Marta Ter, Lliga dels Drets dels Pobles ::: Especial Caucasus News “X Aniversario Observatorio Eurasia :::
En agosto de 2011, dos miembros de la Lliga dels Drets dels Pobles tuvimos la oportunidad de visitar Chechenia. Una familia de allí nos acogió y durante una semana conocimos de primera mano cómo viven los chechenos en su tierra.
Lo primero que nos sorprendió fue la facilidad con la que llegamos a Grozny: los trámites burocráticos fueron más sencillos de lo esperado y nos dejaron perplejas los pocos controles de seguridad para volar de Moscú a Grozny, tanto al llegar como al salir de Chechenia.Sorprende comprobar cómo las medidas de seguridad para los pasajeros son mucho más estrictas en los aeropuertos moscovitas de Sheremétevo o Domodédovo (donde la mayoría de los vuelos son internacionales) que en Vnúkovo (aeropuerto de Moscú que conecta con el Cáucaso Norte) y, sobre todo, en el aeropuerto de Chechenia donde, en teoría, el peligro terrorista es elevado.
De las muchas impresiones que nos llevamos, creemos que hay tres que vale la pena relatar con detalle: la reconstrucción de la república, el papel de la mujer chechena como pilar de la sociedad y la dictadura de Kadírov.
El negocio de la reconstrucción posbélica
Las ciudades y los pueblos que visitamos (Grozny, Aljan-Kalá, Aljan-Yurt, Starie Ataguí, Itum-Kalé y Shatoi, entre otros) muestran un alto grado de reconstrucción. Las carreteras están en buen estado, incluso en la zona montañosa del sur, y muchos pueblos, donde nunca antes había llegado la electricidad, ahora tienen luz y gas.
En Grozny, la capital chechena, apenas hay rastro de la guerra, sobre todo en el centro. Hay que desplazarse hasta los barrios residenciales periféricos para encontrar casas abandonadas donde se observa el impacto de las bombas, y hay que alejarse varios kilómetros de Grozny hacia el oeste para contemplar el esqueleto fantasmagórico de una refinería petrolera, vestigios de la destrucción de la guerra.
En la capital se han construido obras faraónicas: la mezquita más grande de Europa rodeada de jardines y fuentes, con un letrero en la puerta donde dice que, por favor, se entre sin armas; un centro de ocio prácticamente vacío de clientela, porque el bolsillo no está para demasiadas diversiones; un hipódromo y el estadio de fútbol del Terek, donde recientemente la selección de Brasil 2002 jugó un partido amenizado por Enrique Iglesias; un museo a la memoria de Ajmed Kadírov (el padre del actual presidente), omnipresente en la ciudad, con una valla publicitaria en su honor cada 300 m.
En construcción hay varios bloques de viviendas; un business-center con rascacielos, que nadie sabe quién podrá pagar el alquiler de sus oficinas; una avenida que llevará el nombre de Kadírov-padre; un edificio que será una réplica del Capitolio, y, casi al lado, la residencia de Kadírov-hijo que, según nos contó uno de sus ministros, cuesta 60 millones de dólares.
Los recursos para la reconstrucción provienen, sobre todo, del presupuesto federal ruso (la parte que ha “sobrevivido” al pillaje de los funcionarios rusos y chechenos), pero también del bolsillo de hombres de negocios ricos chechenos que, presionados, envían desde la diáspora grandes sumas de dinero para construir mezquitas o monumentos, y, por supuesto, del bolsillo de la gente normal y corriente que debe contribuir a levantar su casa.
Resulta difícil comprender, en medio de este paisaje atestado de grúas, que la tasa de desempleo sea muy elevada entre los hombres: “¿Y estas obras? ¿Acaso no dan trabajo a los chechenos?”, preguntamos a Adam, un checheno que vive a caballo entre Grozny y Moscú y que nos acompaña por la ciudad: “Muy poco, porque las nuevas construcciones se subcontratan a empresas turcas, que traen sus propios obreros. Ellos se encargan de todo, son baratos y no dan problemas”.
La conservación de los edificios públicos descansa sobre la “buena voluntad” de los funcionarios. La hermana de Adam es funcionaria, trabaja en el Ministerio del Interior. Durante este verano ha ido varios sábados (de forma voluntaria, por supuesto) a pintar tuberías y limpiar la fachada de edificios que dependen de este ministerio. Prefiere eso al recorte que sufrió su sueldo el invierno pasado cuando una caldera se averió y tuvo que repararse.
Adam, que tiene un pequeño negocio en Moscú y había intentado establecer una sucursal en Chechenia, comenta las dificultades con que se encuentra la gente de a pie para sobrevivir debido al control y la asfixia que el gobierno ejerce sobre la economía. “Para abrir cualquier comercio, tienes que pagar un soborno al funcionario de turno. Y encima, no tienes ninguna garantía de que el contrato que firmes para arrendar un local quede revocado al día siguiente, sin explicaciones “. A él le sucedió: unos meses después de haber inaugurado su oficina (pagando el soborno correspondiente), unos hombres le hicieron saber que “por orden verbal del gobierno, debía abandonar aquel local en el plazo de una semana y el contrato no le sería renovado”. No tuvo otra opción que dejar el local y buscar otra vía para ganarse el pan.
Para conseguir trabajo como asalariado, también normalmente hay que pagar un soborno que acaba en los bolsillos de funcionarios de alto nivel: enfermeras, policías o conductores de autobús solo encuentran trabajo avanzando dos o tres meses de sueldo. O eso, o teniendo buena relación con quien lo controla todo: Kadírov y su teip (clan).
Según nos comenta Adam, los negocios de Kadírov no solo abarcan Chechenia. Ha invertido millones en la zona de Sochi que le reportan grandes beneficios. Y es que el presidente de Chechenia, afirma Adam, “solo busca su propio lucro, es más un businessman que un político”.
Casas-búnker
Algunos miembros de la familia que nos acogió vivieron en Chechenia durante los conflictos armados del 94 y del 99. Una de las mujeres, Milana, decía que hace unos años creía que nunca volvería a ver su pueblo y Grozny reconstruidos. Y he aquí que de las ruinas ha renacido la ciudad y, de hecho, toda Chechenia. “Hay muchos aspectos de Kadírov que no me gustan, pero hay que reconocerle este mérito”, nos dijo.
Milana vive en una casa de un pueblo cercano a Grozny. De hecho, más que una casa, parece un búnker. Su hermano, que vive fuera de Chechenia, tiene un buen sueldo y envía dinero de forma regular. Así, han rehecho la vivienda sin escatimar en gastos, y el resultado es el siguiente: paredes exteriores de piedra de unos dos palmos de espesor y casi sin ventanas; paredes interiores de un palmo de grosor y habitaciones separadas por puertas blindadas que se cierran con llave; dos cocinas, dos lavadoras, un pozo de agua interior, un generador de luz y un sótano, que ya les había servido de refugio durante las guerras, con algunas conservas. “Y eso no es nada –nos dice Aslán, el dueño de la casa–, nuestro vecino ha construido un doble sótano, con dos niveles, separados por una trampilla”.
Zarema, la esposa de Aslán, es una mujer vivaracha y risueña. El día que llegamos, nos contó mientras cenábamos que aquella era la tercera vez que construían su casa, después de haber sido devastada repetidamente por las bombas: “Ya lo veis, los rusos destruyen y nosotros construimos. Y cada vez que levantamos la casa de nuevo, lo hacemos mejor que la vez anterior “.
La mujer chechena, pilar de la sociedad no reconocido
La sociedad chechena es tradicional, conservadora y patriarcal. En el seno de la familia, la mujer siempre está sometida al hombre, a quien debe apoyar de forma incondicional. De niña debe obedecer al padre, el cabeza de familia; al llegar a la adolescencia, también debe obedecer a sus hermanos, y, cuando se casa, al marido.
La mujer no recibe nada de la herencia familiar y, una vez casada, se integra en la familia del esposo y deja de pertenecer a la suya, a la que no puede visitar sin el consentimiento del cónyuge y de la suegra. Si tiene hijos, estos son siempre “propiedad” de la familia del marido en caso de separación del matrimonio. Y si el hombre así lo decide, es posible que la madre no pueda volver a verlos.
Los matrimonios suelen tener 4 o 5 hijos, que educan las mujeres prácticamente solas. Además, suelen trabajar fuera de casa (hoy en día, en muchos hogares, solo las mujeres aportan ingresos comerciando en el mercado) y, por supuesto, son las encargadas de hacer todo el trabajo de casa.
Nosotras, como invitadas, fuimos testigos de que las mujeres no paraban quietas ni un segundo: cuidando a los niños, limpiando, cocinando, saliendo a trabajar… El hombre llegaba a casa y disfrutaba de sus momentos de descanso. La mujer, no.
Como anfitrionas, son espléndidas. La comida, muy abundante y deliciosamente preparada, nunca faltaba en la mesa: todo casero, con mucha carne, pan hecho por ellas y fruta recogida del huerto. Y todo ello aderezado con una buena conversación.
Ellas son el puntal de la familia, y se quejan, con razón, de que los hombres no lo quieren admitir: “¡No vaya a ser que se les escape una palabra bonita!”, reconoce con una sonrisa amarga Zarema. Durante la guerra, ellas fueron las encargadas de preservar la familia y procurar la comida. Zarema, por ejemplo, huyó a Ingushetia poco después de estallar el primer conflicto armado, en 1995, junto a su cuñada y 5 bebés. Vivían todos juntos en una habitación ruinosa, sin agua ni calefacción. No tenían dinero para comprar pañales, y solo en ir a buscar agua al río para lavar casi a diario las sábanas que ensuciaban los bebés se les iba todo el día. Además, tenían dificultades para alimentar a los niños; sin embargo, consiguieron salir adelante.
En 2002 Zarema y su marido Aslán huyeron de Chechenia y se refugiaron en un país occidental con sus 4 hijos. También se llevaron con ellos a 2 sobrinos, por lo que, durante un tiempo, Zarema se tuvo que ocupar de 6 niños. Aslán no encontraba trabajo y ella consiguió un puesto de cajera en una tienda. Zarema describe con una anécdota el talante de su marido: “Cuando empecé a trabajar, Aslán me llamaba a menudo a la hora de comer enfurruñado y me decía ‘tengo hambre!’, y yo tenía que disculparme y hacerle entender que no podía salir para prepararle el almuerzo…”.
Regreso a las tradiciones
Desde la llegada al poder de Ajmed Kadírov en 2001, el hasta entonces muftí de la república chechena promovió un retorno al Islam sufí, tradicional en la región, para contrarrestar el empuje del Islam salafí que predicaba una parte de los rebeldes. Esta reislamización, que continúa vigente hoy en día con el actual presidente Ramzán Kadírov, pretende recuperar antiguas tradiciones chechenas (el adat), así como instaurar la sharia en algunas cuestiones. El objetivo es, según afirman, “elevar el nivel moral y restaurar las tradiciones nacionales”.
Este proceso de “vuelta a la tradición” se ha producido de manera muy desigual y politizada, y la versión local (y sesgada) del Islam sufí que se ha impuesto está perjudicando, sobre todo, el estatus de la mujer. Ella es el centro de la política de “recuperación moral” que se está llevando a cabo.
Satsita (su nombre significa “basta de niñas”, y se utiliza cuando una familia considera que ya tiene demasiadas hijas y quiere tener un hijo), una joven morena y esbelta, ataviada con un vestido celeste, un poco ceñido, unos zapatos de tacón altísimo y un pañuelo a juego, nos cuenta que en Chechenia nunca habían obligado a nadie a cubrirse la cabeza con un pañuelo. La forma en que cada mujer se vestía era asunto suyo o, en todo caso, un asunto puramente familiar, y los únicos que podían objetar algo eran su padre y sus hermanos, o su marido.
Ahora la situación ha cambiado. Satsita debe ponerse el pañuelo para ir a la universidad, donde es obligatorio llevarlo. Y también se lo pone casi siempre para salir a la calle, sobre todo después de que algunas jóvenes fueran atacadas en Grozny, con pistolas de paintball por agentes de la “policía moral”, por no llevarlo.
Los hombres con los que hablamos de este tema secundaban la introducción de un código de vestimenta para las mujeres: “Después de la guerra, había mucho desmadre. Las costumbres rusas estaban arraigando y algunas chechenas comenzaron a vestirse como prostitutas. No podíamos permitir que esto pasara, por lo que el gobierno quiso poner freno a la degradación”.
Más preocupante que el código de vestimenta impuesto es que Kadírov justifique los crímenes de honor, sobre todo los relacionados con la moral de las mujeres, aquellos en los que un hombre puede asesinar a las mujeres de su familia que lo han “deshonrado” por violar los códigos morales vigentes en la república. Kadírov declaró públicamente al respecto: “en Chechenia tenemos estas costumbres. Cualquier niño, hasta el más pequeño, pensaría en matar a su hermana si llevara una vida disipada”.
Nuestra anfitriona, Zarema, nos comentó lo siguiente sobre estas costumbres: “aquí los hombres son infieles, como en todas partes, y no pasa nada. En cambio, a una mujer se la mata sólo por la sospecha de que haya podido serlo”.
Un mes antes de nuestra llegada saltó a la luz pública el caso de dos hermanas, de 15 y 19 años, que fueron asesinadas con un rifle en su propia casa. El padre se entregó a la policía aduciendo que había disparado accidentalmente a una de sus hijas después de que ésta hubiera asesinado a su hermana. Pero pronto se supo que una de las chicas estaba embarazada. Se sospecha que el padre mató a las jóvenes por haberlo deshonrado a él y a su familia con su libertinaje. “Estos crímenes se investigan sólo si se hacen públicos, y aún así es posible que el hombre sea exculpado”, afirma Zarema, “pero a menudo, en los crímenes de honor, el asesinato se comete en secreto dentro la familia, el muerto se entierra sin ceremonia y, simplemente, no pasa nada”.
Cabe mencionar que en un aspecto ha mejorado la condición de la mujer: los secuestros de novias, una práctica extendida en Chechenia, ha sido prohibida por el gobierno. Ahora, si un joven secuestra a una chica, será encarcelado y deberá pagar una multa.
“Odiamos Rusia, no a los rusos”
Si bien en el paisaje checheno es difícil distinguir el rastro de las dos guerras recientes, las cicatrices físicas y psíquicas de las personas son más difíciles de borrar. Los conflictos armados de 1994 y de 1999, así como la deportación sufrida por toda la nación chechena 50 años antes, en 1944, han dejado una profunda huella de odio y resentimiento hacia el agresor, Rusia.
Así pues, hay otra “proeza” que la población reconoce a Kadírov aparte de la rápida reconstrucción de la república: que prácticamente no haya presencia rusa en Chechenia. Poco después de llegar al aeropuerto, cuando nos dirigíamos hacia Grozny en automóvil, pasamos junto a un complejo militar ruso. Aslán lo señaló mientras comentaba satisfecho: “Ahora los federales (militares rusos) se pasan el día escondidos aquí, prácticamente no salen nunca. Kadírov ha echado a los rusos, aquí ya no pintan nada”.
En realidad, no sólo los militares rusos han abandonado Chechenia, sino también prácticamente toda la población de origen eslavo. A raíz de los conflictos armados de los años 90, todo el mundo intentó huir de los bombardeos y las temidas zachistki (operaciones de limpieza), independientemente de su origen étnico. Pero fueron principalmente los chechenos los que, más adelante, volvieron a las ruinas de lo que había sido su casa.
Actualmente, la dictadura de Ramzán Kadírov ofrece pocos atractivos para la población rusa: una alta tasa de desempleo, corrupción rampante, un auge del islam sufí y un retorno a las “tradiciones chechenas”, una retórica nacionalista anti-rusa de los miembros del gobierno, una insurgencia yihadista que atenta de vez en cuando y que es reprimida con brutalidad por las fuerzas del orden…
Los pocos rusos que viven hoy en Chechenia son, en general, personas mayores que no tienen adonde ir, completamente integradas en la sociedad local. Este es el caso de Tamara, la maestra de Aljan-Kalá a quién conocimos. Había sido profesora de lengua rusa del comandante de campo Shamil Basáyev, de quien tenía un buen recuerdo: “era un chico tranquilo. Gracias a él cobré la pensión cuando terminó la primera guerra”.
Cuando le preguntamos a Aslán qué le parecía que hubiera tan pocos rusos viviendo en Chechenia, nos respondió tajante: “no os equivoquéis: odiamos Rusia, no a los rusos”. Aslán había estudiado y trabajado varios años en Rusia, y aún conserva muchas amistades allí. Y recuerda como en su sótano se refugiaban vecinos rusos, que sentían el mismo miedo que él a morir.
La idea de la independencia y de la venganza sigue vigente en las mentes de los chechenos. No han olvidado ni perdonado los crímenes cometidos contra su pueblo. El baile de cifras es importante, pero se cree que el número de civiles muertos desde 1994 como consecuencia de la guerra oscila entre los 170.000 y 200.000, y aún hoy 5.000 personas están desaparecidas. Teniendo en cuenta que la población a principios de los años 90 era de un millón de habitantes, esto significa que cerca de 1 de cada 4 chechenos ha muerto en el conflicto.
Por otra parte, Rusia no ha mostrado ninguna voluntad de investigar y procesar los crímenes de guerra cometidos, negando así el derecho de las víctimas a la justicia, la verdad y la reparación. En consecuencia, las ansias de justicia se mezclan con las de venganza y, como parece que ha ocurrido con el recientemente asesinado coronel Budánov, algún checheno puede decidir tomarse la justicia por su propia mano.
Con cualquier persona que habláramos más de 10 minutos salía a relucir el tema de las guerras recientes. La mayoría de los relatos eran sobrecogedores: conocimos a madres que habían visto morir a sus hijos y maridos, hombres que habían perdido a su familia en bombardeos y abuelas que habían sobrevivido a sus nietos. Asimismo echamos de menos hombres mayores y de mediana edad en las familias que visitamos: no en vano el general Viktor Kazantsev ordenó en la segunda guerra cerrar las fronteras para toda la población masculina de entre 10 y 60 años.
Cada experiencia era una tragedia. La peor de todas, una abuela que había quedado huérfana en el año 1937, cuando sus padres desaparecieron a manos de la NKVD. Luego sufrió la deportación staliniana de toda la nación chechena al Kazajistán en 1944, donde vio morir a 3 de sus hijos, y ahora, con las dos guerras recientes, perdió uno de sus nietos asesinato a sangre fría por ser periodista, y a dos de sus yernos.
La dictadura de Kadírov
En la primavera de 2007, Vladimir Putin designó Ramzán Kadírov como el nuevo presidente de Chechenia. Desde entonces, Kadírov ha gobernado con mano de hierro la República Chechena, y se ha convertido en el amo y señor del país que preside.
Tiene carta blanca para hacer lo que quiera a cambio de contener el movimiento independentista y sofocar la insurgencia armada. Controla todo lo que sucede y sin su visto bueno, ningún asunto puede prosperar.
Los métodos de lucha antiterrorista que utiliza Kadírov contra los jóvenes que huyen al bosque y abrazan el Islam radical son similares a los que el estado ruso infligía la pasada década sobre toda la población, sostiene un miembro de la ONG Memorial: “torturas, ejecuciones extrajudiciales, desapariciones forzadas y medidas punitivas contra las familias de los combatientes están a la orden del día.” ¿Por qué un joven se va al bosque a luchar?, preguntamos: “no tener ningún tipo de perspectiva, la desesperación. Los jóvenes viven en una sociedad muy corrupta y represiva, con tasas de paro muy altas, donde la impunidad es absoluta para los poderosos … es un contexto idóneo para que un joven crea en los ideales que predican los yihadistas y luche por ellos”.
La estrategia de “chechenización” de Putin fue nombrar a Kadírov presidente y dejar que éste y sus hombres hicieran el trabajo sucio. Aparte de aplicarse con diligencia a las tareas encomendadas, Kadírov muestra lealtad a Putin por otras vías: ha colgado retratos suyos por todo Grozny y la principal avenida de la ciudad lleva su nombre. Las declaraciones públicas de Kadírov sobre Putin rebosan alabanzas superlativas y, cuando se retransmite por televisión algún encuentro entre los dos Presidentes, se escenifica una relación de vasallaje.
Así pues, aunque sólo fuera por guardar las apariencias ante dos extranjeras como nosotras, esperaba encontrar a gente cercana a Kadírov cantando excelencias de Rusia y de Putin. Pero no. Tuvimos la posibilidad de conocer a dos altos cargos del gobierno (de manera extraoficial) y su discurso era absolutamente anti-ruso.
Según una persona que conoce personalmente a Kadírov, la sumisión actual hacia Rusia sería una estrategia temporal, para recuperar fuerzas, obtener dinero y volver a levantar la nación. Que en realidad, cuando Putin desaparezca del mapa, nadie sabe qué harán Kadírov y sus 20.000 hombres armados.
También nos sorprendió que estas mismas personas cercanas al Presidente hablaran de él con poco entusiasmo ante nosotras. Algunas han sido nombradas para cargos que se han visto obligados a aceptar. Era aceptar, o marcharse al exilio, o esperar lo peor.
¿Qué pasará cuando Moscú decida que Kadírov debe abandonar su cargo? ¿Se quedará de brazos cruzados? Nadie lo sabe, pero el panorama no es muy alentador… Quizá por ello construyen casas que parecen búnkers.
Este artículo se basa en la ponencia de Marta Ter para las Jornadas del X Aniversario del Observatorio Eurasia, celebradas en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla, 9.10.2014
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