
Discusión de los posibles cursos de acción con relación a Cuba
El 11 de abril de 1963, Gordon Chase, quien se desempeñaba como asistente de McGeor­ge Bundy, había señalado en memorándum enviado a este último, que todos estaban pre­ocupados por solucionar el problema cubano, pero que hasta ese momento solo habían tratado de resolverlo a través de «maldades abiertas y encubiertas de diversa magnitud», obviando la otra cara de la moneda: «atraer suavemente a Castro hacia nosotros». Chase expuso a Bundy sus consideraciones de que si la «dulce aproximación a Cuba» tenía resul­tado, los beneficios para los Estados Unidos serían sustanciales. «Probablemente –sostenía Chase- pudiéramos neutralizar a corto plazo por lo menos dos de nuestras principales preocupaciones en rela­ción con Castro: la reintroducción de los misiles ofensivos y la subversión cubana. A largo plazo, podríamos trabajar en la eliminación de Castro a nuestra conveniencia y desde una posición de ventaja».[12]
Asimismo, Chase planteó a Bundy que los dos obstáculos que se divisaban frente a este posi­ble giro político con relación a Cuba: el rechazo interno de la opinión pública estadounidense y la renuencia de Fidel a dejarse seducir, eran difíciles, pero no imposibles de superar. De esta manera, hacia abril de 1963, la administración Kennedy analizaba todas las variantes que pudieran resolver el «problema cubano», lo cual se convirtió prácticamente en una obsesión del presidente hasta el fatí­dico 22 de noviembre de 1963. Junto con las propuestas de espionaje, guerra económica, sabotaje encubierto, presiones diplomáticas y planes de contingencia militar, en los do­cumentos ultrasecretos del Consejo de Se­guridad Nacional de los Estados Unidos se incluía la posibilidad de «un desarrollo gradual de cierta forma de arreglo con Castro». En un memorándum sobre «El problema cubano», fechado el 21 de abril, McGeorge Bundy expli­có la lógica de este tipo de iniciativa:
Siempre existe la posibilidad de que Castro u otros que actualmente ocupan altos cargos en el régimen vean alguna ventaja en un viraje gradual de su actual dependencia de Moscú. En términos estrictamente económicos, tanto Estados Unidos como Cuba tienen mucho que ganar con el restablecimiento de las relaciones. Un Castro «Titoísta» no es algo inconcebible, y una revolución diplomática total no sería el su­ceso más extraordinario del siglo XX.[13]
El 30 de abril de 1963, en una reunión del Grupo Permanente, se acordó «mantener la línea de comunicación con Castro que había abierto el señor Donovan durante las negocia­ciones de los prisioneros norteamericanos».[14] Pero por esa fecha se abriría otro importante canal de comunicación entre ambos gobier­nos a través de la periodista Lisa Howard.[15] La bella reportera había sido presentada a Fidel por Donovan en el transcurso del propio mes de abril, quien además le había gestio­nado una entrevista con el líder cubano para la ABC. La entrevista, de una hora de dura­ción, sería trasmitida en los Estados Unidos el 10 de mayo de 1963 y generaría titulares como: «Castro quiere hablar con Kennedy» y «Castro da indicios de que quiere negociar con Kennedy».[16] A su regreso a los Estados Unidos, Lisa Howard informó a la CIA el in­terés del líder de la Revolución Cubana de conversar con la administración Kennedy. El Subdirector de Planes de la CIA, Richard Hel­ms, elaboró un memorándum con la informa­ción recopilada de la entrevista para McCone, con copia para el Fiscal General; el asistente especial del Presidente para Asuntos de Se­guridad Nacional; y otros altos mandos del aparato de inteligencia. Helms concluyó sus valoraciones de la siguiente manera: «Lisa Howard definitivamente quiere impresio­nar al gobierno de los Estados Unidos con dos hechos: Castro está preparado para analizar el reacercamiento y ella misma está preparada para debatir el asunto con él si el gobierno de los Estados Unidos se lo solicita».[17]
Entretanto, una comunicación enviada a Ro­bert Kennedy el 2 de mayo por instrucciones de McCone, daba testimonio de las preocupa­ciones que asistían al Director de la CIA ante cualquier iniciativa que significase un acerca­miento al régimen cubano. También mostraba su falta de interés y voluntad política para avanzar en ese camino.
A propósito del informe de Lisa Howard –seña­laba el documento-, el Sr. McCone me envió un cable esta mañana, planteando que no puede hacer excesivo énfasis en la importancia del se­creto en este asunto y solicitó que yo emprenda todos los pasos apropiados en este sentido para reflejar su visión personal de su sensibilidad. El Sr. McCone percibe que el rumor e inevitables filtraciones con su consecuente publicidad serían lo más perjudicial. Sugiere que no se emprendan pasos activos acerca del tema de la reconciliación en este momento e insta a las más limitadas discusiones en Washington. Que ante estas circunstancias se enfatice, en toda discusión, que se está explorando el camino de la reconciliación como una remota posibilidad y una de las diversas alternativas que implica varios niveles de acción dinámica y positiva.[18]
El inicio de la diplomacia secreta
No fue hasta el 6 de junio de 1963, que el Gru­po Permanente evaluó con amplitud el tema de las conversaciones de James Donovan con Fidel Castro y los demás informes de inteli­gencia que señalaban el interés de Cuba en mejorar sus relaciones con los Estados Uni­dos. Información que había estado llegando reiteradamente en 1963 a través de varias fuentes de la CIA. En dicha reunión se valora­ron las distintas vías para establecer canales de comunicación con el líder de la Revolución Cubana y el grupo coincidió en que este era un esfuerzo útil.[19] Más habría que esperar al mes de septiembre para que comenzaran a materializarse los contactos,[20] y en ello des­empeñaría un papel catalizador Lisa Howard. En septiembre de 1963, Howard le contó a William Attwood,[21] funcionario de la admi­nistración Kennedy adscrito a la misión de los Estados Unidos en las Naciones Unidas, que Fidel Castro, con el que se había reunido por varias horas durante su visita a La Habana, le había expresado su disposición a establecer algún tipo de comunicación con el gobierno de los Estados Unidos y voluntad de explorar un modus vivendi. Coincidentemente, este mis­mo criterio se lo había trasladado también a Atwood el embajador de Guinea en La Habana, Seydon Diallo. Atwood además había leído el interesante artículo de Howard en el periódico liberal War/Peace Report, bajo el título «Cas­tro`s Overture» (Las insinuaciones de Castro), donde la periodista señalaba que en 8 horas de entrevista con Fidel, éste había sido aún más enfático acerca de su deseo de sostener ne­gociaciones con los Estados Unidos.[22] Como resultado, Atwood y Howard echarían a andar un plan para iniciar conversaciones secretas entre los Estados Unidos y Cuba.
Entusiasmado con la idea de establecer algún tipo de acercamiento entre La Habana y Washington, Atwood conversó el asunto el 12 de septiembre de 1963 con el subsecretario de Estado, Averell Harriman, quien le sugirió que escribiera un memorándum al respecto. Attwood no perdió tiempo y seis días después tenía listo el documento. Este comenzaba di­ciendo:
Este memorándum propone un curso de acción que, de alcanzar resultados positivos, podría eliminar el tema de Cuba de la campaña (presi­dencial estadounidense) de 1964.
No propone ofrecer un «trato» a Castro –de­cía a continuación- , lo que desde un punto de vista político sería más peligroso que no hacer nada, pero sí una investigación discreta sobre la posibilidad de neutralizar a Cuba según nues­tros propios intereses […].
Ya que no pretendemos derribar el régimen de Castro por la fuerza militar, ¿hay algo que podamos hacer para promover los intereses estadounidenses sin que se nos acuse de con­temporizar?
Según diplomáticos neutrales y otros con los que he hablado en las Naciones Unidas y Guinea, existen motivos para creer que a Castro no le agrada su actual dependencia del bloque soviético; que no le agrada ser en realidad un satélite; que el embargo comercial lo daña, aun­que no lo suficiente como para hacer peligrar su posición; y que le gustaría tener algún contacto oficial con Estados Unidos y haría mucho por obtener una normalización de las relaciones con nosotros, aunque la mayoría de su séquito comunista a ultranza, como Che Guevara, no lo acogiera con beneplácito.
Todo esto puede no ser cierto, pero pare­cería que tenemos algo que ganar y nada que perder averiguando si en realidad Castro desea hablar y qué concesiones estaría dispuesto a hacer […].
Por el momento, lo único que desearía es autoridad para hacer contacto con (Carlos) Le­chuga (el jefe de la misión de Cuba en las Na­ciones Unidas). Veremos entonces qué ocurre.[23]
Era prácticamente imposible que, bajo esta visión que refleja el memorándum de Atwood, pudiera llegarse a algún tipo de arreglo entre los Estados Unidos y Cuba. La propuesta se reducía a sondear a la Isla, para ver si ésta es­taba dispuesta a realizar una serie de gestos y concesiones a los Estados Unidos. Al parecer, el funcionario estadounidense olvidaba que los líderes cubanos ya habían fijado su posición de rechazo a cualquier forma de negociación que implicara el menoscabo de la autodetermina­ción de la Isla. Tampoco es un absurdo pensar, que la dirección cubana, de percibir la manio­bra de Washington, aprovechara el proceso de diálogo con vistas a ganar tiempo y preparar al país política y militarmente ante un eventual enfrentamiento militar directo con los yanquis. De esta manera, la finalidad de los tenues acercamientos a Cuba que iniciarían los Es­tados Unidos bajo la anuencia de Kennedy, había quedado perfectamente delineada en el memorándum de Attwood: neutralizar a Cuba según los intereses de los Estados Unidos, sacándole la mayor cantidad de concesiones posibles. Por supuesto, estas concesiones im­plicaban que Cuba debía comenzar a satisfa­cer las exigencias de Washington con relación a: «la evacuación de todo el personal militar del bloque soviético», «el fin de las actividades subversivas de Cuba en América Latina» y «la adopción por parte de Cuba de una política de no alineamiento». De no ser bajo esas condi­ciones, los Estados Unidos no se arriesgarían a explorar un modus vivendi con Cuba.
Attwood mostró el propio 18 de septiembre el memorándum al entonces embajador de los Estados Unidos ante la ONU, Adlai Stevenson, quien se comprometió a discutir el asunto con el Presidente.
Cuando le hablé por primera vez sobre esta ini­ciativa o aproximación de los cubanos a Adlai Stevenson –recordó Atwood ante una comisión del Senado de los Estados Unidos en 1975-, dijo que le gustaba pero,… desafortunadamen­te la CIA todavía estaba a cargo de Cuba. No obstante, dijo, estaba dispuesto a conversar el asunto con la Casa Blanca.[24]
Al día siguiente, Atwood se reunió de nue­vo con Harriman en New York y le entregó el memorándum. El subsecretario de Estado, después de leer el documento, le sugirió a Attwood que lo discutiera también con el Fis­cal General, Robert F. Kennedy. Mas ya al día siguiente de este encuentro, Stevenson había obtenido la aprobación del Presidente para que Attwood sostuviera un discreto contacto con el embajador cubano en Naciones Unidas, Carlos Lechuga. Inmediatamente, Attwood habló con Lisa Howard para que le preparara el contacto con Lechuga. En medio del salón de delegados de las Naciones Unidas, Howard se acercó a Lechuga el 23 de septiembre y, según recuerda el propio Lechuga, le dijo que Atwood deseaba hablar con él y que era algo urgente pues al próximo día debía salir para Washington.[25] El encuentro se produjo en la casa de la periodista en la noche del propio 23 de sep­tiembre, de manera bastante informal y sin que pareciese un acercamiento oficial de los Estados Unidos–como lo había pedido el pro­pio Atwood-, aprovechando una fiesta que la misma preparó y a la cual invitó a Lechuga.[26] De inmediato, el embajador cubano informó a La Habana:
Tuve la entrevista con William Atwood. Me dijo que había sido autorizado por Stevenson. Se va hoy para Washington a hablar con Kennedy y pedirle autorización para ir a Cuba a hablar con Fidel y explorar las posibilidades de nego­ciaciones si aceptan en Cuba que él dé el viaje. Quedamos en que yo no planteaba el asunto formalmente a ustedes hasta que él no tuviera la autorización de Washington pero es obvio que él sabe que yo lo comunicaría inmediatamente. Ese fue mi planteamiento para que en todo mo­mento la iniciativa partiera de ellos, como es en realidad, pero en este negocio diplomático una aprende mucho. Su viaje sería de incógnito. Al igual que yo, en todo momento aclaramos que estábamos hablando de modo personal, pen­diente de las instrucciones de ambos gobier­nos. Su idea es que la situación entre los dos países es anormal y que alguien en un momento dado, tenía que romper el hielo.
[…]
Dice que Kennedy, en muchas ocasiones y en conversaciones privadas, ha dicho que no sabe cómo cambiar la política hacia Cuba. Reconoce que ni ellos ni nosotros podemos cambiar de política de la noche a la mañana porque es una cuestión de prestigio y que es difícil, pero algo hay que hacer que por algo hay que empezar. Reconoce que la cuestión política interna es difícil para ellos porque los republi­canos los tienen siempre a la defensiva en la cuestión cubana.
[…]
Atwood hablando de Bob Kennedy dice que es un individuo de posturas duras pero que es un político y ve las cosas objetivamente. Dice que lo que quiere es ganar siempre. Esto lo dijo en el sentido de que si considera que la prolongación de la política hacia Cuba le va a dar un resultado negativo a la larga, cambia de posición.
[…]
Atwood me preguntó sobre la posibilidad de que el Gobierno cubano permitiera ir a Cuba a explorar posibilidades. Le dije que yo creía que sí, aunque no podía darle ninguna opinión ro­tunda. Me preguntó que si yo creía que había un 50 por ciento de probabilidad de que sí y un 50 que no. Respondí que esa era la fórmula perfecta de mi respuesta. A preguntas suyas sobre condiciones para negociar manifesté que en ese terreno nada podía adelantarle aunque sí podía exponerle mi criterio muy personal y era que resultaba difícil negociar nada con la situa­ción de presión sobre Cuba; con el embargo, las infiltraciones, los vuelos ilegales, etc, etc, me dijo que la situación era muy compleja y lo entendía, pero que alguien algún día, algu­na vez, tenía que iniciar algo y que él creía que aún para escuchar lo que yo acababa de decirle en el orden personal sería fructífero intentar un acercamiento a Cuba.[27]
Años después, el 10 de julio de 1975, ante la Comisión Church del Senado de los Estados Unidos, Atwood recordó su contacto con Le­chuga de la siguiente manera:
[…] la señorita Howard organizó la recepción para el día 23. Conocí a Lechuga. Dijo que Fidel Castro había tenido la esperanza de haber podi­do sostener un contacto con el presidente Ken­nedy en el 61, pero entonces había sucedido lo de Bahía de Cochinos y ya no se pudo. Pero que le había impresionado mucho el discurso pro­nunciado por el Presidente en junio del 63, en el que se refirió a la diversidad en el mundo. Fue entonces que le dije que ya no era un particular sino un funcionario del gobierno y coincidimos en que la situación era diferente, aunque las circunstancias también eran un poco anómalas. Me dijo que los cubanos estaban muy molestos con la posición del exilio, la posición de la CIA respecto a Cuba, así como la congelación de los activos cubanos.[28]
El próximo paso fue una visita de Atwood a Washington en el mismo mes de septiembre, para reunirse con Robert Kennedy. Atwood puso al tanto al Fiscal General de la iniciativa y éste dejó sentada su posición de que «un viaje de Atwood a Cuba, como había suge­rido Lechuga, sería un poco riesgoso, pues de seguro se filtraría y podría parar en una investi­gación en el Congreso, o algo parecido […] pero consideraba que valía la pena continuar con el asunto por la vía de la ONU e indicó que habla­ría con Averell Hariman y Bundy sobre el tema».[29]
De esta manera, al primer contacto de Atwood y Lechuga siguieron otros en el salón de dele­gados de las Naciones Unidas. En uno de ellos, Atwood le trasmitió a Lechuga que el gobierno de los Estados Unidos, después de evaluar la propuesta, había decidido que no era conve­niente que él viajara a Cuba en esas circuns­tancias debido al peligro de filtración dada su «condición oficial»,[30] pero que su gobierno estaba en la mejor disposición de reunirse con Fidel o algún emisario suyo en Naciones Uni­das. El 28 de octubre, Lechuga le comunicó a Attwood que La Habana no pensaba que enviar a alguien a las Naciones Unidas fuera de utilidad en ese momento, pero que espe­raba que pudieran seguir los contactos entre ellos.[31] Desde la Casa Blanca, Gordon Chase, designado por Bundy, se encargaba de darle seguimiento a los contactos de Atwood con los cubanos. Posteriormente, Lisa Howard ofreció su casa para que Atwood conversara directa­mente con Fidel Castro por intermedio de su ayudante René Vallejo. También para que a través de ella, Vallejo le trasladara mensajes a Atwood.[32]
El 31 de octubre, en una llamada que Va­llejo realizó a Lisa Howard, este trasladó el mensaje de que Fidel estaba dispuesto a en­viar un avión a México a recoger a un enviado de Washington y conducirlo a un aeropuerto secreto cerca de Varadero, donde tendría una reunión a solas con el líder de la Revolución Cubana. Lisa Howard respondió que dudaba que eso fuera posible y que quizás lo mejor era que él (Vallejo), como vocero personal de Fidel, viajara a Naciones Unidas o a México a reunirse con un representante del gobierno de los Estados Unidos.
Atwood relató en 1975 como la atención que las máximas autoridades del gobierno es­tadounidense prestaban a sus contactos con Cuba crecía aceleradamente. El 5 de noviem­bre fue llamado a la Casa Blanca para hablar con Bundy, quien le dijo que «el Presidente estaba más a favor de ejercer presión para una apertura con Cuba que el Departamento de Estado, con la idea de sa­carla del redil soviético, borrar quizás lo suce­dido en Bahía de Cochinos, y tal vez volver a la normalidad».[33]
Bundy quiso un memorándum cronológico de toda la iniciativa. El 11 de noviembre, Vallejo se comunicó te­lefónicamente con Lisa Howard y le reiteró el interés de Fidel de reunirse con algún emisario de los Estados Unidos y que, en ese caso, un avión cubano podía recoger a la persona desig­nada por el gobierno de los Estados Unidos en Key West y trasladarlo a uno de los aeropuertos cercanos a La Habana donde participaría en una reunión con Fidel. Cuando Atwood comu­nicó esto a Bundy, se le indicó que, por instruc­ciones del Presidente, primero debía realizarse un contacto de él (Atwood) con Vallejo en Na­ciones Unidas para saber que tenía en mente Fidel, particularmente si estaba interesado en conversar sobre los puntos señalados por Ste­venson en su discurso en Naciones Unidas el día 7 de octubre, considerados inaceptables por los Estados Unidos:[34] la «sumisión de Cuba a la influencia comunista externa», «la campaña cubana dirigida a subvertir al resto del hemisfe­rio» y «el no cumplimiento de las promesas de la Revolución respecto a los derechos constitu­cionales». Así lo expresó también Bundy en un memorando para dejar constancia: «sin tener indicios de la disposición de ir en esa dirección, es difícil ver qué podríamos lograr con una visi­ta a Cuba».[35]
Attwood trasmitió el 18 de noviembre por vía telefónica el mensaje a Vallejo, quien le contestó que no era posible que él viajara en ese momento a New York, pero que en cam­bio, se enviarían instrucciones a Lechuga para discutir con él (Attwood) una agenda con vis­tas a una posterior reunión con Fidel. Al día siguiente, Atwood reportó telefónicamente su conversación a Gordon Chase.[36] El asistente de Bundy le dijo entonces a Atwood que, lue­go de recibir la llamada de Lechuga para fijar una cita en la que se analizaría la agenda, se pusiera rápidamente en contacto con él, pues el Presidente quería conocer de inmediato el resultado de la conversación para considerar el próximo paso que debía dar la administra­ción.
Chase, convertido en uno de los mayores defensores del acercamiento diplomático a Cuba, expuso el 12 de noviembre en memo­rándum altamente confidencial -solo para ser leído por Bundy- sus refutaciones frente a va­rios argumentos contrarios a «la conciliación con Castro» como: «Castro nunca satisfará nuestros requisitos mínimos»; «la conciliación con Castro implica que Estados Unidos con­verse con él, y el hecho de que Estados Uni­dos quiera conversar con Castro lo liberará de las serias preocupaciones que actúan a nues­tro favor»; «la opinión pública estadounidense no apoyará la conciliación con Castro»; «en caso de que nos reconciliásemos con Castro y este nos traicionara, nos veríamos en un la­mentable aprieto (especialmente en términos públicos)» y «aun cuando la conciliación con Castro es una alternativa real, ahora no es el momento adecuado».[37]
Este documento es muy importante, pues en él se refleja de manera muy clara, las ideas que se estaban moviendo en el estrecho cír­culo de colaboradores de Kennedy donde se conocía la iniciativa de aproximación a Cuba. En este memorándum Chase planteaba:
Nues­tra postura, por no decir nuestras palabras, debería trasladar lo siguiente: Fidel, estamos dispuestos a dejar que los eventos sigan su curso actual. Pretendemos mantener, y cuan­do sea posible, aumentar nuestra presión en su contra para derrocarlo y estamos más que seguros de que triunfaremos. Además, puede irse olvidando de conseguir «otra Cuba» en el hemisferio. Hemos aprendido nuestra lección y no permitiremos «otra Cuba». Sin embargo, como personas razonables que somos, no va­mos por su cabeza ni tampoco disfrutamos con el sufrimiento del pueblo cubano. Usted sabe cuáles son nuestras principales preocupacio­nes: el vínculo con los soviéticos y la subver­sión. Si usted cree que está en condiciones de disipar tales preocupaciones, probablemente podamos encontrar una manera de coexistir amigablemente y construir una Cuba próspera. Si cree que no puede hacer frente a nuestras preocupaciones, entonces olvídese del asun­to; nosotros no tenemos inconveniente en mantener la situación actual. Al mismo tiempo, puede que le convenga tener en cuenta que si bien siempre nos interesará su parecer sobre el vínculo con los soviéticos y la subversión cubana, obviamente no podemos decirle en estos momentos que siempre estaremos dispuestos a negociar con usted en los mismos términos.[38] ­
Como conclusión, Chase destacó que «un acercamiento discreto con Castro re­porta numerosas ventajas. En primer lugar, un acercamiento mostraría claramente a Castro que tiene una alternativa que tal vez no esté seguro existe, es decir, convivir con Estados Unidos según los términos de Estados Uni­dos. En segundo lugar, aun cuando rechazase nuestra oferta, aprenderíamos mucho».[39]
El magnicidio en Dallas y el fin de la iniciativa de acercamiento.
El 22 de noviembre, se produjo el asesinato de Kennedy en Dallas, coincidentemente el mismo día que el periodista francés, Jean Daniel, bajo el encargo personal de Kennedy, conversaba con Fidel Castro y le trasladaba un mensaje conciliador. Aspecto más conocido de toda esta historia, debido a los testimonios de los propios participantes. Lyndon Baines Johnson, puesto al tanto de los contactos y comunicaciones secretas que se habían estado sosteniendo con Cuba al asumir la presidencia de los Estados Unidos, no mostró interés algu­no en continuar esta iniciativa. Varios autores consideran que el hecho de que Kennedy estuviera secretamente ex­plorando un «arreglo con Castro», tuvo algo que ver con la conspiración para asesinarlo. Y realmente es muy curioso que, en 1963, mien­tras Donovan negociaba con las autoridades cubanas la liberación de varios agentes esta­dounidenses presos en Cuba, en el exterior circulaba una denuncia del agente de la CIA Felipe Vidal Santiago, sobre una supuesta ne­gociación entre los Kennedy y el gobierno cu­bano. Al respecto, escribió Fabián Escalante en su libro La guerra secreta. 1963: El complot: «[…] según Vidal, encontrándose en Washing­ton, conoció por medio de Marshall Digss, un abogado conocido y dueño de un prominente bufete, que el Departamento de Estado se encontraba preparando una reunión con Blas Roca, dirigente cubano, en Berlín Oriental, don­de se analizarían alternativas de negociación entre los dos gobiernos».
En la propia obra señala también Escalante que por ese tiempo: «[…] el conocido terrorista Orlando Bosch Ávila publicó en Nueva Orleáns un panfleto denominado La tragedia de Cuba, donde acusaba a Kennedy de haber traicionado al exilio y tratar de hacer un pacto con Fidel Castro».[40]
El historiador y antiguo asesor de Kennedy, Arthur Schlessinger, se encuentra entre los que defienden la hipótesis de que el acercamiento a Cuba en 1963 tuvo algo que ver en la sentencia de muerte del joven presidente. Al respecto dijo:
Aunque el plan de Atwood se mantuvo en co­nocimiento de muy pocas personas, parece inconcebible que la CIA no conociera nada de ello. La inteligencia americana tenía a los diplomáticos cubanos de la ONU bajo una in­cesante vigilancia. Seguía sus movimientos, leía sus cartas, interceptaba sus cables, grababa sus llamadas telefónicas. Se sospechaba que Atwood y Lechuga estaban haciendo algo más que cambiándose recetas de «daiquiri».[41]
Por su parte, William Atwood, en las memorias que publicó en 1987, también se refirió a que la CIA seguramente averiguó las gestiones que él estaba haciendo y que después esa in­formación llegó a los frustrados veteranos de la invasión de Bahía de Cochinos, que no per­dían las esperanza de volver a Cuba apoyados por el ejército de los Estados Unidos y la CIA, por lo que cualquier exploración de Kennedy de un entendimiento con Castro destruía esas aspiraciones.[42] Si bien es cierto que Kennedy no soslayó la posibilidad de explorar un acomodo con Cuba, no renunció en ningún instante a la polí­tica agresiva contra la Isla. Realmente la inva­sión militar directa de tropas estadounidenses era poco recomendable en esos momentos, dado el posible costo de vidas estadouniden­ses, la repercusión negativa sobre los aliados y la opinión pública mundial –incluyendo la estadounidense-, además de que la Isla ha­bía incrementado su capacidad defensiva y el frente interno contrarrevolucionario había sido considerablemente debilitado, pero no era una opción desechada a más largo alcance o como respuesta a algún acontecimiento ines­perado que la legitimara tanto a lo interno de la Isla como en el escenario internacional.[43] La estrategia de Kennedy en relación con Cuba se centró entonces en jugar todas las cartas posibles que pudieran satisfacer los intereses estadounidenses. De esta manera, se com­binaban las acciones terroristas, las tácticas diplomáticas y la formación de un ejército mercenario, para conformar un programa de múltiple vía que presionara al máximo a la Isla, provocando una corrosión progresiva que lle­vara al régimen, o bien a su derrocamiento, o a negociar con los Estados Unidos en función de sus intereses.
El investigador Fabián Escalante, quien ha investigado durante décadas la política de la administración Kennedy hacia Cuba, hizo la siguiente valoración sobre los tenues acerca­mientos de los Estados Unidos hacia Cuba en 1963, en un evento celebrado en Nassau, Bahamas:
Según nuestro análisis, lo que ocurrió fue lo siguiente. Los halcones nunca apoyaron, ellos no entendían esta estrategia; no estaban de acuerdo. Ellos no estaban de acuerdo con nada que no fuera una invasión contra Cuba. Noso­tros pensamos que los halcones se sintieron traicionados. Según nuestro análisis, existían dos estrategias que iban a ser aplicadas por los Estados Unidos. Una, la del gobierno. La otra, la de la CIA, los exiliados cubanos y la mafia, e incluso ellos tenían sus propios objetivos inde­pendientes con respecto a este tema. En este último grupo se creó la necesidad de asesinar a Kennedy. A ellos les parecía que Kennedy no estaba de acuerdo con una nueva invasión. Ésa es nuestra hipótesis.[44]
Finalmente salta una pregunta recurrente en los estudiosos de este período: ¿se hubiera alcanzado algún tipo de entendimiento entre los Estados Unidos y Cuba de no haberse producido el asesinato de Kennedy? Eso es imposible saberlo en la actualidad y signifi­caría adentrarnos en la historia contrafactual, pero sí podemos hacer una valoración sobre el momento en que ocurre el asesinato del presi­dente estadounidense y las perspectivas que se abrían en la política hacia Cuba. El investi­gador estadounidense Peter Kornbluh, quien ha estudiado profundamente esta etapa, nos ofreció en entrevista su juicio:
Kennedy iba a llegar al mismo punto que Kis­singer y Carter. Fidel probablemente no iba a tener la confianza de cortar su relación con la Unión Soviética para obtener una ligera coe­xistencia con los Estados Unidos. Pero, al mis­mo tiempo, Kennedy y Khruschev, y yo creo Fidel también, tenían una lección de la Crisis de Octubre. Una lección de que el peligro de la hostilidad podía llevar a la hecatombe mundial. La Unión Soviética estaba apoyando la idea de un acercamiento entre Estados Unidos y Cuba. Los Estados Unidos estaban más abiertos a esto también. Kennedy había dicho que quería una flexibilidad, que no debía fijarse para con­versar la precondición de echar a un lado a los soviéticos de Cuba. Él había tomado el asunto en sus propias manos. Fidel mismo estaba muy interesado y aún después de la muerte de Kennedy él estaba aún más interesado en seguir este proceso.[45]
Todo lo expresado por Kornbluh es cierto, pero también el hecho que algunos de los principales asesores de Kennedy, al tanto de la iniciativa, continuaban insistiendo en exigir a la Isla que rompiera sus vínculos con la URSS y abandonara el apoyo a los movimientos revolucionarios en América Latina, antes de poder sentarse a la mesa de negociaciones. Desde esta posición de fuerza, era práctica­mente imposible que pudiera llegarse a un modus vivendi con Cuba. La dirección cuba­na había reiterado que la soberanía de Cuba, tanto en el plano externo como en el interno, no podía ser objeto de negociación. Por otro lado, los planes de la CIA de asesinar a Fidel seguían su curso; al igual que las acciones de sabotaje contra la Isla, el bloqueo económico y el aislamiento diplomático. Al mismo tiempo, algunos de los documentos desclasificados de la administración Kennedy reflejan con toda claridad que la estrategia del acerca­miento discreto a Cuba planteaba explorar si la dirección cubana aceptaría negociar en los términos que satisfacían los intereses de Washington y, paralelamente, ir desarrollando el más amplio espectro de políticas agresivas que la obligaran a hacerlo. ¿Se podía tener algún tipo de esperanza de un entendimiento entre los Estados Unidos y Cuba bajo este en­foque de política? Como hemos visto, algunos autores consi­deran que el asesinato de Kennedy tuvo que ver con una conspiración de la CIA y la ma­fia anticubana que, entre otras cosas, no le perdonaban a Kennedy haber prohibido que tropas estadounidenses invadieran la Isla; la reducción del control de la CIA sobre las accio­nes anticubanas; el compromiso con la URSS de no invadir la Isla luego de zanjada la crisis de octubre de 1962; y que, por si fuera poco, estuviera practicando una diplomacia secreta de acercamiento con los cubanos. De ser cier­ta esta hipótesis: ¿hubieran permitido la CIA y la mafia anticubana que Kennedy diera pasos más serios para llegar a una normalización de las relaciones con la Isla? ¿Se hubieran que­dado de manos cruzadas?
Tampoco se puede desconocer que la relación de Cuba con la Unión Soviética y su apoyo a los movimientos revolucionarios en América Latina eran en ese momento los elementos de mayor preocupación en Was­hington, pero que en ellos no estribaba, como muchos han pensado y divulgado durante años, la esencia del conflicto. La voluntad soberana de Cuba y las ansias hegemónicas de los Estados Unidos continuaba siendo la esencia del conflicto bilateral. Los objetivos inmediatos de Estados Unidos con Cuba se concentraban en quebrar su voluntad sobera­na en materia de política exterior, pero ello no significaba una abdicación a lograr lo mismo en política interna. Al mismo tiempo, Cuba no iba a ceder ante las presiones de los Estados Unidos en ningún aspecto que tuviera que ver con su derecho a la libre autodeterminación, aunque se le ofreciera a cambio una «norma­lización» de las relaciones. Este es otro argu­mento de importancia a la hora de sustentar un criterio menos optimista en relación con la posibilidad de un entendimiento entre los Estados Unidos y Cuba durante la adminis­tración Kennedy.
El énfasis que la administración Kennedy puso en la política exterior de Cuba no fue más que la expresión coyuntural y la dimensión su­perficial de los motivos de fondo del conflicto. La historia demostró más tarde, que cuando desaparecieron estos argumentos que presen­taban a Cuba como una amenaza a la seguridad nacional de los Estados Unidos, especialmente luego de derrumbarse el campo socialista y en momentos en que la Isla no tenía ni un soldado en el exterior, el conflicto se mantuvo vivo y el gobierno estadounidense no hizo ni el menor intento por llegar a un entendimiento con la Isla. Por el contrario, se agudizó la agresividad hacia Cuba, revelándose nuevamente la verdadera esencia de corte bilateral del conflicto –aunque atravesada por lo multilateral en numerosos períodos históricos- y concentrando entonces el foco de su política en la realidad interna de la Isla. Ello constituye muestra fehaciente de que el objetivo de la política de los Estados Unidos hacia la Cuba revolucionaria siempre ha sido el mismo: «el cambio de régimen», el derrocamiento de un sistema que en sus pro­pias narices ha practicado y aún hoy practica una política interna y externa absolutamente soberana.

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